Textos más vistos publicados el 28 de enero de 2021

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fecha: 28-01-2021


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El Beso del Esposo

Gabriel Miró


Cuento


No siempre el beso legítimo es de miel y vida para la boca besada... Yo sé que a veces tiene amargor y muerte...

—¿Cuándo, cuándo sucede esa desventura tan grande por un beso? —prorrumpieron, entristeciéndose, las gentiles doncellas que vinieran aquella tarde otoñal a la apartada Villa de tía Isabel.

Y la hermosa señora de opulentos cabellos de plata y continente de reina, les dijo con donaire y melancolía...

—¿Y si las avecitas de este parque lo oyeran, y luego me acusaran a vuestros padres, cuya rancia severidad es enemiga de estas pláticas y aun de que vengáis a mi retiro?

—Cuente, tía Isabel, que sus palabras nunca son pecado; y hemos de darle nuestra compañía muchas tardes.

Esto lo pronunció la más joven de las sobrinas, que llevaba como una túnica blanca; su carne parecía de un ámbar purísimo.

Y todas descansaron en el vetusto banco de cedro.

Dejaron en medio a tía Isabel que habló de esta manera:

—De libros muy antiguos sacaron la substancia de una conseja muy linda. «Érase una mujer que desde niña, casi recién nacida, fue avezada al zumo de serpientes, y hasta se afirma que la alimentaron y criaron con sangre de tan espantosos animales. Y lo que para todos era tósigo y muerte, fue para ella salud y vida. Creció y se hizo lozana y hermosísima, aunque en sus ojos no sé qué brillaba de siniestro y bravío.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Señor Augusto

Gabriel Miró


Cuento


Era un lugar humilde, de casas de labranza; los campos, de llanura de rubias rastrojeras, viñal pedregoso y ralos alcaceres. Todos los horizontes estaban cerrados por un círculo de sierras fragorosas y peladas, sin umbrías ni pastura para los ganados que habían de trashumar.

Era un pueblo de quietud y silencio. Los lugareños salían por la mañana a sus pegujales; y la vieja espadaña de su iglesia, cuyos bancos huelen a pobreza y sudor de cráneos de labriegos que dormitan, y las ventanas y puertas de las casas les miraban, desde lejos, frías, contristadas; y la mirada de las piedras llegaba hasta un pueblo blanco, risueño, ceñido de huertos de mucho verdor y abundancia.

Y al lugar humilde vino un hombre, que traía amplio sombrero, pantalón de pana crujidora, chaqueta recia y tralla pasada por los hombros. Era del mediodía de Francia, y hablaba un castellano tan gangoso y roto como si padeciese un mal de garganta; pero su salud era hasta insolente; grande, encendido, rebultado, de poderosas espaldas cargadas de... fuerza y grosura, un verdadero cíclope al lado de estos aldeanos españoles, enjutos, cetrinos, hundidos de ojos, de pecho y de vientre, callados, temerosos, y con un rebaño de criaturas harapientas, que se quedaban contemplando al extranjero y aun le seguían haciéndole visajes de burla. Pero el francés lo resistía todo con mucho comedimiento. Las madres y los viejos y las gentes trashogueras viendo aquel hombre tan enorme, que aplastaba, al pisar, los cantos de las callejas, volverse si oía alguna chanza de los rapaces y preguntarles el sentido de la grosería, y, luego de meditarlo, pasar a celebrarla y reírla sosegadamente, se sintieron arrepentidos e impusieron respeto para el recién llegado.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Señor Maestro

Gabriel Miró


Cuento


Estaba abierto el portal de la escuela porque ya era verano. ¡Pronto llegarían los gozosos meses de la vacación! Los chicos miraban desde sus bancos la tarde luminosa y callada de los campos dorados y maduros y el cielo descendiendo serenamente en la llanura.

La escuela había sido labrada dentro de los muros del viejo adarve, en lo postrero y alto de la aldea. Algunas cabras de los ganados que salían a pacer en la vera se asomaban roznando las matas, mordidas de las ruderas y grietas; los leñadores, que venían de lo abrupto, doblados por los costales verdes y olorosos, dejaban en el recinto fragancia y sensación de la tarde, de la altura alumbrada, libre, inmensa; la entrada de un diablillo-murciélago, el profundo zumbido de una abeja, dos mariposas blancas que volaban rasando el mapa de España y Portugal divertía ruidosamente a todos. Y el señor maestro no se enojaba.


* * *


Ya era pasada la hora de que los muchachos saliesen, y el viejo maestro no lo permitía, hablando, hablando; pero ellos no le hacían caso, y a hurto suyo se desafiaban y concertaban las pedreas en el eriazo del Calvario o se decían en cuál gárgola de la iglesia anidaba un cernícalo.

Y el señor maestro repetía su amonestación diaria, siembra de piedad. «¿Por qué habéis de coger los nidos? Yo digo que si lo hicierais por llevar a los pájaros chiquitines abrigo y mantenimiento creyendo que en el árbol y en el campo no lo tienen, casi casi se os podría perdonar... Torregrosa, estese quieto... Pero no, señor; agarráis un pobre pájaro; luego lo atáis, arrastrándolo por el aire... ¿Que no?...».

Los chicos estregaban los pies sobre las losas, tosían, golpeaban los bancos..., y el maestro los dejaba libres. Y salían gritando alborozadamente.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Final de Mi Cuento

Gabriel Miró


Cuento


Como los personajes trazados en mi artículo los conoció íntimamente la señora de Villalba, vieja, maldiciente y también escritora, me pidió que se lo leyese antes de entregarlo.

Acomodose la señora en su butaca de grana; abandonó en su regazo la media que estaba urdiendo; quitose los resplandecientes espejuelos, y aguardó.

Y yo leí:

...Descansaba llena de luna la noche, y pareció suspirar y estremecerse como una doncella dormida, volviéndose, desnuda y casta, en la blancura de su lecho. Y la respiración de la noche, atravesando los huertos, pasó por las ventanas y aromó al poeta. La aspirada delicia le distrajo y dejó comenzada la estrofa.

Creando la vida de su fábula, atendiendo el íntimo pulso, los regocijos y tristezas de sus criaturas, se había olvidado de la «amada», de la noche.

La fragancia de rosas, de árboles floridos, de verdores recientes, de inmensidad, que le había acariciado las sienes y oreado el alma, le atrajo a la vida que él tomaba para llevarla a los hijos alumbrados en sus libros, sin apenas gozarla, como pican y traen las aves el sustento a los pichones, sin quedarse nada para su hambre...

Entonces subió y envolvió al artista toda la grandeza del silencio, de la soledad, y vivió en sí mismo, pareciéndole que los hijos de su arte se escondían y callaban bajo las blancas losas de las cuartillas.

La estancia era amplia, abrigada con tapices ya pálidos, nublados por los años, y los muebles, anchos y propicios a la meditación y bellas quimeras del maestro. Un grande acero bruñido, traído de un viejo palacio de Florencia, colgaba como espejo, encima de la mesa de trabajo.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Reloj

Gabriel Miró


Cuento


Hogar es familia unida tiernamente y siempre. El padre pasa a ser, en sus pláticas, amigo llano de los hijos, mientras la madre, en los descansos de su labor, los mira sonriendo. Una templada contienda entre los hermanos hace que aquél suba a su jerarquía patriarcal y decida y amoneste con dulzura. Viene la paz, y el padre y los hijos se vierten puras confianzas, y toda la casa tiene la beatitud y calma de un trigal en abrigaño de sierra, bajo el sol.

A los retraídos aposentos de muebles enfundados suele llegar frescura y vida de risa moza; y vuelto el silencio, síguese la voz del padre que dice de su infancia, de la casa de los abuelos...; y el cuento de las costumbres de antaño, celebradas buenamente en familia, se trenza con el de las travesuras infantiles de los hijos, ya hombres, que están atendiendo. Y el íntimo y sereno contentamiento acaba cuando el padre queda con la mirada alta y distraída recordando el verdor de su vida; suspira, o bien murmura: «¡En fin!», y mira al reloj. Entonces, los hijos besan su frente y su mano y la mano y la frente de la madre...


* * *


En estas casas, los muebles también son amados. Macizos, grandes y poderosos, sin alindamiento ni gracias de catálogos de mueblistas falaces. Los labraron pacientes y humildes oficiales en cipreses, nogales, caobas. Los fundadores del hogar, entonces prometidos, vieron los árboles, arrancados en heredades propias o traídos de bosques remotos, y aspiraron de los troncos la fragancia de su limpia y noble ancianidad.

Y estos viejos muebles han asistido a los regocijos y quebrantos del hogar y sufrieron con bondad y complacencia de abuelo los antojos y agravios de los hijos pequeños. Las maderas se han hecho prietas, tomadas como de una pátina de vetustez y cariño; capas de cariño puestas por las miradas y respiración de los dueños.


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3 págs. / 5 minutos / 42 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Compasión

Gabriel Miró


Cuento


Vivía don Isidoro con su hija, cuyo esposo muriera, y con sus nietos, dos chicos muy rollizos, blancos y alegres.

Tenían casa grande y sencilla, de ancho zaguán enlosado, y las habitaciones con puertas y zócalos de labrado roble como de sacristía y coro de catedral.

Una heredad poseían en la sierra, edificio viejo y moreno, rodeado de huertas, cuyos árboles, siendo todos lozanos y esquilmeños, todavía semejaban más verdes, más frescos y viciosos por lo apagado y rudo de la casa.

Don Isidoro había visitado muchos y remotos países, y de sus viajes y empresas trajo para la vejez dineros y enseñanzas.

Su viudez antes, y luego el casamiento de la hija con hombre vehementísimo y crapuloso, le afligieron reciamente. Y cuando éste murió, apartado del hogar, don Isidoro llevose al suyo a los huérfanos y a la madre, pálidos, asustados. Pero pronto la vieja y grande casa del abuelo se remozó en el contento del amor y la paz.

Don Isidoro no iba al casino a malsinar del gobierno y de las gentes. Tenía sosiego, hija dulcísima, alegría de nietos hermosos, grandes rentas, y todo esto, sus memorias y algunos estudios le llevaron a ser filósofo. Y lo fue tierno y optimista, aunque el optimismo suyo no era «el del esclavo que se cree dichoso, ni el del enfermo que no siente su mal».

Hallaba don Isidoro que la naturaleza era buena y hermosísima, y sólo en el hombre se escondía lo malo; pero esto tenía remedio, porque limando y quitando de la criatura humana el germen de la crueldad, la vida resultaría de una completa bienaventuranza. Y para conseguirlo se necesitaba cuidar de esa pobre criatura humana desde su nacimiento, desde muy criatura.


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4 págs. / 7 minutos / 43 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Llegada

Gabriel Miró


Cuento


Son los barrios, en la psicología de las ciudades, como los flecos de un mantón rozagante que, si no manifiestan el primor de los realces y dibujos, dicen rudamente los colores de que está hecha toda la trama. Y los flecos o suponen el nacimiento o fin del tejido; y los barrios descubren el natural y originario color del alma de la ciudad o lo postrero de su carácter.

...¡Y líbreme el Señor de inferir la más leve filosofía del barrio de mi cuento!

Nuevecito y vistoso y arbolado era aquél. Lo habitaban gentes de humilde linaje, enriquecidas y alegres. Los hombres casi todos estaban gordos, pesados y morenos del sol de la ruda faena pasada en los muelles. Sus camisas rizadas por el almidón y aplanchado, parecían en ellos de muy cruda blancura y rigidez. Sus trajes, su calzado, su sombrero, el bastón de puño con labras de fauna monstruosa, la soga de oro del enorme reloj, todo expresaba el amoroso cuidado con que se llevaba y la solemnidad al vestirlo y colocárselo su dueño, mientras le contemplaría la familia con mudo contentamiento. El ideal de las hijas y mujeres era colgarse medallones, amuletos, dijes y onzas de las cadenas y pulseras, y vestir una bata larga y randada y lucirla sentadas en mecedoras, delante de sus portales o paseando por las aceras, oyendo recuestas de los mozos, que también trascendían a flecos de ciudad.

Era riguroso tener casa propia muy pintada; huertecita, aunque sólo rindiera higos, habas, sandías y albahacas; cabriolé o tartana con iniciales muy lindas, y jaca menuda y traviesa; y en el cementerio un nicho o panteón, con versos de oracionero y retrato de algún difunto, puesto entre flores de vidrio y porcelana...


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La Mirada

Gabriel Miró


Cuento


«Y crio Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo crio; macho y hembra los crio». Y el esposo leía y se acordaba siempre con gran contentamiento de estas palabras del Génesis, porque se decía: «Si el Señor Todopoderoso se satisfizo para poblar la Tierra de Humanidad con sólo una pareja de esta especie, no peco yo, no pecamos nosotros (porque se refería a su matrimonio), privándonos de producir más hijos de los que tenemos, que también son dos, macho y hembra, como nuestros padres originales».

Es verdad que no era el santo y fervoroso deseo de su acercamiento a la divinidad lo que le llevaba a detener baldíamente los naturales y felices fines de toda varonía en su entereza, ni tampoco salacidad perversa de vicio forastero. ¡Oh, no! Venía todo de pobre egoísmo. Decíanse marido y mujer que, aun siendo más que medianamente ricos, como lo eran, el exceso de hijos menguaría el caudal, siguiéndose preocupaciones, atamientos, agobios, y que los hijos no podrían mirar sin aflicción de envidia la abundancia de los niños amigos. Con otros de padres de la medianía se juntaban, y todos hablaban de sus juguetes, de sus corderitos y campos y vestidos, y se enseñaban las meriendas tan distintas. Atravesábanse sus vocecitas, queriendo cada uno apagar las palabras del otro con el cuento y alabanza de lo suyo. Los amiguitos humildes oían la contienda de los dichosos con pena íntima, que les mojaba los ojos, y si alguna vez no podían reprimir la dulce tentación de decir de ellos, reíanse los otros, no creyéndolos.

—¡Qué desgracia, Señor! —suspiraban aquellos padres continentes—. ¡Si nuestros hijos mirasen un día con la tristeza que tienen los ojos de los niños humildes!


* * *


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Crónica de Festejos

Gabriel Miró


Cuento


Los más poderosos señores de un lugar levantino, picados del tábano de los celos de un pueblo inmediato que hizo fiestas maravillosas, quisieron que las del suyo alcanzasen grandísimo lustre y nombradía.

Trazaban su programa teniendo delante el de los enemigos. Estaban igualados en danzas, luminarias, simulacro de batalla de moros y cristianos y bendición de un altar a Santa María de la Cueva, resplandeciente altar levantado a carga y sacrificio del vecindario, porque el señor rector dijo: «Un rico muy piadoso quiere costearlo solo, pero la gracia ha de llegar a todos; que hasta el más pobre y humilde arrime su hombro». Y todos lo arrimaron fervorosamente; quien con un cahiz de rubión, quien con un cántaro de vino generoso o una haldada de aceituna. Las mujeres subían odres y herradas de agua del hondo río, y los hombres arrastraban troncos cortados en los pinares. El señor rector les bendecía gritando: «¡Ellos hicieron altar, pero no como nosotros! ¡Lo he de decir a su ilustrísima!». La santa obra estaba ya acabada. Juntos los excelsos vecinos, acordaron que les faltaba un número de fiestas que les diese preeminencia sobre sus émulos, y entonces decidieron hacer Juegos Florales, como en la capital, de donde tomaron parecer y aviso, pues allí sabían toda minucia en punto a certámenes.

Lo costoso era alcanzar un mantenedor de fama, principalmente política: un ex ministro, ex director o diputado a cortes.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Día Campesino

Gabriel Miró


Cuento


«Y aver alegría
Syn pesar nunca cuede,
Commo syn noche día
Jamás aver non puede».

(El Rabbi Don Sem Tob, Proverbios morales)


Se olía y aspiraba en la mañana una templada miel. Ya tenían los almendros hoja nueva y almendrucos con pelusa de nido; la piel gris de las rígidas higueras se abría, y el grueso pámpano reventaba; y lo más nudoso y negro de las cepas abuelas se alborozaba con sus netezuelos los brotes. Eran rojas las tierras, y así semejaban más calientes. El río, estrecho y centelleante de sol, aparentaba dar de su fondo fuego de oro y era limpia espada que traspasaba la rambla con dichosas heridas de frescura. Venía el agua somera, sin ruido y apenas estremecida por los cantos y guijas de la madre. Estaban rubias y mullidas las márgenes de tamarindos arbusteños; y en lo postrero de la vista, las aguas espaciadas hacían una tranquila y pálida laguna. De dentro, los tamarindos, ya árboles, asomaban sus cimas anchas y doradas como el trigo en las eras o islas románticas; y enteramente lo copiaban las aguas.

Cerca del río tronaba un viejo molino harinero. Delante del portal había un alto álamo de trémula blancura; y en aquellos campos primaverales el árbol grande y blanco parecía arrancado de un paisaje de nieve.

Vinieron de la ciudad a esta ribera dos amigos. Entonces descansaban, sumergiéndose en el dichoso gremio de la dulzura matinal de primavera. De lo alto del aire o de lo hondo de la tierra pasaba a instantes la templanza un estremecimiento, un aleteo rápido y leve de frío, pero frío de invierno, huido, ya lejos.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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