Para Armand
Silvestre
Mi querido colega y amigo
Tengo una pequeña historia para
usted, un cuentecillo anodino. Espero que le guste si es que
llego a contarlo bien, tan bien como la persona que me lo
contó.
La tarea no es fácil en absoluto, ya
que mi amiga es una mujer de espíritu imperecedero y de
expresión libre. Yo nunca he tenido los mismos recursos. No
puedo, como ella, dar este loco júbilo a las cosas que cuento;
y, reducido a la necesidad de no utilizar palabras demasiado
especiales, me declaro incapaz de encontrar, como usted, los
delicados sinónimos.
Mi amiga, que es además una mujer de
teatro de gran talento, no me ha autorizado a hacer pública su
historia.
Así que me veo obligado a reservar
sus derechos de autor por si ella quisiera, un día u otro,
escribir esta aventura ella misma. Lo haría mejor que yo, no
lo dudo. Siendo mejor conocedora del tema, encontraría además
mil detalles divertidos que yo no puedo inventar.
Pero vea usted en qué aprieto me
encuentro. Necesitaría, desde la primera palabra, encontrar un
vocablo similar, y querría que fuese genial. La tos no es mi
problema. Para entendernos, necesito un comentario o una
perífrasis del estilo del abad Delille:
—La tos de que se trata jamás procede
de la garganta.
Dormía mi amiga al lado de un hombre
amado. Era de noche, claro.
A este hombre ella lo conocía poco, o
más bien desde hacía poco. Estas cosas ocurren a veces,
principalmente en el mundo del teatro. Dejemos que se asombren
los burgueses. En cuanto a dormir al lado de un hombre poco
importa que se le conozca poco o mucho, esto casi no modifica
la manera de actuar en la intimidad del lecho. Si yo fuera
mujer creo que preferiría los amigos nuevos. Deben de ser, en
todos los aspectos, más amables que los asiduos.
Información texto 'La Tos'