Textos más cortos publicados el 25 de diciembre de 2020

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fecha: 25-12-2020


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Primavera Apolínea

Rubén Darío


Cuento


I

Una copiosa cabellera. Unos ojos de ensueño y de voluntad. Juventud, mucha juventud: un poeta. Habla:

—Yo nací del otro lado del Océano, en la tierra de las pampas y del gran río. Desde mi pubertad me sentí Abel; un Abel resuelto a vivir toda mi vida y a desarmar a Caín de su quijada de asno. Afligí a mis padres, puesto que muy temprano vieron en mí el signo de la lira. Se me rodeó de guarismos en el ambiente de las transaciones, y salté la valla. De todo el himno de la patria sólo quedó en mi espíritu, cantando, un verso: ¡Libertad! ¡libertad! ¡libertad! Y me sentí desde luego libre por mi íntima volición.

Y conocí a un hermano mayor, a un compañero, que tendiéndome la diestra me señaló un vasto campo para las luchas y para los clamores, me inició en el sentimiento de la solidaridad humana, aquel joven bello y atrevido de vida trágica y de versos fuertes. Mi bohemia se mezcló a las agitaciones proletarias, y aun adolescente, me juzgué determinado a rojas campañas y protestas. Fraseé cosas locamente audaces y rimé sonoras imposibilidades. Mi alma, anhelante de ejercicios y actividades, fluctuó en su primavera sobre el suburbio. No sabía yo bien adonde iba, sino adonde me llamaban lejanos clarines. Me imbuí en el misterio de la naturaleza, y el destino de las muchedumbres, enigma fué para mí, tema y obsesión. Ardí de orgullo. Consideréme en la solidaridad humana, vibrantemente personal. Nada me fué extraño, y mi yo invadía el universo, sin otro bagaje que el que mi caja craneana portaba de ensueños y de ideas.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Bajo las Luces del Sol Naciente

Rubén Darío


Cuento


Era el país de oro y seda, y en el aire fino como de cristal volaban las cigüeñas, y se esponjaban los crisantemos del biombo. Los cerezos florecían, y entre sus ramas alegres se divisaba un monte azul. Una rana de madera labrada era igual a las ranas del pantano. Sobre la laca negra corría un arroyo dorado. Muñecas de carne, con la cabellera atravesada por alfileres áureos, hacían reverencias sonrientes, y gestos menudos. En las casas de papel, en la ignorancia feliz del pudor, se bañaban las niñas. Cortesanas ingenuas servían el té en tacitas de Liliput. En los «kimonos» historiados se envolvían cuerpos casi impúberes e inocentemente venales. Se hablaba de un viejo llamado Hokusai, que se llamaba a sí mismo «el loco del dibujo». Floreros raros se llenaban de flores extrañas ante los budhas risueños. Nobles daimios hacían lucir al sol curvos sables de largo puño. Los «netskes» y las máscaras reproducían faces joviales o aterrorizadas, caras de brujas o regordetas caras infantiles. Al amor de una naturaleza como de fantasía, se vivía una vida casi de sueño.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Hombres y Pájaros

Rubén Darío


Cuento


Al amor de la mañana, o cuando comienza la tarde, he aquí lo que suele verse en los jardines de París, especialmente en las Tullerías y en el Luxemburgo. Mientras al amparo de las alamedas saltan los niños o juegan con sus aros y las nodrizas cuidan de sus bebés, y en los bancos hay lectores de diarios, y más allá jugadores de «foot-ball», y paseantes que flirtean, o estudiantes que estudian, o pintores que cazan paisajes, y en las anchas filas de las fuentes, al ruido del chorro de agua, minúsculos marinos echan sus barquitos de velas blancas y rojas, unas cuantas personas cumplen con una obligación sentimental y graciosa que se han impuesto: dar de comer a los pajaritos. Generalmente, los únicos que aprovechan son los gorriones, los ágiles y libres gorriones de París. Hay también las palomas, pero las palomas no son las que más gozan de la prebenda. Parecen estar fuera de su centro, de lugares en donde reinan solas, sin competencia ni reparto: la plaza de San Marcos de Venecia, o las cercanías del palacio Pitti, en Florencia. Aquí, pues, son los gorriones, pequeños e interesantes vagabundos, opuestos a la vida normal de las abejas, por ejemplo, y que esperan por estudioso biógrafo un Maeterlinck alegre.

No lejos del Arco del Carrousel, en que la guerra y la Ley están representadas, un grupo de gente de diversas condiciones y edades, forma valla, mira en silencio. Un hombre de aspecto tranquilo y serio, cerca del césped, sobre el que salta y vuela una inmensa bandada de gorriones, saca de su bolsillo un pan y lo desmenuza. Luego, comienza a llamar: ¡Juliette!... Y una fina gorrioncita se desprende de la bandada chilladora y saltante, y se va a colocar en la cabeza, en los hombros, en la mano del hombre. «Louise, Jean, Friederic, Mimi, Toto, Mussette».


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Domingo de Ramos

Rubén Darío


Cuento


Mi pobre alma, con una alegría de convaleciente, se despierta este día, domingo, sonríe a la luz del sol de Dios, se sacude como un ave húmeda del rocío de la aurora, y, a pesar de que quiero contenerla: «¡Mira que estás muy débil! ¡mira que casi no tienes alientos! animula, blandula, vagula, ¿a dónde vas?» no me hace caso, ríe como una locuela de catorce años, se va, bajo el esplendor matinal, al jardín de mi fantasía, al huerto de mi mente, y vuelve con dos verdes y frescos ramos de palma, alzando los brazos al cielo, en un divino ímpetu, como si quisiera volar.

—Animula, blandula, vagula, ¿a dónde vas?

—¡Voy a Jerusalén!—me dice mi pobre alma.

Y allá se va, camino de Jerusalén, sin bordón de peregrino, sin alforja de caminante, sin sandalias de romero. Ella va a la fiesta, arrastrada por su deseo, sin temor de las asperezas del viaje, sin miedo a los abismos, a las fieras y a las víboras.

Tal parece que fuese llevada por una ráfaga milagrosa, o sostenida por el amoroso cuidado de cuatro alas angélicas. Ella no sabe hoy de las tristezas, de las maldades y de las tinieblas de la vida. Deja la ciudad de los infames publicanos, de los odiosos fariseos, de las pintadas y ponzoñosas prostitutas. Ha sentido como el llamamiento de una sagrada primavera, y se ha abierto fresca y virginal como una blanca rosa. Un perfume celeste la baña, y ella a su vez exhala su perfume íntimo, su ungüento de fe y de amor. Un sol de vida le pone en su debilidad, fortaleza; en sus mejillas pálidas, una llama de niñez; en su frente, tan combatida por el dolor, una refrescante guirnalda florida. ¿Que vendrán las espinas después?...


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Pascua

Rubén Darío


Cuento


I

Una noche deliciosa en verdad... El «réveillon» en ese hotel lujoso y elegante, donde tanta belleza y fealdad cosmopolita se junta, en la competencia de las libras, los dólares, los rublos, los pesos y los francos. Y con la alegría del champagne y la visión de blancores rosados, de brillos, de gemas. La música luego, discreta, a lo lejos...

No recuerdo bien quién fué el que me condujo a aquel grupo de damas, donde florecían la yanqui, la italiana, la argentina... Y mi asombro encantado ante aquella otra seductora y extraña mujer, que llevaba al cuello, por todo adorno, un estrecho galón rojo... Luego, un diplomático que lleva un nombre ilustre me presentó al joven alemán políglota, fino, de un admirable don de palabra, que iba, de belleza en belleza, diciendo las cosas agradables y ligeras que placen a las mundanas.

—M. Wolfhart, me había dicho el ministro. Un hombre amenísimo. Conversé largo rato con el alemán, que se empeñó que hablásemos castellano y, por cierto, jamás he encontrado un extranjero de su nacionalidad que lo hablase tan bien. Me refirió algo de sus viajes por España y la América del Sur. Me habló de amigos comunes y de sus aficiones ocultistas. En Buenos Aires había tratado a un gran poeta y a un mi antiguo compañero, en una oficina pública, el excelente amigo Patricio... En Madrid... Al poco rato teníamos las más cordiales relaciones. En la atmósfera de elegancia del hotel llamó mi atención la señora que apareció un poco tarde, y cuyo aspecto evocaba en mí algo de regio y de elegante a la vez. Como yo hiciese notar a mi interlocutor mi admiración y mi entusiasmo, Wolfhart me dijo por lo bajo, sonriendo de cierto modo:


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Rikki-Tikki-Tavi

Rudyard Kipling


Cuento


Desde el hueco en que entró
Rikki—tikki llamó a Nag;
oíd lo que le dijo:
Nag, ven con la muerte a bailar.

Ojo con ojo, testa con testa,
(lleva el paso, Nag);
termina esto cuando uno muere
(cuanto gustes, durará).

Vuélvete allá, tuécete ahora...
(¡corre y escóndete, Nag!)
¡Ah! ¡Vencido te ha la muerte!
(¡Qué mala suerte, Nag!)


Esta es la historia de la gran guerra que Rikki—tikki—tavi llevó al cabo, sola, en los cuartos de baño del gran bungalow en el acantonamiento de Segowlee. Darzee, el pájaro tejedor, la ayudó, y la aconsejó Chuchundra, el almizclero, que nunca camina por en medio del piso, sino que se arrastra pegado a las paredes; pero Rikki—tikki—tavi llevó el peso de la lucha.

Era una mangosta, muy parecida a un gatito en la piel y en la cola, pero más semejante a una comadreja por su cabeza y sus costumbres.

Sus ojos y el extremo de su inquieto hocico eran de color de rosa; podía rascarse en cualquier parte de su cuerpo con cualquiera de sus patas, ya fueran las anteriores, ya las posteriores; podía enarbolar su cola poniéndola como si fuera un escobillón, y su grito de guerra, mientras se deslizaba por la hierba, era: Rikk—tikk—tikki—tikki—tchik.

Un día, una gran avenida veraniega se la había llevado de la madriguera en que vivía con su padre y su madre, y la arrastró, pateando y cloqueando como una gallina, hasta depositarla en una zanja a la vera del camino. Allí encontró un pequeño haz de hierbas que flotaba en el agua, y se asió de él hasta que perdió el sentido. Cuando revivió, vio que estaba echada al sol en la mitad de un sendero de jardín, muy mal cuidado por cierto, y oyó que un niño decía:

—Aquí está una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.

—No —dijo su madre—. Llevémosla adentro para secarla. Quizás no está realmente muerta.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Servidores de su Majestad

Rudyard Kipling


Cuento


Por quebrados podéis resolverlo,
o también por regla de tres;
pero el camino de Tweedledum,
no es el de Tweedledee.

Torced el problema, revolvedlo,
plegadlo como gustéis;
pero el camino de PillyWinky
no es el mismo que el de WínkiePop.


Copiosa lluvia había estado cayendo durante un mes entero... Había caído sobre un campamento de treinta mil hombres, millares de camellos, elefantes, caballos, bueyes y mulas, reunidos en un lugar llamado Rawal Pindi, para que el virrey de la India le pasara revista. éste recibía la visita del emir de Afganistán, rey salvaje de un salvajísimo país; el emir había traído, acompañándole, una guardia de ochocientos hombres e igual número de caballos que nunca antes habían visto un campamento o una locomotora; hombres salvajes y caballos salvajes también sacados de algún lugar del corazón de Asia Central. Cada noche, un pelotón de esos caballos rompía las cuerdas que los sujetaban y se lanzaban estrepitosamente de un lado al otro del campamento, entre el barro y la oscuridad; o bien los camellos se desataban y corrían por allí tropezando con las cuerdas que sostenían las tiendas; ya puede imaginarse lo agradable que esto sería para los hombres que intentaban dormir. Mi tienda estaba situada lejos de las filas de camellos, y por eso pensaba yo encontrarme en sitio seguro. Pero una noche un hombre asomó la cabeza por mi tienda y gritó:

—¡Salga pronto! ¡Allí vienen! ¡Ya derribaron mi tienda!


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El "Ankus" del Rey

Rudyard Kipling


Cuento


Cuatro cosas hay que nunca están contentas,
que siempre son insaciables: la boca de Jacala
el buche del milano; las manos de los monos y
los ojos del hombre.

(Adagio de la selva)


Kaa, la enorme serpiente pitón de la Peña había mudado su piel quizás por ducentésima vez desde su nacimiento, y Mowgli, que nunca olvidó que le debía la vida a Kaa por aquella noche en que ella trabajó tanto en las moradas frías —como acaso recordarán ustedes—, fue a felicitarla. La muda de la piel siempre hace que una serpiente se sienta irritable y deprimida, lo que dura hasta que la piel nueva empieza a mostrarse hermosa y brillante. Ya no volvió Kaa a burlarse de Mowgli, sino que lo aceptó, como lo hacían los demás pueblos de la selva, como amo y señor de ésta, y le traía cuantas noticias podía naturalmente escuchar una serpiente pitón de su tamaño. Lo que Kaa no sabía acerca de la selva media, como la llamaban —la vida que se desliza por encima o por debajo de la tierra entre piedras, madrigueras y troncos de árbol—, podría ser escrito en la más pequeña de sus escamas.

Aquella tarde Mowgli estaba sentado en el círculo que formaban los grandes repliegues del cuerpo de Kaa, manoseando la escamosa y rota piel vieja que estaba entre las rocas formando eses y enroscada, tal como Kaa la había dejado. Kaa, con mucha cortesía, se había hecho un ovillo bajo los anchos y desnudos hombros de Mowgli, de tal manera que el muchacho descansara en un sillón viviente.

—Es perfecta hasta las escamas de los ojos —dijo Mowgli entre dientes, jugando con la piel vieja—. ¡Qué extraño es ver uno mismo, a sus pies, la cubierta de su propia cabeza!

—Sí, pero yo no tengo pies —respondió Kaa—; y como es esta la costumbre de toda mi gente, no lo encuentro extraño. ¿No se te vuelve la piel vieja y áspera?


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

De Cómo Vino el Miedo

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando secos están arroyo y laguna,
todos somos hermanos;
mezclados nos ven las riberas,
ardientes las bocas, polvo en los flancos,
sin deseos de caza,
y por temor igual paralizados.
Junto a su madre, puede tímido ver
el cervato al lobo desmedrado;
mira el gamo tranquilo los colmillos
que a su padre mataron.
Cuando secos están charco y arroyo,
todos somos hermanos.
hasta que alguna nube la respetada
"tregua del agua" rompa,
y nos mande lluvia y anhelada caza,
nuestro encanto.


Previstos están, por la ley de la selva (la más antigua del mundo) la máxima parte de los acontecimientos con que su pueblo pudiera enfrentarse, por lo que, hoy por hoy, es un código casi tan perfecto como el tiempo y la costumbre pudieron llegar a constituirlo. Si el lector pasó sus ojos por las narraciones transcritas relativas a Mowgli, recordará sin duda que el muchacho pasó la mayor parte de su vida con la manada de lobos de Seeonee, y que aprendió la ley con Baloo, el oso pardo. Fue el propio Baloo quien le explicó, cuando el muchacho daba muestras de impaciencia por tantas órdenes que recibía constantemente, que la ley era como una enredadera gigante, ya que alcanza a todas las espaldas sin quedar exenta ninguna de sentir su peso.

—Una vez que hayas vivido los años que yo he vivido, hermanito, te darás cuenta de que la selva obedece, a lo menos, a una ley —dijo Baloo—. Esto no te parecerá muy agradable —añadió.

Mowgli no paró mientes en esta conversación, porque cuando un muchacho pasa la vida comiendo y durmiendo, no le importan un ardite las demás cosas, sino hasta que suena la hora de enfrentarse con ellas. Pero hubo un año en que las palabras de Baloo resultaron certísimas y exactas; entonces Mowgli fue testigo de que toda la Selva estaba bajo el imperio de la ley.


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¡Al Tigre! ¡Al Tigre!

Rudyard Kipling


Cuento


—¿Qué tal de caza, fiero cazador?
—Largo fue el ojeo; el frío, atroz.
—¿Dónde la pieza que fuiste a cobrar?
—En el bosque, hermano, creo que estará.
—¿Dónde tu orgullo, tu pujanza?
—De ambos la herida trajo mudanza.
—¿Por qué corriendo vienes a mí?
—¡Ah, hermano! A casa voy, a morir.


Retrocedamos ahora hasta la época del primer cuento. Cuando, después de la lucha sostenida por Mowgli con la manada en el Consejo de la Peña, abandonó él la caverna de los lobos, se dirigió a las tierras de labor donde vivían los campesinos; mas no quiso permanecer allí porque se encontraba demasiado cerca de la selva y porque sabía que había dejado un enemigo acérrimo, por lo menos, en el consejo. Por tanto, siguió una mala vereda que conducía hasta el valle, y continuó al trote largo por ella durante unas cinco leguas, y así llegó a un país que le era desconocido.

En ese lugar se abría el valle y se convertía en una gran llanura, salpicada aquí y allá de rocas y cortada de trecho en trecho por barrancos. En un extremo se divisaba una aldea; en el otro, la selva descendía repentinamente hasta los pastizales, y se detenía de golpe, cual si la hubieran cortado con una azada. En la llanura pacían búfalos y ganado; cuando los muchachos que los cuidaban vieron a Mowgli, empezaron a gritar y huyeron en tanto que se ponían a ladrar los perros vagabundos que siempre merodean en torno de las aldeas indias.

Mowgli se sentía hambriento, y por tanto siguió adelante; al llegar a la entrada del pueblo, vio que estaba corrido hacia un lado el gran arbusto espinoso que siempre se coloca frente a ella al oscurecer para interceptar el paso.


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24 págs. / 43 minutos / 338 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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