Había una vez un hombre, que no era muy rico, que se casó con una
bella mujer. Una noche de invierno, sentados junto al fuego, comentaban
la felicidad de sus vecinos que eran más ricos que ellos.
—¡Oh! —decía la mujer— si pudiera disponer de todo lo que yo
quisiera, sería muy pronto mucho más feliz que todas estas personas.
—Y yo —dijo el marido—. Me gustaría vivir en el tiempo de las hadas y
que hubiera una lo suficientemente buena como para concederme todo lo
que yo quisiera.
En ese preciso instante, vieron en su cocina a una dama muy hermosa, que les dijo:
—Soy un hada; prometo concederles las tres primeras cosas que deseen;
pero tengan cuidado: después de haber deseado tres cosas, no les
concederé nada más.
Cuando el hada desapareció, aquel hombre y aquella mujer se hallaron muy confusos:
—Para mí, que soy el ama de casa —dijo la mujer— sé muy bien cuál
sería mi deseo: no lo deseo aún formalmente, pero creo que no hay nada
mejor que ser bella, rica y fina.
—Pero, —contestó el marido— aún teniendo todas esas cosas, uno puede
estar enfermo, triste o incluso puede morir joven: sería más prudente
desear salud, alegría y una larga vida.
—¿De qué serviría una larga vida, si se es pobre? —dijo la mujer—.
Eso sólo serviría para ser desgraciado durante más tiempo. En realidad,
el hada habría debido prometer concedernos una docena de deseos, pues
hay por lo menos una docena de cosas que yo necesitaría.
—Eso es cierto —dijo el marido— pero démonos tiempo, pensemos de aquí
a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más necesarias, y
luego las pediremos.
—Puedo pensar en ello toda la noche —dijo la mujer— mientras tanto, calentémonos pues hace frío.
Mientras hablaba, la mujer cogió unas tenazas y atizó el fuego; y
cuando vio que había bastantes carbones encendidos, dijo sin
reflexionar:
Información texto 'Cuento de los Tres Deseos'