Reglas de la Comunidad
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Pokémon Go, Comunidad.
Licencia limitada
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Publicado el 21 de noviembre de 2018 por Felipe.
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Publicado el 21 de noviembre de 2018 por Felipe.
Al gatillo le mueve un dedo; al dedo, un músculo; al músculo, un nervio; al nervio, la voluntad, y á la voluntad la sensación producida por un agente externo. Cuando este agente recibe un balazo es que se suicida.
Mi Silverio se entretiene en el jardín tirando con una escopeta
de salón. He recortado el sello de un pliego de tres reales, que
afortunadamente no sirvió, y lo he colocado sobre el boton de la
plancha; para que mi hijo atine más fácilmente.
Silverio, ayer tarde, se desesperaba.
—Yo creo que he dado en el sello.
—Te equivocas; hubiera salido el mono.
—O no.
—Fatalmente. Y recuerda la máxima: cuando no salga, no has dado; y cuando veas salir súbitamente un monigote con mucha arrogancia, es que has hecho blanco.
—¿Y tiro sobre él mono?
—Nunca: siempre al blanco, y afinando.
—Eso se dice, pero...
—Figúrate que el monigote que está oculto allí es un miserable que calumnia á tu madre, un cobarde que se venga de mis desprecios, privándome de mis bienes y de mi libertad, y un malvado que ampara á los niños robándoles su hijuela y su alegría. Es preciso desenmascarar á ese traidor; es preciso que hagas blanco y que aparezca ese canalla; va en ello la felicidad de este hogar. Apunta, Silverio.
El chiquillo tendió el arma, inclinó sobre la culata la hermosa cabeza y apuntó.
—No tengas prisa: siempre á tiro hecho.
Atendí, porque me interesaba conocer cómo los músculos de mi hijo obedecían á sus nervios.
Silverio apuntó medio minuto, y después echó á correr, dió con la culata en el sello, y se quedó amenazando al aparecido monigote.
—Pero, chico...
—Déjeme usted; cuando sepa tirar haré otra cosa, pero ahora, aunque sea á culatazos.
Dominio público
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Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
¿Sabías todo esto?
Pues yo sé que soy un canalla, un miserable, un holgazán, un egoísta. Desde ayer estoy temblando ante el temor de que vinieras. Pero ¿sabes lo que más me preocupaba estos últimos días? El hecho de que aparecí ante ti como un héroe, y pronto me verías sucio y mísero.
Dominio público
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Publicado el 3 de octubre de 2022 por Lucas M..
Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.
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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
—Silverio, estate quietecito.
—Pero, mamá, siempre me pide usted que me esté quieto.
—Porque es lo único que necesito de tí.
Dejé la pluma y subí á cubierta porque oí rotar la caña.
El piloto me llamó desde el puente para ofrecerme una taza de café. El capitán, que se paseaba por el alcázar, me detuvo:
—No acepte usted; el café le excita, ¿sabe? mañana veremos tierra de Puerto Rico. Si va malo, le dejo allí.
—¡No lo quiera Dios!
—Ni yo le dejare, ¿sabe? ¿Qué ha escrito esta noche?
—Un artículo acerca de las autoridades.
—¿Y á usted que le importan si es usted bueno?
—No basta. Es mi obsesión. Temo siempre morir inocente en un patíbulo.
—¡Vaya! ¡Cálmese, niño!
—Eso mataría á mi santa madre, que tanto se ha esforzado en hacerme caballero. Y mi esposa sería la mujer de un presidiario. Y mi nene bonito maldeciría á su padre.
—Pero, cálmese. Eso no ocurrirá nunca; eso no es posible.
—¿Qué no es posible? ¿Es posible que aquí, en esta inmensa soledad del Océano y del firmamento, que se reúnen en un horizonte no interrumpido, podamos rompernos la cabeza contra tierra?
—Sí, señor.
—¿Cómo?
—Dando en un bajo.
—¿Y qué es un bajo?
—Un punto que...
—Un punto que está demasiado alto. Pues todas las grandezas que la Humanidad lleva consigo al navegar por el mar de la vida pueden perecer súbitamente, porque los bajos están muy altos.
—¿Lo dice usted por mí?—me preguntó el piloto desde el puente.
—No, señor.
—Pues camará, suba usted á tomar café. Y á esos bajos, ¡qué los balicen!
Dominio público
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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
Ocurrió una vez que el gato se encontró en un bosque con la señora zorra, y pensando: «Es lista, experimentada y muy considerada en el mundo», dirigiósele amablemente en estos términos:
— Buenos días, mi estimada señora zorra. ¿Qué tal está su señoría? ¿Cómo le va en estos tiempos difíciles?
La zorra, henchida de orgullo, miró al gato despectivamente de pies a cabeza, y estuvo un buen rato meditando si valía la pena contestarle; pero, al fin, dijo:
— ¡Oh, mísero lamebigotes, necio abigarrado, muerto de hambre, cazarratones, ¿qué te ha pasado por la cabeza? ¿Cómo te atreves a preguntarme si lo paso bien o mal? ¿Qué has aprendido tú, vamos a ver? ¿Cuántas artes conoces?
— No conozco más que una —respondió el gato modestamente.
— ¿Y cuál es esta arte tuya? —inquirió la zorra.
— Cuando los perros me persiguen, sé subirme de un brinco a un árbol, y, de este modo, me salvo de ellos.
— ¿Y es eso todo lo que sabes? —dijo la zorra—. Pues yo domino más de cien tretas, y aún me queda un saco lleno de ellas. Me das lástima; vente conmigo y te enseñaré la manera de escapar de los perros.
En aquel momento se presentó un cazador con cuatro lebreles. El gato, veloz, saltó a un árbol y sentóse en la copa, bien oculto por las ramas y el follaje.
— ¡Abrid el saco, señora zorra, abrid el saco! —gritó desde arriba; pero los canes habían hecho ya presa en la zorra y no la soltaban.
— ¡Ay!, señora zorra —prosiguió el gato—, con vuestras cien tretas os han cogido. ¡Si hubieseis sabido trepar como yo, habríais salvado la vida!
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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
Leer / Descargar texto 'Amor mío pt1'
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Publicado el 26 de agosto de 2020 por Bruno.
(Una solución)
Diálogo en la cervecería del Quebec's Inn entre un Exchange-broker y su hijo.
—Dí, papá; ¿vamos á estar en este país mucho tiempo?
—Quizás estemos poco... quizás estaremos siempre.
—¿Y mámá?
—Ha muerto.
—¡Muerta!...
—Un agente de policía la dió un culatazo. ¿Oyes? un culatazo. Oyelo bien.
—¿Y de qué murió?
—El médico creyó que de una meningitis: un magistrado dijo que la había matado la rabia, y yo creo que murió de vergüenza... Porque nos avergüenzan... Ya lo sabes.
Un minuto de silencio.
—Oye, papá; ¿por qué bota la pelota?
—¿Por qué preguntas eso?
—Contéstame.
—Pues bien; al dar en el suelo se oprime el aire que hay dentro de la esfera de goma; este aire trata de recobrar su volumen primitivo, y este esfuerzo de reacción se efectúa en todos sentidos: la fuerza hacia abajo se neutraliza con la resistencia del suelo, y la que va hacia arriba puede con la pelota y la levanta en el aire... Y basta.
Otra pausa.
—Contesta, y no te incomodes
—Di.
—De modo que si la doy con mucho empuje botará mucho.
—Sí, hijo, sí.
—¿Y si la diese con mucha fuerza... con la fuerza de toda la pólvora que hay en Inglaterra?
—¿Qué es eso?
—Sí, papá; yo la empujo con todo mi cuerpo, y con toda esa fuerza...
—Pero entonces darías de bruces en tierra y te estrellarías.
—Bueno; me estrellaría, pero la pelota subiría mucho, mucho... ¿Hasta dónde?
—No sé.
—Subiría hasta el cielo; hasta donde está mamá.
—¿Qué dices, hijo?
—Calla, calla, papá. Ya ves que oía cuando me contaste lo del culatazo.
Dominio público
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Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.
Dominio público
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Publicado el 23 de mayo de 2022 por Cristóbal Miró Fernández .
Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. Poco hay en su aspecto que recuerde a la época en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia. Sin embargo, quien está al tanto de esa circunstancia, algo nota. Y hace poco pude ver en la entrada a un simple ujier que lo contemplaba admirativamente, con la mirada profesional del carrerista consuetudinario, mientras el doctor Bucéfalo, alzando gallardamente los muslos y haciendo resonar el mármol con sus pasos, ascendía escalón por escalón la escalinata.
En general, la Magistratura aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa perspicacia, dicen que dada la organización actual de la sociedad, Bucéfalo se encuentra en una posición un poco difícil y que en consecuencia, y considerando además su importancia dentro de la historia universal, merece por lo menos ser admitido. Hoy —nadie podría negarlo— no hay ningún Alejandro Magno. Hay muchos que saben matar; tampoco escasea la habilidad necesaria para asesinar a un amigo de un lanzazo por encima de la mesa del festín; y para muchos Macedonia es demasiado reducida, y maldicen en consecuencia a Filipo, el padre; pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Aun en sus días las puertas de la India estaban fuera de todo alcance, pero no obstante, la espada del rey señaló el camino. Hoy dichas puertas están en otra parte, más lejos, más arriba; nadie muestra el camino; muchos llevan espadas, pero sólo para blandirlas, y la mirada que las sigue sólo consigue marearse.
Por eso, quizá, lo mejor sea hacer lo que Bucéfalo ha hecho, sumergirse en la lectura de los libros de derecho. Libre, sin que los muslos del jinete opriman sus flancos, a la tranquila luz de la lámpara, lejos del estruendo de las batallas de Alejandro, lee y vuelve las páginas de nuestros antiguos textos.
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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.