La Palma Rota
Gabriel Miró
Novela corta
I
—¿Llora usted, maestro? —decía bromeando con dulzura don Luis, el viejo ingeniero, a Gráez, el viejo músico, pálido y descarnado por enfermedades y pesadumbres.
—¡Oh, no es para tanto! —repuso irónico un abogado muy pulido y miope, con lentes de oro de mucho resplandor.
—¡Yo no sé si lloraba... pero estas páginas resuenan en mi alma como una sinfonía de Beethoven!
Y luego el músico, pasando de la suavidad a la aspereza, volviose y dijo al de los espejuelos:
—¡Que no es para tanto! ¡Qué saben ustedes los que viven y sienten con falsilla!
Y Gráez acomodose en su butaca para seguir leyendo. Tenía en sus manos un libro de blancas cubiertas: Las sierras y las almas; y encima estaba con trazos de carmín el nombre de su autor: Aurelio Guzmán.
¡Nos lo va a proclamar genio; y eso le falta a Guzmán!
¿Tan orgullosa es esa criatura? —preguntó Luisa, que atendía silenciosa enfrente de Gráez.
—Ustedes le conocen mucho. Ha sido compañero de su hermano.
—Apenas nos vemos. ¿Cuánto tiempo hace que no entra en esta casa, Luisa? —preguntó el padre.
—¡Oh, no recuerdo!
—Ni a ninguna —añadió el de los lentes.
—¿No son las águilas amigas de la soledad?
El abogado sonrió levemente como significando: ¡nos resignaremos a que Guzmán sea águila y todo lo que le plazca a este señor!
—¡Bendito sea el que resucita lo bello a la ancianidad y le mueve a amar el mismo dolor! —murmuró Gráez, y dejó salir gozosamente su mirada a los campos.
Dominio público
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Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.