El doctor Hyde en Usher
Cristóbal Miró Fernández
Reflexión
Dominio público
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Publicado el 15 de mayo de 2022 por Cristóbal Miró Fernández .
Dominio público
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Publicado el 15 de mayo de 2022 por Cristóbal Miró Fernández .
Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle.
Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.
Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba.
—Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.
Mas el joven le respondió:
—No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.
—¿Y por qué lloras, entonces?
—Porque a mí no me han crucificado.
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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Llegó un día una zorra a un prado donde había una manada de gansos gordos y hermosos y, echándose a reír, dijo:
— Llego a punto, pues os encuentro a todos reunidos tan lindamente, para merendarme uno tras otro.
Los gansos, asustadísimos, pusieron el grito en el cielo, se alborotaron y se deshicieron en lamentaciones y súplicas. Pero la zorra, cerrando los oídos a sus voces y quejas, dijo:
— ¡No hay piedad, moriréis todos!
Al fin, una de las aves cobró ánimos y suplicó:
— Puesto que, infelices de nosotros, hemos de renunciar a la vida, a pesar de nuestra juventud, concédenos siquiera la gracia de rezar una oración para que no muramos en pecado. Después nos colocaremos en fila para que puedas elegir a los más gordos.
— Bueno — admitió la zorra, — esto es de razón y, además, es una petición piadosa. Orad y aguardaré.
Entonces comenzó el primero a entonar una larga plegaria repitiendo «¡guac! ¡guac! ¡guac!», y, como nunca terminaba, el segundo, sin aguardar su turno, empezó a su vez: «¡guac! ¡guac! ¡guac!», y siguieron luego el tercero y el cuarto, hasta que se pusieron todos a graznar a la vez. (Y cuando hayan terminado su oración, proseguiremos el cuento, porque hasta ahora siguen rezando.)
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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
—¿Qué te parezco en este instante? —dijo la nube al aeronauta.
—Una ballena.
—¿Y ahora? —repitió un momento después.
—Una montaña obscura.
La nube, movida por el viento, se extendió, y la luz del sol la coloreó de rojo y amarillo.
—Ahora pareces la bandera española.
No bien dijo aquello el aeronauta, la nube, volviendo a deshacerse, tomó el aspecto de una cascada de fuego mezclado con espuma.
—Mantente en ese estado —dijo el hombre—; deja que admire esa decoración maravillosa.
Pero la nube se había convertido en una fragata que flotaba por el espacio con todas las velas desplegadas.
—Contén los vapores —repitió el hombre— para que no deshagan esa nueva forma: quiero tomar un croquis.
—Es imposible —respondió la nube—. ¿Ves? Me he convertido en serpiente... ahora soy una falda de encaje; admira la variedad y riqueza de mis formas.
—Pero ¿cuál es la tuya natural?
—¿Acaso lo sé? Todas y ninguna: las que me dan la luz, el viento y el capricho.
—¿Habrá en el mundo —dijo el aeronauta al tocar tierra— nada tan inconstante y variable como la nube?
—Sí —le contestaron—; en tu imaginación y en la de todos. Sólo varía en el nombre, porque le llamamos el capricho.
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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.
Una larga noche de invierno. Y la mujer gritaba sin cesar, retorciendo su cuerpo flaco, mordiendo las sábanas sucias. Una vieja vecina de buhardilla se obstinaba en hacerla tragar de un vino espeso y azul. La llama del quinqué moría lentamente.
El papel de los muros, podrido por el agua, se despegaba en grandes harapos, que oscilaban al soplo nocturno.
Junto a la ventana dormía la máquina de coser, con la labor prendida aún entre los dientes. La luz se extinguió, y la mujer, bajo los dedos temblorosos de la vieja, siguió gritando en la sombra.
Parió de madrugada. Ahora un extraño y hondo bienestar la invadía.
Las lágrimas caían dulcemente de sus ojos entornados. Estaba sola con su hijo. Porque aquel paquetito de carne blanda y cálida, pegado a su piel, era su hijo…
Amanecía. Un fulgor lívido vino a manchar la miserable estancia. Afuera, la tristeza del viento y de la lluvia.
La mujer miró al niño, que lanzaba su gemido nuevo y abría y acercaba la boca, la roja boca ancha, ventosa, sedienta de vida y de dolor, Y entonces la madre sintió una inmensa ternura subir a su garganta. En vez de dar el seno a su hijo, le dió las manos, sus secas manos de obrera; agarró el cuello frágil, y apretó. Apretó generosamente, amorosamente, implacablemente. Apretó hasta el fin.
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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
De una casa cercana salía un ruido metálico y acompasado. En un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras, trabajaban unos hombres en la forja. Uno movía el fuelle que resoplaba, haciendo crepitar el carbón, lanzando torbellinos de chispas y llamas como lenguas pálidas, áureas, azulejas, resplandecientes. Al brillo del fuego en que se enrojecían largas barras de hierro, se miraban los rostros de los obreros con un reflejo trémulo. Tres yunques ensamblados en toscas armazones resistían el batir de los machos que aplastaban el metal candente, haciendo saltar una lluvia enrojecida. Los forjadores vestían camisas de lana de cuellos abiertos y largos delantales de cuero. Acanzábaseles a ver el pescuezo gordo y el principio del pecho velludo, y salían de las mangas holgadas los brazos gigantescos, donde, como en los de Anteo, parecían los músculos redondas piedras de las que deslavan y pulen los torrentes. En aquella negrura de caverna, al resplandor de las llamaradas, tenían tallas de cíclopes. A un lado, una ventanilla dejaba pasar apenas un haz de rayos de sol. A la entrada de la forja, como en un marco oscuro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre aquel fondo de hollín y de carbón, sus hombros delicados y tersos que estaban desnudos hacían resaltar su bello color de lis, con un casi imperceptible tono dorado.
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Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.
El combate parecía terminado, cuando una última bala —una bala perdida— vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.
Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.
Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar.
Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil.
Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera.
Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo.
Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección.
Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas.
Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. Él sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. Él las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante.
Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de las blasfemias. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible, y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota.
A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las “b” y a las “f” pertenecía un anciano obispo de Mirepoix, que a comienzos de este siglo pasaba por ser un santo. Cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.
—Monseñor —exclamó al fin el cochero, a punto de estallar—, mientras permanezcas ahí mis caballos no podrán dar un paso.
—¿Y por qué no? —contestó el obispo.
—Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y Vuestra Ilustrísima se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si no me lo permite.
—Bueno, bueno —contestó el obispo, zalamero, santiguándose—, blasfema, pues, hijo mío, pero lo menos posible.
El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo… y llegan sin novedad.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Hubo una vez un casal humano nacido en una tierra virgen. Como eran sanos, fuertes y animosos y se ahogaban en el ambiente de la aldea donde torpes capitanejos, astutos leguleyos, burócratas sebones disputaban preeminencias y mendrugos, largáronse y sumergiéronse en lo ignoto de la medrosa soledad pampeana. En un lugar que juzgaron propicio, acamparon. Era en la margen de de un arroyuelo, que ofrecía abrigo, agua y leña. Un guanaco, apresado con las boleadoras, aseguró por varios días el sustento. El hombre fué al monte, y sin más herramienta que su machete, tronchó, desgajó y labró varios árboles. Mientras éstos se oreaban a la intemperie, dióse a cortar paja brava en el estero inmediato. Luego, con el mismo machete, trazó cuatro líneas en la tierra, dibujando un cuadrilátero, en cada uno de cuyos ángulos cavó un hoyo profundo, y en cada uno clavó cuatro horcones. Otros dos hoyos sirvieron para plantar los sostenes de la cumbrera. Con los sauces que suministraron las "tijeras” y las ramas de "envira” que suplieron los clavos, quedó armado el rancho. Con ramas y barro, alzó el hombre animoso las paredes de adobe; y luego después hizo la techumbre con la “quincha” de paja, y quedó lista la morada, construcción mixta basada en la enseñanza de dos grandes arquitectos agrestes: el hornero y el boyero.
Y así nació el primer rancho, nido del gaucho.
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Publicado el 11 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
En este ensayo se comenta la obra del Dr. Ramón Gallegos Nava en la que nos presenta una amplia visión de lo que es la educación holista cuyo propósito final es el desarrollo de la conciencia. Además, da a conocer el objetivo de esta educación, las bases en las cuales se sustenta, su bifurcación con la escuela tradicionalista pero sobre todo lo que considera primordial, la espiritualidad como un camino de luz para alcanzar el conocimiento de nuestra verdadera naturaleza como seres espirituales. Expone, así mismo, los principios más generales de la filosofía perenne y su relación con la educación holista a través de la evolución de la conciencia.En este ensayo se comenta la obra del Dr. Ramón Gallegos Nava en la que nos presenta una amplia visión de lo que es la educación holista cuyo propósito final es el desarrollo de la conciencia. Además, da a conocer el objetivo de esta educación, las bases en las cuales se sustenta, su bifurcación con la escuela tradicionalista pero sobre todo lo que considera primordial, la espiritualidad como un camino de luz para alcanzar el conocimiento de nuestra verdadera naturaleza como seres espirituales. Expone, así mismo, los principios más generales de la filosofía perenne y su relación con la educación holista a través de la evolución de la conciencia.
Leer / Descargar texto 'Educación holista la pedagogía del amor universal'
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Publicado el 10 de diciembre de 2020 por Fundación Ramón Gallegos.