1. El padre acababa de ausentarse
En cierta aldehuela de tierra soriana, que no figura en los
mapas, y creo que se denomina Pareduelas—Albas, ocurrió en la tarde
del día 11 de enero de 18… un suceso que no conmovió ciertamente a
Europa, ni dio trabajo a los informadores de la prensa. Sin
embargo, él fue tan interesante, que sirve de tema al presente
relato.
Vivía allí la familia de Dióscoro Cerdera, compuesta del padre,
cuyo nombre queda anotado, y de tres hijos, que se llamaban
Próspero, Generoso y Basilio: el mayor de 14 años y el menor de
9.
Dióscoro era labrador de un pedacito de tierra, en el que se
criaban la planta del lino, cebada y trigo. Poseía un par de
docenas de ovejas y, en lo alto de los riscos, un centenar de
pinos, que él cuidaba, como los padres, y ya los derribaba a golpe
de hacha, para venderlos, ya replantaba del piñón o del resalvo,
según las épocas del año y las ocasiones. Y del escaso fruto de
haber tan ruin, vivían Dióscoro y su prole.
Hubieran sido todos dichosos, sino se proyectara en el hogar la
sombra de la muerta, de Aquilina, la esposa de Dióscoro, la madre
de Próspero, Generoso y Basilio. Cuando la buena mujer resolvió
partir en el viaje eterno, dejó la casa en la tristura. El dolor
común del padre y de los muchachos llevaba trazas de acabar con
todos ellos, porque Aquilina había llenado de tal suerte sus
obligaciones de esposa y de madre cristiana, que donde quiera
hallaban los tristes huella imborrable.
Si removían los lienzos curados que Aquilina tejió con sus
propios dedos, y que dejó en el arca de haya, al traer y llevar de
las sábanas, resurgía la figura de la matrona.
Si Próspero iba a la algora en busca de alguna herramienta de
trabajo, parecíale al mocito que su madre le acompañaba.
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