Ojo, Colón
Arturo Robsy
Cuento
El que se preocupa de los ecos de sociedad en los descansos de Cristal, seguramente se ha enterado de que a Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana, le han buscado un buen partido: nada menos que la Estatua de la Libertad de Nueva York.
Se trata, claro, del Cristóbal Colón que contempla Barcelona subido a una columna y no se cansa de señalar las bellezas del lugar o la Ciudad Olímpica. Alguna mente, cansada de trabajar en el vacío, ha emitido la idea de celebrar un matrimonio entre Don Cristóbal y Doña Libertad. Los broncíneos novios no han objetado nada, aunque él es mucho mayor y ella mucho más voluminosa.
El pensador o pensadores, escapados a medio disecar de algún tarro de formol, suponen haber dado con un bonito gesto simbólico: Colón, que va a América, y la Libertad que, viendo lo que ve en Manhattan, está de vuelta de todo.
Dotados de un cerebro incipiente, todavía no han reparado en que La Liber tiene una hermana parisina, que en realidad es la misma, pero acabarán descubriéndolo y, a la postre, nos explicarán que mucho más simbólico es un matrimonio a tres bandas: Colón con las dos Libertades, una a la izquierda, francesa y presta a hacer rodar cabezas, y otra a la derecha, del Partido Republicano, dispuesta a meter mano a cuanto dólar divise.
Insisto en que no sé qué ganglio nervioso ha alumbrado la idea, pero no puede tratarse de un ganglio español. Un Latinoespañol, conocedor de las costumbres endémicas, no ignoraría que decenas de jueces cimarrones vagan por calles y campos prestos a caer sobre quien se descuida.
Si el Almirante de la Mar Océana, lleno de vigor a los quinientos años, se casa con las Libertades, no faltará magistrado que, tras meditar en su guarida, comprenda que está ante un caso clarísimo de bigamia. Simbólica, pero bigamia.
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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.