Juan Gual, dado a la historia como a una querida, ha sufrido que ella le arranque los pelos y le arañe la cara.
Los historiadores, los literatos, los futbolistas, ¡psh!, todos son
maniáticos, y el maniático es hombre muerto. Van por una línea, haciendo
equilibrios como el que va sobre la cuerda, y se aprisionan al aire con
el quitasol de la razón.
Sólo los locos exprimen hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más alto de las categorías intelectuales.
Los historiadores son ciegos que tactean; los literatos dicen que
sienten; los futbolistas son policéfalos, guiados por los cuádriceps,
gemelos y soleus.
El historiador Juan Gual. Del gran trapecio de la frente le cuelgan
la pirámide de la nariz y el gesto triangular de la boca, comprendido en
el cuadrilátero de la barbilla.
Mide 1 m. 63 ctms. y pesa 120 lbs. Este es un dato más interesante
que el que podría dar un novelista. María Augusta, abandonando el tibio
baño, secóse cuidadosamente con una amplia y suave toalla y colocóse
luego la fina camisa de batista, no sin antes haberse recreado, con
delectación morbosa, en la contemplación de sus redondas y voluptuosas
formas.
Juan Gual, sorbiendo el rapé de los papeles viejos, descifra lentamente la pálida escritura antigua.
«Sor. Capitán Gral.: Enterado de que los Abitantes del pequeño Pueblo de Callayruc…»
El Copista, después de un momento contesta: «… de Callayruc»
«estavan mal impresionados con especies que su rusticidad…»
«… que su rusticidad»
Bueno, ¿y qué le importan al señor Gual los habitantes del pequeño pueblo de Callayruc? Lo que a mí el mismo señor Gual.
El cuentista es otro maniático. Todos somos maniáticos; los que no, son animales raros.
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