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Un Bistec

Jack London


Cuento


Con el último trozo de pan, Tom King limpió la última partícula de salsa de harina de su plato y masticó el bocado resultante de manera lenta y meditabunda. Cuando se levantó de la mesa, lo oprimía el pensamiento de estar particularmente hambriento. Sin embargo, era el único que había comido. Los dos niños en el cuarto contiguo habían sido enviados temprano a la cama para que, durante el sueño, olvidaran que estaban sin cenar. Su esposa no había comido nada, y permanecía sentada en silencio, mirándolo con ojos solícitos. Era una mujer de la clase obrera, delgada y envejecida, aunque los signos de una antigua belleza no estaban ausentes de su rostro. La harina para la salsa la había pedido prestada al vecino del otro lado del hall. Los dos últimos peniques se habían usado en la compra del pan.

Tom King se sentó junto a la ventana en una silla desvencijada que protestaba bajo su peso, y mecánicamente se puso la pipa en la boca y hurgó en el bolsillo lateral de su chaqueta. La ausencia de tabaco lo volvió consciente de su gesto y, frunciendo el ceño por el olvido, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos, casi rituales, como si lo agobiara el peso de sus músculos. Era un hombre de cuerpo sólido, de aspecto impasible y no especialmente atractivo. La tosca ropa estaba vieja y gastada. La parte superior de los zapatos era demasiado débil para las pesadas suelas que, a su vez, tampoco eran nuevas. Y la barata camisa de algodón, comprada por dos chelines, tenía el cuello raído y manchas de pintura indelebles.


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23 págs. / 41 minutos / 428 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Hijos del Capitán Grant

Julio Verne


Novela


Tomo I. En América del Sur

I. Un tiburón

El 26 de julio de 1864, un hermoso yate, el Duncan, avanzaba a todo vapor por el canal del norte; un fresco viento del noroeste favorecía su marcha. En el tope del trinquete flameaba la bandera de Inglaterra y un poco más atrás, sobre el palo mayor, se agitaba un gallardete azul que mostraba una dorada corona ducal y las iniciales E.G.

Lord Glenarvan, uno de los dieciséis pares escoceses de la cámara alta y el socio más distinguido del Royal Thames Yacht Club, propietario del Duncan, se hallaba a bordo junto a su joven esposa, lady Elena, y su primo, el mayor Mac Nabbs.

El Duncan realizaba su primer viaje de prueba por las aguas próximas al golfo de Clyde, cuando ya maniobraba para regresar a Glasgow el vigía señaló un enorme pez que seguía el curso del buque. Esta novedad fue comunicada por el capitán, John Mangles, a lord Edward, quien subió a cubierta en compañía de su primo para enterarse mejor de lo que ocurría.

El capitán opinó, ante la sorpresa del lord, que podía tratarse de un tiburón, posiblemente de la variedad martillo, que suele aparecer por todos los mares.

Inmediatamente le propuso una original pesca para confirmar su opinión y disminuir, si lo lograba, el número de estos terribles animales.

Lord Glenarvan aceptó la propuesta y mandó avisar a lady Elena que también subió a cubierta ansiosa de ser testigo de aquella extraña pesca.


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545 págs. / 15 horas, 54 minutos / 1.114 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin Contra Herlock Sholmes

Maurice Leblanc


Novela


La dama rubia

1. El número 514, serie 23

El 8 de diciembre del año pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas en el Liceo de Versalles, descubrió entre el batiburrillo de una tienda de compraventa, un pequeño secrétaire de caoba que le agradó por la variedad de sus gavetas.

«He aquí lo que necesito para el cumpleaños de Suzanne», pensó.

Y como se las ingeniaba, en la medida de sus modestos recursos, por complacer a su hija, le quitó el precio y pagó la suma de sesenta y cinco francos.

Cuando daba su dirección, un joven de aspecto elegante y que hacía un buen rato iba husmeando de un lado para otro, vio el mueble y preguntó:

—¿Cuánto?

—Está vendido —replicó el dueño de la tienda.

—¡Ah!… ¿Al señor, quizá?

El señor Gerbois saludó y, tanto más contento por haber comprado un mueble que le gustaba a un semejante, se retiró.

Pero no había dado diez pasos en la calle cuando se le unió el joven, el cual, con el sombrero en la mano y un tono de perfecta cortesía, le dijo:

—Le ruego que me perdone, señor. Pero voy a hacerle una pregunta indiscreta… ¿Buscaba ese secrétaire con mayor interés que cualquier otra cosa?

—No. Buscaba una balanza de ocasión para algunos experimentos físicos.

—Entonces, ¿no le importa mucho?

—Sí me importa.

—¿Porque es antiguo tal vez?

—Porque es cómodo.

—En ese caso, ¿consentiría en cambiarlo por otro secrétaire tan cómodo como ése, pero en mejor estado?

—Éste está en buen estado y el cambio me parece inútil.

—Sin embargo…

El señor Gerbois era hombre fácilmente irritable y de carácter receloso. Respondió secamente:

—Le suplico, señor, que no insista.

El desconocido se plantó delante de él.


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184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 1.665 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin y la Aguja Hueca

Maurice Leblanc


Novela


1. El disparo

Raimunda aguzó el oído. De nuevo y por dos veces consecutivas aquel ruido se hizo escuchar lo bastante claro para poder diferenciarlo de los demás ruidos confusos que violaban el silencio de la noche; pero era a la vez tan débil que ella no hubiera sabido decir si su origen había sido próximo o lejano, si se producía dentro de los muros del vasto castillo o bien fuera, entre los rincones tenebrosos del parque.

Se levantó despacio. Su ventana estaba entornada y la abrió de par en par. La claridad de la luna descansaba sobre un tranquilo paisaje de céspedes y bosquecillos donde las ruinas dispersas de la antigua abadía se recortaban formando siluetas trágicas, columnas truncadas, ojivas incompletas, esbozos de pórticos y fragmentos de arbotantes. Un ligero vientecillo flotaba sobre la superficie de las cosas, deslizándose por entre las ramas desnudas e inmóviles de los árboles, pero agitando las hojas recién nacidas de los macizos.

Y de pronto, el mismo ruido… Provenía del lado de la izquierda y por encima del piso en que ella vivía, es decir, de los salones que ocupaban el ala occidental del castillo.

Aun siendo valiente y fuerte, la joven sintió la angustia del miedo. Se puso sus ropas de noche y tomó las cerillas.

—Raimunda… Raimunda…

Una voz débil como un suspiro la llamaba desde la habitación vecina, cuya puerta no estaba cerrada. Se dirigió hacia allí a tientas, cuando Susana, su prima, saltó a su encuentro y se arrojo sobre sus brazos.

—Raimunda…, ¿eres tú?… ¿Has oído?…

—Sí… ¿Entonces no duermes?

—Creo que es el perro el que me ha despertado… hace ya largo tiempo… Pero después no ha vuelto a ladrar. ¿Qué hora será?

—Deben ser aproximadamente las cuatro.

—Escucha… Alguien anda caminando por el salón.

—No hay peligro. Tu padre está allí, Susana.


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194 págs. / 5 horas, 39 minutos / 1.544 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Fantasma de la Ópera

Gastón Leroux


Novela


PREFACIO

Donde el autor de esta obra singular cuenta al lector cómo se vio obligado a adquirir la certidumbre de que el fantasma de la Ópera existió realmente.

El fantasma de la ópera existió. No fue, como se creyó durante mucho tiempo, una inspiración de artistas, una superstición de, directores, la grotesca creación de los cerebros excitados de esas damiselas del cuerpo de baile, de sus madres, de las acomodadoras, de los encargados del vestuario y de la portería.

Sí, existió, en carne y hueso, a pesar de que tomara toda la apariencia de un verdadero fantasma, es decir de una sombra.

Desde el momento en que comencé a compulsar los archivos de la Academia Nacional de Música, me sorprendió la asombrosa coincidencia de los fenómenos atribuidos al fantasma, y del más misterioso, el más fantástico de los dramas; y no tardé mucho en pensar que quizá se podría explicar racionalmente a éste mediante aquéllos. Los acontecimientos tan sólo distan unos treinta años, y no sería nada difícil encontrar aún hoy, en el foyer ancianos muy respetables, cuya palabra no podríamos poner en duda, que recuerdan, como si la cosa hubiera sido ayer, las condiciones misteriosas y trágicas que acompañaron el rapto de Christine Daaé, la desaparición del vizconde de Chagny y la muerte de su hermano mayor, el conde Philippe, cuyo cuerpo fue hallado a orillas del lago que se extiende bajo la ópera, del lado de la calle Scribe. Pero ninguno de estos testigos creía hasta ahora oportuno mezclar en esta horrible aventura al personaje más bien legendario del fantasma de la ópera.


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326 págs. / 9 horas, 31 minutos / 1.197 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Quince Días en el Desierto Americano

Alexis de Tocqueville


Viajes, Historia


Una de las cosas que más excitaba nuestra curiosidad al venir a Norteamérica era recorrer los confines de la civilización europea y, si el tiempo nos lo permitía, visitar incluso algunas de las tribus indias que han preferido huir hacia las soledades más salvajes a plegarse a lo que los blancos llaman «las delicias de la vida social». Pero hoy en día llegar hasta el desierto es más difícil de lo que se cree. Habíamos salido de Nueva York y, a medida que avanzábamos hacia el Noroeste, el objetivo de nuestro viaje parecía alejarse cada vez más. Recorríamos lugares célebres en la historia de los indios, atravesábamos valles a los que habían dado nombre, cruzábamos ríos que aún llevan el de sus tribus, pero, en todas partes, la choza del salvaje había dado paso a la casa del hombre civilizado; los bosques habían sido arrasados, la soledad cobraba vida.

Sin embargo, parecíamos seguir el rastro de los indígenas.

—Diez años atrás —nos decían— estaban aquí; allá, hace cinco años; más allá, hace dos.

—En aquel lugar, donde se alza la iglesia más hermosa del pueblo —nos contaba uno—, tiré abajo el primer árbol del bosque.

—Aquí —nos contaba otro— estaba el gran consejo de la Confederación de los Iroqueses.

—¿Y qué ha pasado con los indios? —decía yo.

—Los indios —proseguía nuestro anfitrión— se han ido más allá de los Grandes Lagos, ¡quién sabe dónde! Es una raza que se extingue; no están hechos para la civilización: ella los mata.


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64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 352 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Sueño del Bebedor

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Cuarto extracto del legado del finado F. Purcell, sacerdote párroco de Drumcoolagh


«Todo esto él lo contó con cierta confusión y desaliento,
consecuencia habitual de los sueños
de lo desagradable, sin tener a nadie
a quien exponer sus vanos y visionarios resplandores.
He conocido algunos bien extraños que realmente parecían
proféticamente planeados, como aquél que se considera
“una extraña coincidencia”, por utilizar una frase
con la que hoy en día se dan por sentadas tales cosas».

Byron.
 


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15 págs. / 27 minutos / 164 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Diario de un Seductor

Søren Kierkegaard


Diario


Prologo

Sua passion predominante é la giovin principiante.

DON GIOVANNI, aria
 

Me cuesta dominar la ansiedad que me acomete en este instante en que me resuelvo a transcribir, con el mayor cuidado, la copia que entonces hice con precipitación y con el corazón alterado. Pero incluso hoy, no obstante, siento idéntica inquietud y me hago idénticos reproches. No habían cerrado la mesa escritorio y todo se encontraba a mi disposición. Habla un cajón abierto. En él, sobre algunos papeles sueltos, se hallaba un volumen en cuarto, encuadernado con óptimo gusto. Estaba abierto en la primera página, en la que, en un pequeño recuadro de papel blanco, dejó escrito de su puño y letra: Comentarius perpetuus n° 4. Estoy tratando de serenarme, diciéndome que de no haber estado abierto el libro y de no haber sido tan sugestivo el título, no me hubiese vencido la tentación con tanta facilidad. El título resultaba bastante extraño, más que por sí mismo, por el lugar en el que se hallaba. Al examinar brevemente los papeles sueltos, comprendí que se trataba, de episodios amorosos, alguna alusión a aventuras personales y también borradores de cartas.


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136 págs. / 3 horas, 59 minutos / 1.212 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Día Festivo

Katherine Mansfield


Cuento


Un hombre corpulento, de rostro colorado, va vestido con unos sucios pantalones blancos de hilo, una chaqueta azul de la que sobresale un pañuelo rosa, y un sombrero canotier demasiado pequeño, caído hacia atrás. Toca la guitarra. Un individuo pequeñito con zapatos blancos de gimnasia, con el rostro oculto por un sombrero de fieltro que parece un ala rota, sopla en la flauta; y un sujeto alto y delgado con botines despanzurrados, hace filigranas —filigranas de complicada lacería— con un violín. Permanecen a pleno sol, sin sonreír, pero tampoco serios, frente a la frutería; la rosada araña de una mano rasguea la guitarra, la mano rechoncha, con un anillo de cobre incrustado con una turquesa, fuerza la perezosa flauta, y el brazo del violinista intenta serrar el violín en dos.

Se forma un grupito, gente que come naranjas y plátanos, arrancando las pieles, cortándolos, repartiéndoselos. Una muchacha lleva incluso un cestito de fresas, pero no las come.

—¡Qué hermosas son!

Contempla los diminutos y puntiagudos frutos como si les tuviese miedo. El soldado australiano se echa a reír.

—Anda, vamos, si de un bocado te las acabas.

Pero él tampoco las quiere comer. Le gusta contemplar su carita asustada, sus ojos confusos buscando los suyos.

—¡Con lo caras que son!


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4 págs. / 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Viaje

Katherine Mansfield


Cuento


El barco de Picton salía a las once y media. Hacía una noche muy hermosa, templada, estrellada, y sólo cuando se apearon del taxi y empezaron a bajar por el muelle viejo que se adentraba en el puerto, una débil brisa que soplaba del mar jugueteó con el sombrero de Fenella, y tuvo que sostenerlo con la mano para que no le volase. En el muelle viejo todo estaba oscuro, muy oscuro; los cobertizos de la lana, los carromatos para el transporte del ganado, las grúas que se erguían muy alto, la locomotora bajita y rechoncha, todo parecía tallado en la solidez de la oscuridad. Acá y acullá un hato redondo de madera parecía el tallo de una enorme seta negra; más lejos una linterna, amedrentada de lanzar su luz tímida y zozobrante por toda aquella oscuridad, quemaba apaciblemente, como si sólo se diese luz a sí misma.

El padre de Fenella les llevaba con pasos rápidos y nerviosos. Tras él, su abuela se afanaba bajo el crujiente capote negro; iban tan aprisa que de vez en cuando tenía que dar unos saltitos absolutamente ridículos para seguirles el paso. Además del equipaje atado como una salchicha, Fenella también llevaba, cogido con fuerza, el paraguas de la abuela, cuya empuñadura, que era una cabeza de cisne, le iba dando unos agudos golpecitos en el hombro, como si también quisiera que se apresurase… Hombres con gorras caladas hasta las cejas y el cuello de los chaquetones vuelto hacia arriba pasaban con paso vacilante; unas pocas mujeres muy tapadas se escabullían presurosas; y un niñito muy pequeño, que sólo mostraba las piernecitas y los bracitos negros saliendo de una manta blanca de lana, mientras iba pasando violentamente de los brazos de su padre a los de su madre; parecía una mosca diminuta caída en la nata.


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10 págs. / 19 minutos / 928 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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