Los Corderos Helados
Horacio Quiroga
Cuento
La historia —de un extremo al otro— se desarrolló en un frigorífico, y durante varios meses míster Dougald vivió en perfecta perplejidad sobre la clase de ofensa que pudo haber inferido a su capataz. Pero una mañana del verano último la luz se hizo, y el gerente del frigorífico sabe ahora perfectamente por qué el odio y los cerrojos de Tagliaferro se volcaron tras su espalda.
Esa cálida madrugada de febrero, míster Dougald, que en mangas de camisa pasea su pipa por los muelles del frigorífico, ha visto llegar hasta él a la esposa de Tagliaferro.
—Buenos días, míster Dougald —ha dicho ella, deteniéndose a su frente.
—Buenos días —ha respondido él, dejándose enfrentar.
—He querido hablarle ahora, míster Dougald —prosigue ella con grata sonrisa—, porque más tarde es difícil… Es por mi hermanito, Giacomo… usted sabe.
Pero míster Dougald, que sin moverse fija la vista en la joven —rostro fresco y ojos cálidos— la interrumpe:
—Sí, sí… mala cabeza. Usted… linda cara.
—Sí, míster Dougald —se ríe ella—, ya sé… Pero no se trata de eso. Giacomo está mal aconsejado. La última huelga…
—Poca cosa… —corta él, sacudiendo la cabeza—. Pero usted… muy linda cara.
—Bueno, míster Dougald; sea más serio. Sabemos que usted es muy bueno, y Duilio lo reconoce… Él se acuerda siempre de que usted no lo echó después de aquello… Vea, míster Dougald: cambiando de taller a Giacomo…
—Imposible —corta de nuevo. Para agregar, considerando siempre los ojos de la joven, que se marean cada vez que él insiste—: Usted… muy linda boca.
Ella opta por reírse, y dar por fracasada su embajada matinal.
—Otro día le hablaré, cuando esté más bueno.
—Es que yo digo: usted es…
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.