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Amor a la Vida

Jack London


Cuento


Solo esto, de todo, quedará.
Arrojaron los dados, y vivieron.
Parte de lo que juegan, ganarán
Pero el oro del dado lo perdieron.

Los dos hombres descendían el repecho de la ribera del río cojeando penosamente, y en una ocasión el que iba a la cabeza se tambaleó sobre las abruptas rocas. Estaban débiles y fatigados y en su rostro se leía la paciencia que nace de una larga serie de penalidades. Iban cargados con pesados fardos de mantas atados con correajes a los hombros y que contribuían a sostener las tiras de cuero que les atravesaban la frente. Los dos llevaban rifle. Caminaban encorvados, con los hombros hacia delante, la cabeza más destacada todavía, y la vista clavada en el suelo.

—Ojalá tuviéramos aquí dos de esos cartuchos que hay en el escondrijo —dijo el segundo.

Hablaba con voz monótona y totalmente carente de expresión. Su tono no revelaba el menor entusiasmo y el que abría la marcha, cojeando y chapoteando en la corriente lechosa que espumeaba sobre las rocas, no se dignó responder. El otro lo seguía pegado a sus talones. No se detuvieron a quitarse los mocasines ni los calcetines, aunque el agua estaba tan fría como el hielo, tan fría que lastimaba los tobillos y entumecía los pies. En algunos lugares batía con fuerza contra sus rodillas y les hacía tambalearse hasta que conseguían recuperar el equilibrio.


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26 págs. / 47 minutos / 300 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Amor y Gimnasia

Edmundo de Amicis


Novela


Al alcanzar la esquina de Via dei Mercanti, el secretario, haciendo un amplio ademán, se quitó el sombrero y saludó al ingeniero Ginoni que le respondió con su acostumbrado: «¡Buenos días, querido secretario!». Después enfiló la Via San Francesco di Assisi para regresar a casa. Faltaban veinte minutos para que dieran las nueve y estaba casi convencido de que iba a encontrar por la escalera al objeto de sus deseos.

A diez pasos del portón, se topó en la acera con el profesor Fassi, el bigotudo instructor de gimnasia, que estaba leyendo unas pruebas de imprenta. Se detuvo y, mostrándole los folios, le dijo que estaba hojeando el borrador de un artículo sobre la barra fija que la maestra Pedani había escrito para la revista de gimnasia Nueva Competición, de la cual él era uno de los principales redactores.

—Está bien lo que dice —añadió—. Sólo tengo que hacer algún que otro retoque. ¡Desde luego, ésta sí que es una buena maestra de gimnasia! No lo digo por el hecho de que a su vez escriba, que cada uno tiene sus facultades y además… en la gimnasia como ciencia, el cerebro de una mujer no tiene éxito, ya se sabe… Lo digo porque poniéndola en práctica, no tiene rival. La madre naturaleza le ha dado dotes para ello: las proporciones del esqueleto más perfectas que he visto en mi vida y una caja torácica que es una maravilla. La observé ayer mientras se ejercitaba haciendo una rotación de busto y tiene la flexibilidad de una niña de diez años. ¡Que me vengan a decir los amantes de la estética que la gimnasia deforma al sexo débil! Maneja las mancuernas como un hombre, y tiene el brazo de mujer más bonito que se ha visto bajo el sol. ¡Si usted lo viese desnudo! Mis respetos.

Así cortaba bruscamente la conversación para imitar al célebre Baumann, el gran gimnasiarca, como él lo llamaba, que era su Dios. El secretario se quedó pensativo.


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121 págs. / 3 horas, 32 minutos / 180 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Amorosa

Guy de Maupassant


Cuento


Después de comer en su casa, Jacobo de Randal dio permiso al criado para salir, y se puso a despachar su correspondencia. Tenía costumbre de acabar así la última noche del año, solo, escribiendo; recordaba cuánto le había ocurrido en doce meses, todo lo acabado, todo lo muerto, y al surgir entre sus meditaciones la imagen de un amigo, escribía una frase afectuosa, el saludo cordial de Año Nuevo.

Se sentó, abrió un cajón y sacando una fotografía, después de mirarla y darle un beso, la dejó encima de la mesa y empezó una carta:

«Mi adorable Irene: Habrás recibido un recuerdo mío; ahora, solo en mi casa, pensando en ti...»

No pasó adelante; dejando la pluma, se levantó; iba y venia...

Desde marzo tenía una querida, no una querida como las otras, mujer de aventuras, actriz, callejera o mundana; era una mujer a la que había pretendido y logrado con verdadero amor. Él ya no era un joven; pero distando todavía de ser viejo, miraba seriamente las cosas a través de un prisma positivo y práctico.

«Hizo balance» de su pasión, como lo hacía siempre al terminar el año, de sus amistades y de todas las variaciones y sucesos de su existencia. Ya calmado su primer apasionamiento ardoroso, podía examinar con precisión hasta qué punto la quería y cuál podía ser el porvenir de aquellos amores. Descubrió arraigado en su alma un cariño profundo, mezcla de ternura, encanto y agradecimiento, poderosos lazos que sujetan para toda la vida.

Un campanillazo lo hizo estremecer. Dudó. ¿Abriría? Es preciso abrir a un desconocido, que al pasar llama en la noche de Año Nuevo. Cogió una bujía, salió al recibimiento, hizo girar la llave, trajo hacia sí la puerta... y vio en el descansillo a su querida, pálida como un cadáver y apoyando una mano en la pared. Sorprendido, preguntó:

—¿Qué te pasa?

Ella dijo:

—¿Puedo entrar?


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4 págs. / 8 minutos / 83 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Amy Foster

Joseph Conrad


Cuento


Kennedy es un médico rural y reside en Colebrook, en la costa de Eastbay. El acantilado que se eleva abruptamente tras los tejados rojos de la pequeña aldea parece empujar la pintoresca High Street hacia el espigón que la resguarda del mar. Al otro lado de esa escollera, describiendo una curva, se extiende de manera uniforme, durante varias millas, una playa de guijarros, vasta y árida, con el pueblo de Brenzett destacando oscuramente en el otro extremo, una aguja entre un grupo de árboles; más allá, la columna perpendicular de un faro, no mayor que un lápiz desde la distancia, señala el punto donde se desvanece la tierra. Detrás de Brenzett, los campos son bajos y llanos; pero la bahía está muy protegida, y, de vez en cuando, un buque de gran tamaño, obligado por la mar o el mal tiempo, fondea a una milla y media al norte de la puerta trasera de la Posada del Barco en Brenzett. Un desvencijado molino de viento, que levanta en las cercanías sus aspas rotas sobre un montículo no más elevado que un estercolero, y una torre de defensa, que acecha al borde del agua media milla al sur de las cabañas de los guardacostas, resultan muy familiares para los capitanes de las pequeñas embarcaciones. Son las marcas náuticas oficiales para delimitar ese lugar de fondeo seguro que las cartas del Almirantazgo representan como un óvalo irregular de puntos con numerosos seises en su interior, sobre los que se ha dibujado un ancla diminuta y una leyenda que reza: «Barro y conchas».

Desde la parte más alta del acantilado se ve la imponente torre de la iglesia de Colebrook. La pendiente está cubierta de hierba y por ella serpentea un camino blanco. Subiendo por él, se llega a un ancho valle, no muy profundo, una depresión de verdes praderas y de setos que se funden tierra adentro con el paisaje de tintes purpúreos y de líneas ondeantes que cierran el panorama.


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39 págs. / 1 hora, 8 minutos / 301 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Ana Karenina

León Tolstói


Novela


PRIMERA PARTE

I

Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.

En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él.

Semejante situación duraba ya tres días y era tan dolorosa para los esposos como para los demás miembros de la familia. Todos, incluso los criados, sentían la íntima impresión de que aquella vida en común no tenía ya sentido y que, incluso en una posada, se encuentran más unidos los huéspedes de lo que ahora se sentían ellos entre sí.

La mujer no salía de sus habitaciones; el marido no comía en casa desde hacía tres días; los niños corrían libremente de un lado a otro sin que nadie les molestara. La institutriz inglesa había tenido una disputa con el ama de llaves y escribió a una amiga suya pidiéndole que le buscase otra colocación; el cocinero se había ido dos días antes, precisamente a la hora de comer; y el cochero y la ayudante de cocina manifestaron que no querían continuar prestando sus servicios allí y que sólo esperaban que les saldasen sus haberes para irse.

El tercer día después de la escena tenida con su mujer, el príncipe Esteban Arkadievich Oblonsky — Stiva, como le llamaban en sociedad —, al despertar a su hora de costumbre, es decir, a las ocho de la mañana, se halló, no en el dormitorio conyugal, sino en su despacho, tendido sobre el diván de cuero.

Volvió su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexibles muelles del diván, como si se dispusiera a dormir de nuevo, a la vez que abrazando el almohadón apoyaba en él la mejilla.

De repente se incorporó, se sentó sobre el diván y abrió los ojos.


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1.071 págs. / 1 día, 7 horas, 15 minutos / 1.161 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Anábasis

Jenofonte


Historia


Libro I

Preparativos de Ciro para destronar a su hermano Artajerjes. Reclutamiento de tropas en Sardes. Encuentro con Epiaxa, reina de los cilicios. Negativa de los mercenarios griegos a proseguir la marcha. Discurso de Clearco. El ejército desconfía de las intenciones de Ciro. Ciro y sus hombres cruzan el Eufrates y llegan a Arabia. Traición, juicio y ejecución de Orontas. El ejército de Ciro llega a Babilonia. Promesas de Ciro a sus hombres. Enumeración de efectivos en ambos bandos. Batalla de Cunaxa: victoria de los griegos. Muerte de Ciro. Retrato de Ciro: sus virtudes. Consecuencias inmediatas de la batalla.


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234 págs. / 6 horas, 50 minutos / 550 visitas.

Publicado el 6 de julio de 2017 por Edu Robsy.

Anacoreta

Máximo Gorki


Cuento


El barranco boscoso descendía suavemente hacia las aguas amarillas del Oká; un arroyo corría en el fondo, oculto entre hierbas; por encima del barranco discurría el río azul del cielo —muy discreto de día, tembloroso de noche—, donde jugaban las estrellas como gobios dorados.

En la orilla sudoriental del barranco abundaban los matorrales, formando una tupida maraña; en la espesura, al pie de una ladera pronunciada, habían excavado una cueva, cuyo acceso quedaba cerrado por una puerta de gruesas ramas hábilmente entrelazadas. Delante de la puerta había una plataforma de un sazhen de ancho, reforzada con cantos rodados; desde allí, unas pesadas losas formaban una escalera que llegaba hasta el arroyo. Tres árboles jóvenes crecían delante de la cueva: un tilo, un abedul y un arce.

Todo lo que había alrededor de la cueva era consistente y duradero, pensado para una larga vida. Y en su interior todo era igualmente sólido: unas esteras de mimbre, embadurnadas en una mezcla de arcilla y limo del arroyo, revestían las paredes y la bóveda; a la izquierda de la entrada habían construido un pequeño horno y en un rincón destacaba un atril cubierto de una estera tupida, a modo de brocado; por encima del atril, en un aplique de hierro, colgaba una lamparilla: su llamita azulada oscilaba en la oscuridad, iluminando muy débilmente la estancia.

Detrás del atril se veían tres iconos negros; en las paredes colgaban, arracimados, algunos pares de lapti nuevos; había fibras de líber de tilo tiradas por el suelo; un grato aroma a hierbas secas inundaba la cueva.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 159 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Andrómaca

Eurípides


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


Argumento

I

Neoptólemo, habiendo recibido en Troya, como botín, a Andrómaca, esposa de Héctor, tuvo un hijo de ella. Más tarde tomó por esposa a Hermíone, la hija de Menelao. Habiendo pedido antes justicia a Apolo de Delfos por la muerte de Aquiles, regresó de nuevo hacia el oráculo, para aplacar al dios. La reina, celosa de Andrómaca, maquinaba la muerte contra ella, después de mandar llamar a Menelao. Andrómaca había puesto a buen recaudo a su hijito, y, personalmente, acudió a refugiarse al santuario de Tetis. Los hombres de Menelao descubrieron al niño, y a ella, engañándola, le hicieron levantarse de allí. Cuando se disponían a degollarlos a ambos, se lo impidió la aparición de Peleo. Entonces Menelao regresó a Esparta y Hermíone cambió de parecer temiendo que Neoptólemo se presentara. Habiendo venido Orestes, se llevó a ésta y tramó una conspiración contra Neoptólemo. Se presentaron los que traían a éste, una vez muerto. Tetis, apareciéndose a Peleo cuando se disponía a llorar el cadáver, le ordenó que lo enterrara en Delfos, y que enviara a Andrómaca al país de los molosos junto con su hijo, y que, por su parte, aceptara la inmortalidad. Él, cuando la obtuvo, pasó a vivir a las islas de los bienaventurados.

II

La escena del drama se supone en Ptía y el Coro está formado por mujeres de Ptía. En el prólogo habla Andrómaca. El drama es de los del segundo grupo. El prólogo está dicho con claridad y elocuencia. Y, además, los versos elegíacos del lamento de Andrómaca. En la segunda parte el discurso de Hermíone deja ver su condición de reina, y no está mal su discurso contra Andrómaca. Bien está también Peleo, que libra a Andrómaca.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 438 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Anécdota

Stendhal


Cuento


El señor Dauphin era un honrado oficial chusquero que enviudó. Quedó con una hija única a la que envió con la madre ***, abadesa en Normandía. La señorita Dauphin recibió una educación como hay pocas. Con su forma de ser, su belleza y todas sus gratas prendas se ganó el cariño y la estima de la madre abadesa de N. Como nada sabía aún del mundo e ignoraba a qué estaba renunciando, a la señorita Dauphin, criada en un convento, se le pasó por las mientes la idea de no salir nunca de él. Tenía dieciséis años. A los veinte, se arrepintió de lo que había elegido. La madre abadesa de *** escribió al señor Dauphin que, como su hija había renunciado al proyecto de hacerse monja, no podía tenerla más consigo. El señor Dauphin, muy apurado, le pidió consejo al señor De Bufevent, coronel de su regimiento, que le dijo que podía proponerle una solución. Escribió a su hermana, la madre De Bufevent, abadesa en las cercanías de Auxerre, que se hizo cargo de la señorita Dauphin de buen grado. Fue esta, pues, a Auxerre, pero ya no halló el temple afable de la abadesa de ***. La madre De Bufevent, monja a la fuerza, quería vengarse en las demás del hastío que la embargaba. Orgullosa y altanera, vio en la señorita Dauphin a una niña a quien podía convertir en esclava suya. La trató como a una chiquilla. Poco tiempo después a la madre De Bufevent la hicieron abadesa de Les Haies, cerca de Grenoble. Allí se llevó a la señorita Dauphin. Poco tiempo después, fue a dar una vuelta por casa del señor Dubour, primo suyo.


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2 págs. / 3 minutos / 155 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Ángel Pitou

Alejandro Dumas


Novela


Capítulo I

DONDE EL LECTOR TRABARÁ CONOCIMIENTO CON EL HÉROE DE ESTA HISTORIA Y CON EL PAÍS QUE LE VIO NACER

En la frontera de Picardía y del Soissons, en esa porción del territorio nacional, que bajo el nombre de Isla de Francia constituía una parte del antiguo patrimonio de nuestros reyes; en medio de la inmensa media luna que forma, prolongándose al norte y al mediodía, un bosque de cincuenta mil fanegadas, se eleva, perdida en la sombra de un grandioso parque plantado por Francisco I y Enrique II, la pequeña ciudad de Villers-Cotterets, célebre por haber dado nacimiento a Carlos Alberto Demoustier, el cual, en la época en que comienza esta historia, escribía sus Cartas a Emilio sobre la Mitología, con gran satisfacción de las lindas mujeres de la época, que se las disputaban a medida que veían la luz pública.

Añadamos, para completar la reputación poética de esa pequeña ciudad, a la que sus detractores se obstinan en dar el nombre de burgo, a pesar de su castillo real y de sus dos mil cuatrocientos habitantes, añadamos que está situada a dos leguas de Laferté-Milon, donde nació Racine, y a ocho de Cháteau-Thierry, donde nació La Fontaine.

Consignemos, además, que la madre del autor de Británico y de Atalia era de Villers-Cotterets.

Volvamos a su castillo real y a sus dos mil cuatrocientos habitantes.


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649 págs. / 18 horas, 56 minutos / 151 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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