La Flor de las Ruinas
Fernán Caballero
Cuento
Capítulo I
A principios de este siglo, y antes de la invasión de los franceses en la Península Ibérica, se había reunido una numerosa sociedad en una de las casas de campo que circundan a Lisboa como macetas de flores.
Entonces la política estaba circunscrita al Gobierno. ¡Ojalá sucediese hoy lo mismo! Así podríamos decirle con el descanso que exclamaba un marido al contemplar el panteón de su mujer:
Ci gît ma femme... ¡Ah! qu'elle est bien
pour son repos, et pour le mien!
(Aquí yace mi mujer...
Ella descansa, y yo también.)
De esto resultaba que en las sociedades no disputaban, sino que
se divertían, los concurrentes. No tomaban los hombres, para darse
importancia y talante de hombres públicos, esos afectados aires de
madurez, harto desmentidos en la vida privada; ni se anticipaba una
agria y criticadora vejez. Por el contrario, se prolongaba, alguna vez
con exceso, una alegre y móvil juventud; lo que, a lo menos, no hacía a
los hombres antipáticos, hipócritas y arrogantes, ni peor al Gobierno.
Las mujeres, sin tener pretensiones algunas al espíritu de independencia que les quieren inocular las ideas avanzadas, no aspiraban a ser libres; pero eran de hecho soberanas; lo que engendraba el buen gusto y finura de aquella sociedad. La influencia de la mujer es la más selecta cultura que recibe el hombre.
Dominio público
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Publicado el 28 de junio de 2020 por Edu Robsy.