Textos más populares este mes publicados el 30 de agosto de 2016 | pág. 2

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fecha: 30-08-2016


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Yorinda y Yoringuel

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un viejo castillo, que se levantaba en lo más fragoso de un vasto y espeso bosque. Lo habitaba una vieja bruja, que vivía completamente sola. De día tomaba la figura de un gato o de una lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su forma humana. Poseía la virtud de atraer a toda clase de aves y animales silvestres, de los que se alimentaba. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del castillo quedaba detenido, sin poder moverse del lugar hasta que ella se lo permitía; y siempre que entraba en aquel estrecho círculo una doncella, la vieja la transformaba en pájaro y, metiéndola en una cesta, la guardaba en un aposento del castillo. Tendría quizás unas siete mil cestas de esta clase.

Vivía también por aquel entonces una doncella llamada Yorinda, más hermosa que ninguna. Era la prometida de un doncel, muy apuesto también, que tenía por nombre Yoringuel. Hallábanse en lo mejor de su noviazgo, y nada les gustaba tanto como estar juntos. Para poder hablar a solas, se fueron un día a pasear por el bosque.

— ¡Guárdate bien — dijo Yoringuel — de acercarte demasiado al castillo!

Era un bello atardecer; el sol brillaba entre las ramas de los árboles, bañando con su luz el verde de la selva, y una tórtola cantaba su lamento desde lo alto de la vieja haya.

De pronto, a Yorinda se le saltaron las lágrimas; sentóse al sol, y se echó a llorar; y también lloraba Yoringuel. Ambos se sentían presa de una extraña angustia, como si presintieran la proximidad de la muerte. Miraban a su alrededor, desconcertados, y no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba; sólo la mitad de su disco sobresalía de la cima de la montaña cuando Yoringuel, al dirigir la mirada a través de la maleza, descubrió, a muy poca distancia, el viejo muro del castillo. Aterrorizado, sintió una angustia de muerte, mientras Yorinda cantaba:


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Una mujer tenía tres hijas: la mayor se llamaba Un Ojito, porque sólo tenía un ojo en medio de la frente; la segunda se llamaba Dos Ojitos, porque tenía dos ojos como todo el mundo; y la tercera se llamaba Tres Ojitos, porque tenía los dos de todo el mundo, más uno de propina en la frente. Y como la segunda era igual que todas las personas, ni su madre ni sus hermanas la podían soportar. Siempre le estaban diciendo:

— ¡Qué niña más ordinaria! No te distingues nada de la gente corriente; no pareces de nuestra familia.

Y la trataban mal, la vestían con los peores trajes y no le daban de comer más que las sobras.

Un día, la mandaron al campo a cuidar la cabra; y la niña estaba llorando porque tenía hambre. En esto, vio a una mujer que le dijo:

— Dos Ojitos, ¿por qué lloras?.

— ¡Ay, soy muy desgraciada! Tengo dos ojos como todo el mundo, y ni mi madre ni mis hermanas me quieren; siempre me están empujando, me dan los vestidos rotos y me dejan sin comer. Hoy he comido tan poco, que me estoy muriendo de hambre.

Y la mujer que era un hada, le dijo:

— No llores más; voy a decirte unas palabras mágicas, para que ya nunca vuelvas a pasar hambre. Basta que digas a la cabra: “¡Bala, cabrita!

¡Cúbrete, mesita! ”. Y, en cuanto lo digas, aparecerá delante de ti una mesa llena de platos muy buenos, y podrás comer todo lo que quieras. Cuando termines de comer, dirás: “¡Bala, cabrita!

¡Quítate, mesita!”. Y la mesa desaparecerá.

El hada se marchó, y Dos Ojitos se quedó pensando: “ Voy a probar si todo eso es verdad, porque tengo mucha hambre”. “¡Bala, cabrita!


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Novia del Bandolero

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un molinero que tenía una hija muy linda, y cuando ya fue crecida, deseaba verla bien casada y colocada. Pensaba: «Si se presenta un pretendiente como Dios manda y la pide, se la daré».

Poco tiempo después, llegó uno que parecía muy rico, y como el molinero no sabía nada malo de él, le prometió a su hija. La muchacha, sin embargo, no sentía por él la inclinación que es natural que una prometida sienta por su novio, ni le inspiraba confianza el mozo. Cada vez que lo veía o pensaba en él, una extraña angustia le oprimía el corazón. Un día le dijo él:

— Eres mi prometida, y nunca has venido a visitarme.

Respondió la doncella:

— Aún no sé dónde está tu casa.

— Mi casa está en medio del bosque oscuro —contestó el novio.

Ella todo era inventar pretextos, diciendo que no sabría hallar el camino, pero un día el novio le dijo muy decidido:

— El próximo domingo tienes que venir a casa. He invitado ya a mis amigos, y para que encuentres el camino en el bosque, esparciré cenizas.

Llegó el domingo, y la muchacha se puso en camino; sin saber por qué, sentía un extraño temor, y para asegurarse de que a la vuelta no se extraviaría, llenóse los bolsillos de guisantes y lentejas.

A la entrada del bosque vio el rastro de ceniza y lo siguió; pero a cada paso tiraba al suelo, a derecha e izquierda, unos guisantes. Tuvo que andar casi todo el día antes de llegar al centro del bosque, donde más oscuro era. Allí había una casa solitaria, de aspecto tenebroso y lúgubre. Dominando su aprensión, entró en la casa; dentro reinaba un profundo silencio, y no se veía nadie en parte alguna. De pronto se oyó una voz:

«Vuélvete, vuélvete, joven prometida.

Asesinos viven en esta guarida».

La muchacha levantó los ojos y vio que la voz era de un pájaro, encerrado en una jaula que colgaba de la pared. El cual repitió:


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Buen Negocio

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un campesino llevó su vaca al mercado, donde la vendió por siete escudos. Cuando regresaba a su casa hubo de pasar junto a una charca, y ya desde lejos oyó croar las ranas: «¡cuak, cuak, cuak!».

— ¡Bah! —dijo para sus adentros—. Ésas no saben lo que se dicen. Siete son los que he sacado, y no cuatro—. Al llegar al borde del agua, las increpó:

— ¡Bobas que sois! ¡Qué sabéis vosotras! Son siete y no cuatro.

Pero las ranas siguieron impertérritas: «cuak, cuak, cuak».

— Bueno, si no queréis creerlo los contaré delante de vuestras narices.

Y sacando el dinero del bolsillo, contó los siete escudos, a razón de veinticuatro reales cada uno. Pero las ranas, sin prestar atención a su cálculo, seguían croando: «cuak, cuak, cuak».

— ¡Caramba con los bichos! —gritó el campesino, amoscado—. Puesto que os empeñáis en saberlo mejor que yo, contadlo vosotras mismas.

Y arrojó las monedas al agua, quedándose de pie en espera de que las hubiesen contado y se las devolviesen. Pero las ranas seguían en sus trece, y duro con su «cuak, cuak, cuak», sin devolver el dinero. Aguardó el hombre un buen rato, hasta el anochecer; pero entonces ya no tuvo más remedio que marcharse. Púsose a echar pestes contra las ranas, gritándoles:

— ¡Chapuzonas, cabezotas, estúpidas! ¡Podéis tener una gran boca para gritar y ensordecernos, pero sois incapaces de contar siete escudos! ¿Os habéis creído que aguardaré aquí hasta que hayáis terminado?

Y se marchó, mientras lo perseguía el «cuak, cuak, cuak» de las ranas, por lo que el hombre llegó a su casa de un humor de perros.


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Oca de Oro

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un hombre tenía tres hijos, al tercero de los cuales llamaban «El zoquete», que era menospreciado y blanco de las burlas de todos. Un día quiso el mayor ir al bosque a cortar leña; su madre le dio una torta de huevos muy buena y sabrosa y una botella de vino, para que no pasara hambre ni sed. Al llegar al bosque encontróse con un hombrecillo de pelo gris y muy viejo, que lo saludó cortésmente y le dijo:

— Dame un pedacito de tu torta y un sorbo de tu vino. Tengo hambre y sed.

El listo mozo respondió

— Si te doy de mi torta y de mi vino apenas me quedará para mí; sigue tu camino y déjame —y el viejo quedó plantado y siguió adelante. Se puso a cortar un árbol, y al poco rato pegó un hachazo en falso y el hacha se le clavó en el brazo, por lo que tuvo que regresar a su casa a que lo vendasen. Con esta herida pagó su conducta con el hombrecillo.

Partió luego el segundo para el bosque, y, como al mayor, su madre lo proveyó de una torta y una botella de vino. También le salió al paso el viejecito gris, y le pidió un pedazo de torta y un trago de vino. Pero también el hijo segundo le replicó con displicencia:

— Lo que te diese me lo quitaría a mí; ¡sigue tu camino! ­y dejando plantado al anciano, se alejó. No se hizo esperar el castigo. Apenas había asestado un par de hachazos a un tronco cuando se hirió en una pierna, y hubo que conducirlo a su casa.

Dijo entonces «El zoquete»:

— Padre, déjame ir al bosque a buscar leña.

— Tus hermanos se han lastimado —contestóle el padre—; no te metas tú en esto, pues no entiendes nada.

Pero el chico insistió tanto, que, al fin, le dijo su padre: —Vete, pues, si te empeñas; a fuerza de golpes ganarás experiencia.


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Los Niños de Oro

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Éranse un hombre y una mujer muy pobres; no tenían más que una pequeña choza, y sólo comían lo que el hombre pescaba el mismo día. Sucedió que el pescador, al sacar una vez la red del agua, encontró en ella un pez de oro, y mientras lo contemplaba admirado, púsose el animal a hablar, y dijo:

— Óyeme, pescador; si me devuelves al agua, convertiré tu pobre choza en un magnífico palacio.

Respondióle el pescador:

— ¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué comer?

Y contestó el pez:

— También remediaré esto, pues habrá en el palacio un armario que, cada vez que lo abras, aparecerá lleno de platos con los manjares más selectos y apetitosos que quedas desear.

— Si es así — respondió el hombre, — bien puedo hacerte el favor que me pides.

— Sí — dijo el pez, — pero hay una condición: No debes descubrir a nadie en el mundo, sea quien fuere, de dónde te ha venido la fortuna. Una sola palabra que digas, y todo desaparecerá.

El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso y se fue a su casa. Pero donde antes se levantaba su choza, había ahora un gran palacio. Abriendo unos ojos como naranjas, entró y se encontró a su mujer en una espléndida sala, ataviada con hermosos vestidos. Contentísima, le preguntó:

— Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡La verdad es que me gusta!

— Sí — respondióle el hombre, — a mí también; pero vengo con gran apetito, dame algo de comer.

— No tengo nada — respondió ella — ni encuentro nada en la nueva casa.

— No hay que apurarse — dijo el hombre; — veo allí un gran armario: ábrelo.

Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne, fruta y vino, que daba gloria verlos. Exclamó entonces la mujer, no cabiendo en sí de gozo:

— Corazón, ¿qué puedes ambicionar aún?


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Madre Nieve

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Cierta viuda tenía dos hijas, una de ellas hermosa y diligente; la otra, fea y perezosa. Sin embargo, quería mucho más a esta segunda, porque era verdadera hija suya, y cargaba a la otra todas las faenas del hogar, haciendo de ella la cenicienta de la casa. La pobre muchacha tenía que sentarse todos los días junto a un pozo, al borde de la carretera, y estarse hilando hasta que le sangraban los dedos. Tan manchado de sangre se le puso un día el huso, que la muchacha quiso lavarlo en el pozo, y he aquí que se le escapó de la mano y le cayó al fondo. Llorando, se fue a contar lo ocurrido a su madrastra, y ésta, que era muy dura de corazón, la riñó ásperamente y le dijo:

— ¡Puesto que has dejado caer el huso al pozo, irás a sacarlo!

Volvió la muchacha al pozo, sin saber qué hacer, y, en su angustia, se arrojó al agua en busca del huso. Perdió el sentido, y al despertarse y volver en sí, encontróse en un bellísimo prado bañado de sol y cubierto de millares de florecillas. Caminando por él, llegó a un horno lleno de pan, el cual le gritó:

— ¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.

Acercóse ella, y, con la pala, fue sacando las hogazas. Prosiguiendo su camino, vio un manzano cargado de manzanas, que le gritó, a su vez:

— ¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.

Sacudiendo ella el árbol, comenzó a caer una lluvia de manzanas, hasta no quedar ninguna, y después que las hubo reunido en un montón, siguió adelante. Finalmente, llegó a una casita, a una de cuyas ventanas estaba asomada una vieja; pero como tenía los dientes muy grandes, la niña echó a correr, asustada. La vieja la llamó:


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Juan con Suerte

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Juan había servido siete años a su amo, y le dijo:

— Mi amo, he terminado mi tiempo, y quisiera volverme a casa, con mi madre. Pagadme mi soldada.

Respondióle el amo:

— Me has servido fiel y honradamente; el premio estará a la altura del servicio — y le dio un pedazo de oro tan grande como la cabeza de Juan. Sacó éste su pañuelo del bolsillo, envolvió en él el oro y, cargándoselo al hombro, emprendió el camino de su casa. Mientras andaba, vio a un hombre montado a caballo, que avanzaba alegremente a un trote ligero.

— ¡Ay! — exclamó Juan en alta voz —, ¡qué cosa más hermosa es ir a caballo! Va uno como sentado en una silla, no tropieza contra las piedras ni se estropea las botas, y adelanta sin darse cuenta.

Oyólo el jinete y, deteniendo el caballo, le dijo:

— Oye, Juan, ¿por qué vas a pie?

— ¡Qué remedio me queda! — respondió el mozo —. He de llevar este terrón a casa; cierto que es de oro, pero no me deja ir con la cabeza derecha, y me pesa en el hombro.

— ¿Sabes qué? — díjole el caballero —. Vamos a cambiar; yo te doy el caballo, y tú me das tu terrón.

— ¡De mil amores! — exclamó Juan —. Pero tendréis que llevarlo a cuestas, os lo advierto.

Apeóse el jinete, cogió el oro y, ayudando a Juan a montar, púsole las riendas en la mano y le dijo:

— Si quieres que corra, no tienes sino chasquear la lengua y gritar «¡hop, hop!».


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La Novia del Conejillo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían en un hermoso huerto plantado de coles. Y he aquí que, en invierno, viene un conejillo y se pone a comer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:

— Ve al huerto y echa al conejillo. Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Y dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al día siguiente vuelve el conejillo y se come las coles; y dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al tercer día vuelve aún el conejillo y se come las coles. Dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Dice la muchacha:

— ¡Chú! ¡Chú!, ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

La muchacha monta en la colita del conejillo, y el conejillo la lleva lejos, lejos, a su casita y le dice:

— Ahora cuece berzas y mijo; invitaré a los que han de asistir a la boda.

Y llegaron todos los invitados. (¿Que quiénes eran los invitados? Tal como me lo dijeron, os lo diré: eran todos los conejos, y el grajo hacía de señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.)

Pero la niña se sentía sola y estaba triste. Viene el conejillo y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres!

La novia se calla y se echa a llorar. Conejillo se marcha, Conejillo vuelve, y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos!


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Las Tres Lenguas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


En Suiza vivía una vez un viejo conde que tenía sólo un hijo, que era tonto de remate e incapaz de aprender nada. Díjole el padre:

— Mira, hijo: por mucho que me esfuerzo, no logro meterte nada en la cabeza. Tendrás que marcharte de casa; te confiaré a un famoso maestro; a ver si él es más afortunado.

El muchacho fue enviado a una ciudad extranjera, y permaneció un año junto al maestro.

Transcurrido dicho tiempo, regresó a casa, y su padre le preguntó:

— ¿Qué has aprendido, hijo mío?

— Padre, he aprendido el ladrar de los perros.

— ¡Dios se apiade de nosotros! —exclamó el padre—; ¿es eso todo lo que aprendiste? Te enviaré a otra ciudad y a otro maestro.

El muchacho fue despachado allí, y estuvo otro año con otro maestro. Al volver le preguntó de nuevo el padre:

— Hijo mío, ¿qué aprendiste?

Respondió el chico:

— Padre, he aprendido lo que dicen los pájaros.

Enfadóse el conde y le dijo:

— ¡Desgraciado! Has disipado un tiempo precioso sin aprender nada. ¿No te avergüenzas de comparecer a mi presencia? Te enviaré a un tercer maestro; pero si tampoco esta vez aprendes nada, renegaré de ti.

El hijo residió otro año entero al cuidado del tercer maestro. y cuando, al regresar a su casa, le preguntó su padre:

— Hijo mío, ¿qué has aprendido? — contestó el muchacho:

— Padre, este año he aprendido el croar de las ranas.

Fuera de sí por la cólera, el padre llamó a toda la servidumbre y les dijo:

— Este hombre ha dejado de ser mi hijo; lo echo de mi casa. ¡Llevadle al bosque y dadle muerte!

Los criados se lo llevaron; pero cuando iban a cumplir la orden de matarle, sintieron compasión y lo soltaron. Cazaron un ciervo, le arrancaron la lengua y los ojos, y los presentaron al padre como prueba de obediencia.


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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