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fecha: 25-10-2022


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La Biblia Gaucha

Javier de Viana


Cuentos, colección


El primer rancho

Hubo una vez un casal humano nacido en una tierra virgen. Como eran sanos, fuertes y animosos y se ahogaban en el ambiente de la aldea donde torpes capitanejos, astutos leguleyos, burócratas sebones disputaban preeminencias y mendrugos, largáronse y sumergiéronse en lo ignoto de la medrosa soledad pampeana. En un lugar que juzgaron propicio, acamparon. Era en la margen de de un arroyuelo, que ofrecía abrigo, agua y leña. Un guanaco, apresado con las boleadoras, aseguró por varios días el sustento. El hombre fué al monte, y sin más herramienta que su machete, tronchó, desgajó y labró varios árboles. Mientras éstos se oreaban a la intemperie, dióse a cortar paja brava en el estero inmediato. Luego, con el mismo machete, trazó cuatro líneas en la tierra, dibujando un cuadrilátero, en cada uno de cuyos ángulos cavó un hoyo profundo, y en cada uno clavó cuatro horcones. Otros dos hoyos sirvieron para plantar los sostenes de la cumbrera. Con los sauces que suministraron las "tijeras” y las ramas de "envira” que suplieron los clavos, quedó armado el rancho. Con ramas y barro, alzó el hombre animoso las paredes de adobe; y luego después hizo la techumbre con la “quincha” de paja, y quedó lista la morada, construcción mixta basada en la enseñanza de dos grandes arquitectos agrestes: el hornero y el boyero.

Y así nació el primer rancho, nido del gaucho.

Vida

En la sociedad campesina, allí donde los derechos y los deberes están rígidamente codificados por las leyes consuetudinarias, para aquellas conciencias que viven, en íntimo y eterno contacto con la naturaleza; para aquellas almas que encuentran perfectamente lógicos, vulgares y comunes los fenómenos constantes de la vida, y que no tienen la insensatez de rebelarse contra ellos, consideran como un placer, pero sin entusiasmos, la llegada de un nuevo vastago.


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Dominio público
50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 134 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Guitarra

Javier de Viana


Cuento


La noche cayó de súbito, como si hubiese sido un gran cuervo abatido de un escopetazo.

La atmósfera, inmóvil, tenía una humedad gomosa, mortificante, repulsiva como la baba del caracol.

Reinaba un silencio opresivo. Las cosas no tenían rumores; las bocas no tenían lenguas.

Ni un solo farolito estelar taraceaba la cúpula de lumaquela funeraria del cielo.

Tan sólo de cuando en cuando, alguna luciérnaga hacía pestañear su diminuto fanal fosforescente.

En el galpón, el hogar está apagado. El trashoguero, cubierto de ceniza, no deja sospechar ni un resto de lumbre...

En el rancho está solito Venicio.

Solito vive, sin más compañeros que sus dos perros picazos y los horneros que tienen sus abovedados palacios en la cumbrera del rancho, ornando el mojinete.

No hay otra cosa en diez leguas a la redonda.

Ningún camino conduce a la suya...

Para ahuyentar la tristeza ambiente, Venicio coge la guitarra y sentándose en un banquito de ceibo, bajo el alero del rancho, improvisa estilos y coplas, coplas y estilos que son como la expresión de una gran sensibilidad cautiva dentro de la jaula inmensa del cielo.

Los sentimientos que borbotean en el alma del gaucho solitario, se cuajan en melodías que se expanden y van decreciendo hasta morir en lo lejano, como el son de una campana de iglesia lugareña.

Canta la guitarra y cauta gemidos, penas de soledad, nostalgia de afectos.

Y en la noche caliginosa que pesa sobre el desierto, sus voces suaves, arrulladoras como canto de palomas monteses, y a veces severas en el vibrar de las bordonas, parecen salmos religiosos, ansias de un anacoreta que sueña amores, procreación, vida, patria... el futuro que su visión profética dibuja en las sombras...


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Filosofía

Javier de Viana


Cuento


—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.

Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.

Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.

—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.

—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...

—¿Y?...

—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Los Perros Gauchos

Javier de Viana


Cuento


La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Calvario

Javier de Viana


Cuento


Largo y fino rasgo trazado con tinta roja abarca el naciente.

En la penumbra se advierten, sobre la loma desierta, veinte bultos grandes como ranchos chicos, rodeados por varios centenares de bultos más pequeños esparcidos a corta distancia unos de otros...

Clarea.

De debajo de los veinte bultos grandes, que resultan ser otras tantas carretas, empiezan a salir hombres.

Mientras unos hacen fuego para preparar el amargo, otros, desperezándose, entumidos, se dirigen hacia los bultos chicos, los bueyes, que al verlos aproximar, comprenden que ha llegado el momento de volver al yugo y empiezan a levantarse, con lentitud, con desgano, pero con su resignación inagotable.

Toda la campiña blanquea cubierta por la helada.

Las coyundas, que parecen de vidrio, queman las manos callosas de los gauchos; pero ellos, tan resignados como sus bueyes, soportan estoicamente la inclemencia...

Hace dos días que no se carnea; los fiambres de previsión se terminaron la víspera y hubo que conformarse con media docena de “cimarrones” para “calentar las tripas”.

En seguida, a caballo, picana en ristre.

—¡Vamos Pintao!... ¡Siga Yaguané!...

La posada caravana ha emprendido de nuevo la marcha lenta y penosa por el camino abominable, convertido en lodazal con las copiosas lluvias invernales.

La tropa llevaba ya más de un mes de viaje. Las jornadas se hacían cada vez más cortas, por la progresiva disminución de las fuerzas de la boyada... y todavía faltaban como cincuenta leguas para, llegar a la Capital!...

Con desesperante lentitud va serpenteando, como monstruosa culebra parda, el largo convoy. Las bestias, que aún no han calentado los testuces doloridos, apenas obedecen al clavo de la picana.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Come-Cola

Javier de Viana


Cuento


Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.

La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:

—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...

—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.

—¡Jugado! —respondió ella en el acto.

Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.

Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.

Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:

—¡Come-cola, come-cola!

Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...

Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:

—Aquí le traigo el pañuelo perdido.

—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.

—Y espero me conceda esta polca...

Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:

—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

De Guapo a Guapo

Javier de Viana


Cuento


Los mellizos Melgarejo eran tan parecidos físicamente, que, a no estar juntos, resultaba difícil, aun a quienes a diario los trataban, saber cuál era Juan y cuál Pedro. Sus temperamentos, en cambio, contrastaban diametralmente. Expansivo, audaz y valentón, Pedro; reconcentrado, tranquilo y prudente, Juan. Pedro hería constantemente a Juan con ironías sangrientas. Cuando alguien expresaba la dificultad de distinguirlos, él acostumbraba decir:

—Es fácil: insultennós... Si es mi hermano, afloja; si soy yo, peleo. He oído decir que en el cristiano, la mitad de la sangre es sangre, y la otra mitad es agua... Cuando nosotros nacimos parece que yo me llevé toda la sangre y Juan el agua... ¡Pobre mi hermano!... ¡Es flojo como tabaco aventao!...

Cierta tarde de domingo, en la pulpería Juan estaba por comprar unas bombachas... Pedro entró en ese instante y dijo con hiriente sarcasmo:

—¿Por qué no te compras mejor unas polleras?...

Rió de la ocurrencia. Empurpúresele el rostro a Juan, quien exclamó airado:

—¿Querés probar quien de los dos es más guapo?... ¡Comprométete a acetar lo que yo proponga!. ..

—¡Acetao!

Juan extendió entonces la mano izquierda sobre el mostrador, y dijo a su hermano:

—Poné la tuya encima.

Pedro la puso... Y entonces el otro, desenvainando la daga y con un golpe rápido, dejó las dos manos clavadas al madero del mostrador...

Ninguno de los dos lanzó un quejido; ninguno de los dos hizo un ademán ni manifestó un gesto de dolor.

-Y aura... ¿qué decís? —preguntó Juan.

—Que sos mi hermano —respondió Pedro.

—¿Saco la daga?...

—Sacala o dejala... ¡a tu gusto!...


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Don Juan

Javier de Viana


Cuento


En las crudas noches de invierno, la peonada que ha trabajado desde el alba hasta el crepúsculo, soportando estoicamente el frío, el viento y la lluvia, semidesnudo a veces, sin probar bocado a veces, sin tomar un amargo, olvida todas las fatigas al sentarse alrededor del fogón.

Las llamaradas del hogar secan sus ropas, calientan sus cuerpos y reavivan el buen humor, que nunca se apaga en el alma de aquellos hombros sanos, fuertes y buenos.

Mientras beben con fruición el mate, insuperable bálsamo, y observan con avidez cómo se va dorando lentamente el costillar ensartado en el asador, comienzan las guerrillas de epigramas, de retruécanos, de dicharachos.

Y terminada la cena viene la segunda tanda del cimarrón, y con ella los cuentos, siempre ingeniosos y pintorescos,

Y difícilmente escapa al relato de algún episodio de la historia de “Don Juan’’, historia interminable, porque la fecunda imaginación del gaucho le va agregando de continuo nuevos episodios en que interviene toda la fauna conocida por él.

Las aventuras, variadas al infinito, tienen siempre por protagonista a Don Juan, quien, como el negro Misericordia de los fantoches, sale siempre triunfador.

El gaucho tiene singular simpatía por Don Juan, —el zorro,— y no le guarda rencor por las muchas fechorías de que le hace víctima el astuto animalito.

¿Que en ocasiones, —en las largas travesías,— mientras duerme tranquilo sobre una loma, le corta el maneador y lo deja a pie en medio de la soledad del campo?

Una travesura que lo encoleriza por un rato y que bien pronto olvida.

Él mata corderos, asalta gallineros, roba guascas, pero su viveza, su astucia, su gracia, su audacia le hacen perdonar sus arterías.


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Duelo

Javier de Viana


Cuento


Pedro y Juan, eran dos guachos criados en la Estancia del Venteveo, conjuntamente con otros varios.

Pero ellos, casi siempre vivían en pareja aislada.

Recíproca simpatía los ligaba. Simpatía extraña, porque Pedro era morrudo, fuerte, sanguíneo, emprendedor, audaz y de excesiva locuacidad; en tanto Juan, de la misma edad que aquél, era pequeño, débil, linfático, callado y taciturno...

Desde pequeños tratábanse de “hermano”; y acaso lo fueran.

Hechos hombres, la camaradería y el afecto fraternal persistieron.

Y las cualidades de ambos, en cuerpo y espíritu, fueron acentuándose.

Sin maldad, sin intención de herir, por irresistible impulso de su temperamento, Pedro perseguía siempre a Juan con burlas hirientes.

Y Juan callaba.

Una vez dijo:

—Mañana voy a galopiar el bagual overo que me regaló el patrón.

Pedro rió sonoramente y exclamó:

—¡Qué vas a galopiar vos! ¡Dejalo, yo te lo viá domar!...

—¿Y por qué no podré domarlo yo? —dijo

Juan.

Y Pedro tornó a reir y a replicar:

—Porque sos muy maula y no te atreverás a montarlo.

Juan empalideció:

—Mirá, hermano, —dijo;— siempre me estás tratando de maula...

—Porque lo sos.

—No lo repitás.

—Lo repito... ¿Qué le vas hacer si nacistes maula?...

—No lo repitás porque me tenes cansao y mi vas obligar a probarte lo contrario!

Pedro largó una carcajada.

—¡Y va ser aura mesmo! —exclamó Juan, poniéndose de pie y desnudando la daga.

—¡Abran cancha!... —gritó Pedro aprestándose a la lucha.— ¡Abran cancha que le viá pegar un tajito a mi hermano, pa que aprienda!...

Chocaron las dagas.

Juan estaba ceñudo y nervioso.

Pedro, sereno y sonriente.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Chajá

Javier de Viana


Cuento


Es el perro de los bañados.

Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.

Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada, arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un alado cadete de Gascuña.

Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre va acompañado de su consorte.

Desprecia las carroñas.

La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.

A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.

La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.

En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.

El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas baladas.

Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.

Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.

En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas, apercibiéndose a la defensa...

Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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