Textos mejor valorados | pág. 58

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Tabaco y Flores

Eduardo Robsy


Cuento


Ayer por la noche fui a la vieja casa familiar a recoger algunos libros que tenía que consultar. Llevaba un par de semanas sin pasar por allí por culpa de mi trabajo. Siempre estoy demasiado ocupado.

Al entrar en el salón me encontré otra vez a mi padre sentado en su butaca favorita, ojeando un periódico mientras fumaba un cigarrillo mentolado. Reconozco que siempre me ha gustado ese olor: me recuerda a mi infancia. Se alegró de verme, pero siempre me ha costado interpretar las emociones de mi padre y, últimamente, mucho más. No me sentía cómodo.

—Hola, papá. ¿Cómo estás?

—Bien, hijo —dijo mi padre cerrando el periódico—. Me alegra verte de nuevo. Llevabas un tiempo sin pasar por aquí y estaba preocupado.

—Ya sabes que el trabajo me trae de cabeza. Tengo un nuevo proyecto en marcha y me absorbe muchas horas.

—Bueno, lo importante es que tú estés bien.

—Papá...

—¿Qué pasa?

—Sabes que no tendrías que hacer esto, ¿verdad?

—¿Te refieres a fumar? Sabes que fumo poco y que ya no me hace ningún daño —dijo esbozando una media sonrisa.

—Lo sé, pero no me refería a eso...

—¿Entonces?

—A lo otro, papá. A lo otro. No puedes seguir haciendo esto.

—No sé a qué te refieres, hijo. Todo está bien.

—No, papá, no lo está. Y sabes perfectamente a qué me refiero.

—No hagas ahora una montaña de un grano de arena. Tampoco es para tanto...

—Sabes que no lo llevo bien, es todo. Me tengo que ir ya, que llevo prisa —añadí.

—Siempre con prisas, siempre tan acelerado —respondió, con el gesto más triste—. Me ha alegrado verte igualmente, hijo.

—A mí también, papá, aunque no me acostumbro a esto.

—Ya sabes que es transitorio, no le des más vueltas de las necesarias.

—Por cierto, ¿te gustaron las flores? —pregunté.

—Sí, todo un detalle hijo. Te lo agradezco.


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Licencia limitada
2 págs. / 3 minutos / 271 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

El Gaucho Martín Fierro

José Hernández


Poesía, poema épico


I

Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

Pido a los Santos del Cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas,
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar-
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar,
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan;
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre-
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra-
el cantar mi gloria labra
y poniéndome a cantar
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento-
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos-
con oros, copas y bastos,
juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando,
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman,
naides me pone el pie encima,
y cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.


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Dominio público
34 págs. / 1 hora, 1 minuto / 1.947 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Los Ojos de Lina

Clemente Palma


Cuento


El teniente Jym de la armada inglesa era nuestro amigo. Cuando entró en la Compañía Inglesa de Vapores le veíamos cada mes y pasábamos una o dos noches con él en alegre francachela. Jym había pasado gran parte de su juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de whisky y de ajenjo; bajo la acción de estos licores le daba por cantar con voz estentórea lindas baladas escandinavas, que después nos traducía. Una tarde fuimos a despedirnos de él a su camarote, pues al día siguiente zarpaba el vapor para San Francisco. Jym no podía cantar en su cama a voz en cuello, como tenía costumbre, por razones de disciplina naval, y resolvimos pasar la velada refiriéndonos historias y aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos sorbos de licor. Serían las dos de la mañana cuando terminamos los visitantes de Jym nuestras relaciones; sólo Jym faltaba y le exigimos que hiciera la suya. Jym se arrellanó en un sofá; puso en una mesita próxima una pequeña botella de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendió un puro y comenzó a hablar del modo siguiente:

No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras ocasiones; hoy se trata de una historia verídica, de un episodio de mi vida de novio. Ya sabéis que, hasta hace dos años, he vivido en Noruega; por mi madre soy noruego, pero mi padre me hizo súbdito inglés. En Noruega me casé. Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengáis la ventolera de dar un paseo por Cristianía, id a mi casa, que mi esposa os hará con mucho gusto los honores.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 1.541 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Fardo

Rubén Darío


Cuento


Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo.

Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa en la boca, veía triste el mar.

— Eh, tío Lucas, ¿se descansa?

— Sí, pues, patroncito.

Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entabler con los bravos hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente de la viña.

Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡Ah, conque fue militar! ¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casad, y tuvo un hijo, y…

Y aquí el tío Lucas:

— Sí, patrón; ¡hace dos años que se me murió!

Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises peludas, se humedecieron entonces:

— ¿Que cómo se me murió? En el oficio, por darnos de comer a todos; a mi mujer, a los chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 760 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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