Textos más populares este mes no disponibles publicados el 5 de marzo de 2017

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textos no disponibles fecha: 05-03-2017


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Martin Eden

Jack London


Novela


Capítulo I

Abrió la puerta con una llave y entró, seguido de un joven que se quitó torpemente la gorra. Su rudo atuendo evocaba el mar, y era obvio que no estaba en su elemento en aquel espacioso vestíbulo. No sabía qué hacer con la gorra, e iba a guardarla en el bolsillo del abrigo cuando el otro se la cogió. Lo hizo en silencio, con naturalidad, y el joven se lo agradeció.

«Él se hace cargo —pensó—. Me echará una mano».

Siguió a su compañero balanceando los hombros y con las piernas muy separadas, como si pisara la cubierta de un barco que cabecease. Las amplias habitaciones parecían demasiado estrechas para su paso bamboleante, y temía que sus anchos hombros chocaran con las puertas o tiraran los adornos de las repisas. Se movía de un lado a otro, multiplicando los obstáculos que existían únicamente en su imaginación. Pasó angustiado entre un piano de cola y una mesa llena de libros, aunque había espacio para media docena de personas. Sus brazos fornidos colgaban inertes a ambos costados. No sabía qué hacer con ellos, ni con las manos; y, cuando en medio de su nerviosismo creyó que un brazo iba a chocar contra los libros, retrocedió como un caballo asustado y estuvo a punto de derribar la banqueta del piano. Observó el paso tranquilo del hombre que le precedía, y cayó en la cuenta de que él no andaba como los demás. Sintió una punzada de vergüenza. Su frente se cubrió de diminutas gotas de sudor, y se detuvo para enjugar con el pañuelo su rostro curtido por el sol.

—Un momento, Arthur —exclamó, tratando de disimular su inquietud con una broma—. Es demasiado para mí… Espera que me tranquilice un poco. Ya sabes que no quería venir, y tampoco creo que tu familia se muera de ganas de conocerme.

—No pasa nada —le animó su amigo—. No debes tener miedo de nosotros. Somos gente sencilla. ¡Vaya! Hay una carta para mí…


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426 págs. / 12 horas, 26 minutos / 184 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Bee, Bee, Ovejita Negra

Rudyard Kipling


Cuento


Bee, ovejita negra,
dime, ¿tienes lana?
Sí, señor, sí; tres sacos llenos tengo.
Uno para el amo, uno para el ama…
Nada para el niño
que llora en la cama.

Canción infantil

EL PRIMER SACO

Cuando estaba en la casa de mi padre, estaba en un lugar mejor.

Estaban acostando a Punch: el aya, el hamal y Meeta, el muchacho surti del turbante dorado y rojo. Judy ya casi estaba dormida debajo de su mosquitera. A Punch le dejaron quedarse hasta la hora de la cena. Fueron muchos los privilegios que se le concedieron en los últimos diez días, y todos los que integraban su mundo aceptaban de mejor grado sus modales y sus hazañas, normalmente escandalosas. Punch se sentó en el borde de la cama y se puso a balancear las piernas desnudas con aire desafiante.

—¿Nos dará Punch-baba las buenas noches? —le pidió el aya.

—No. Punch-baba quiere el cuento del Ranee que se convirtió en tigre. Que lo cuente Meeta, y el hamal que se esconda detrás de la puerta y que ruja como un tigre cuando corresponda.

—Si hacemos eso despertaremos a Judy -baba —observo el aya.

—Judy-baba está despierta —anunció una vocecilla cantarina desde debajo del mosquitero—. Érase una vez un Ranee que vivía en Delhi. Sigue, Meeta —dijo Judy, y volvió a quedarse dormida mientras Meeta empezaba a contar la historia.

Nunca había conseguido Punch que le contaran el cuento con tan poca resistencia. Reflexionó un buen rato. El hamal hacía los ruidos del tigre en veinte claves distintas.

—¡Para! —ordenó Punch en tono autoritario—. ¿Por qué no viene papá a darme mua-mua?

—Punch-baba se marchará pronto —dijo el aya—. Dentro de una semana ya no estará aquí para tomarme el pelo. —Suspiró ligeramente, pues quería mucho al niño.


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34 págs. / 1 hora / 216 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Marca de la Bestia

Rudyard Kipling


Cuento


Tus dioses y mis dioses: ¿sabes tú o sé yo
quiénes son más poderosos?

Proverbio indio

Al este de Suez, sostienen algunos, la Providencia deja de ejercer su control. Los hombres quedan sometidos al poder de los dioses y demonios de Asia, y la Iglesia anglicana se limita a supervisar a los ingleses tan sólo moderada y esporádicamente.

Esta teoría explica una parte de los horrores más innecesarios de la vida en la India, por eso me propongo ampliarla para contar esta historia.

Mi amigo Strickland, que es policía y buen conocedor de los nativos de la India, puede dar fe de los hechos que aquí van a relatarse. Dumoisa, nuestro médico, también presenció lo mismo que Strickland y yo presenciamos. Su interpretación de las pruebas, sin embargo, fue del todo errada. Ahora está muerto; murió de un modo bastante curioso y ya descrito en otro lugar.

Cuando Fleete llegó a la India, tenía algo de dinero y un poco de tierra en el Himalaya, cerca de un lugar llamado Dharamsala. Había heredado ambas cosas de un tío suyo, y tomó la firme decisión de conservarlas. Era un hombre grande, gordo, inofensivo y genial. Su conocimiento de los nativos era, naturalmente, limitado, y se quejaba de las barreras lingüísticas.


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15 págs. / 26 minutos / 871 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Gente del Abismo

Jack London


Crónica, Periodismo, Investigación


PREFACIO

Lo que relato en este volumen me sucedió en el verano de 1902. Descendí al submundo londinense con una actitud mental semejante a la de un explorador. Estaba predispuesto a dejarme convencer por mis propios ojos más que por las enseñanzas de aquellos que nada habían visto, o por las palabras de los que fueron y vieron antes que yo. Es más, adopté un criterio sencillo para medir la vida de aquel submundo. Aquello que estuviera por la vida, por la salud física y espiritual, era bueno; lo que estuviese en contra, hiriera, disminuyera o pervirtiera la vida, era malo.

El lector comprenderá enseguida que mucho de lo que vi era malo. Sin embargo, no debe olvidarse que la época sobre la que escribo era considerada en Inglaterra como de «buenos tiempos». El hambre y la falta de techo que encontré constituían una situación de miseria crónica que no se superaba ni siquiera en los períodos de mayor prosperidad.

Un duro invierno siguió a aquel verano. Los parados, en gran número, organizaban manifestaciones, a veces hasta doce al mismo tiempo, y marchaban por las calles de Londres pidiendo pan. Mr. Justin McCarthy, en su artículo en The Independent de Nueva York, en enero de 1903, resume la situación así:

«Los albergues ya no disponen de espacio donde amontonar a las multitudes hambrientas que durante el día y la noche llaman a sus puertas pidiendo alimento y cobijo. Todas las instituciones caritativas han agotado su capacidad de conseguir alimentos para los hambrientos que llegan desde los sótanos y buhardillas, de las callejuelas y callejones de Londres. Los locales del Ejército de Salvación en varios lugares de Londres se ven asediados todas las noches por hordas de parados hambrientos a los que no se puede proporcionar sustento ni albergue.»


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195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 246 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Iglesia que Había en Antioquía

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando Pedro vino a Antioquía,
yo me enfrenté a él cara a cara y le reprendí.

Carta de san Pablo a los gálatas 2:11

La madre, una viuda romana, devota y de alta cuna, decidió que al hijo no le hacía ningún bien continuar en aquella Legión del Oriente tan próxima a la librepensadora Constantinopla, y así le procuró un destino civil en Antioquía, donde su tío, Lucio Sergio, era el jefe de la guardia urbana. Valens obedeció como hijo y como joven ávido por conocer la vida, y en ese momento llegaba a la puerta de su tío.

—Esa cuñada mía —observó el anciano— sólo se acuerda de mí cuando necesita algo. ¿Qué has hecho?

—Nada, tío.

—O sea que todo, ¿no?

—Eso cree mi madre, pero no es así.

—Ya lo veremos.

—Tus habitaciones se encuentran al otro lado del patio. Tu… equipaje ya está allí… ¡Bah, no pienso interferir en tus asuntos privados! No soy el tío de lengua áspera. Toma un baño. Hablaremos durante la cena.

Pero antes de esa hora «Padre Serga», que así llamaban al prefecto de la guardia, supo por el erario que su sobrino había marchado desde Constantinopla a cargo de un convoy del tesoro público que, tras un choque con los bandidos en el paso de Tarso, entregó oportunamente.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber su tío mientras cenaban.

—Primero debía informar al erario —fue la respuesta.

Serga lo miró y dijo:

—¡Por los dioses! Eres igual que tu padre. Los cilicios sois escandalosamente cumplidores.

—Ya me he dado cuenta. Nos tendieron una emboscada a menos de ocho kilómetros de Tarso. ¿Aquí también son frecuentes esas cosas?


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21 págs. / 37 minutos / 268 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Al Final del Viaje

Rudyard Kipling


Cuento


Está el cielo plomizo y rojos nuestros rostros,
las puertas del infierno divididas y abiertas:
los vientos del infierno, desatados, azotan;
se eleva el polvo hasta la faz del cielo,
y caen las nubes como un manto encendido,
que pesa, que no asciende, y no resulta fácil de llevar.
Se está alejando el alma de la carne del hombre,
atrás quedan las cosas por las que se ha esforzado,
enfermo el cuerpo y triste el corazón.
Y alza el alma su vuelo como el polvo del manto,
se arranca de su carne, desaparece, parte,
mientras braman los cuernos la llegada del cólera.

Himalayo

Cuatro hombres, con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», se encontraban sentados a una mesa, jugando al whist. El termómetro marcaba para ellos 38o. Habían ensombrecido la habitación de tal modo que sólo era posible distinguir las cartas y los blancos rostros de los jugadores. Un punkah, un abanico de lienzo blanco maltrecho y podrido, batía el aire caliente lanzando gemidos lastimeros a cada golpe. El día era tan lúgubre como una tarde de noviembre en Londres. No había cielo, ni sol, ni horizonte; nada sino la bruma parda y púrpura que producía el calor. Se diría que la tierra se estaba muriendo de apoplejía.


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24 págs. / 42 minutos / 204 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En el Mismo Barco

Rudyard Kipling


Cuento


—El origen de muchos delirios es un latido venoso —dijo el doctor Gilbert con dulzura.

—¿Cómo entonces quiere que le explique lo que me pasa? —la voz de Conroy se elevó casi hasta quebrarse.

—Desde luego, pero debería haber consultado con un médico antes de usar… paliativos.

—Me estaba volviendo loco. Y ahora no puedo pasarme sin ellos.

—¡No será para tanto! Uno no adquiere hábitos fatales a los veinticinco años. Piénselo una vez más. ¿Se asustaba usted cuando era niño?

—No lo recuerdo. Todo empezó cuando era un chaval.

—¿Con o sin los espasmos? Por cierto, ¿le importaría describirme de nuevo cómo es el espasmo?

—Bueno —dijo Conroy, rebulléndose en el asiento—. Yo no soy músico, pero imagínese que fuera usted una cuerda de violín… vibrando… y que alguien lo tocara con un dedo. ¡Como si un dedo rozase el alma desnuda! ¡Es terrible!

—Como una indigestión… o una pesadilla… mientras dura.

—Pero ese horror me acompaña durante días. Y la espera es… ¡y para colmo está esa adicción al medicamento! ¡Esto no puede seguir así! —Se estremeció al decirlo, y la silla crujió.

—Mi querido amigo —dijo el doctor—, cuando sea usted mayor comprenderá las cargas que soportan incluso los mejores. Cada espartano tiene su zorro.

—Eso no me ayuda. ¡No puedo! ¡No puedo! —exclamó Conroy rompiendo a llorar.

—No se disculpe —dijo Gilbert cuando el paroxismo hubo pasado—. Estoy acostumbrado a que la gente se… desahogue un poco en esta sala.

—¡Son esas tabletas! —Conroy dio un ligero pisotón mientras se sonaba la nariz—. Me han vuelto loco. Yo era un hombre sano. He probado a hacer ejercicio, de todo. Pero si me quedo sentado un minuto cuando llega el momento… aunque sean las cuatro de la madrugada, ya no me deja en paz.


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28 págs. / 50 minutos / 85 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 203 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Mejor Relato del Mundo

Rudyard Kipling


Cuento


Sepultados quedaron para siempre
el viejo mundo y los años de hidalguía, en los que yo fui rey de Babilonia
y tú una esclava cristiana.

WILLIAM ERNEST HENLEY

Se llamaba Charlie Mears; era el único hijo de una madre viuda, y vivía al norte de Londres, a cuyo centro acudía diariamente para trabajar en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de ambiciones. Lo conocí en un salón de billar, donde el árbitro lo llamaba por su nombre de pila y él llamaba al árbitro «Ojos de toro». Un poco nervioso, Charlie explicó que había ido sólo a mirar, y comoquiera que observar juegos de destreza no es una distracción barata para un muchacho joven, yo le sugerí que se fuera a casa con su madre.


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34 págs. / 1 hora, 1 minuto / 160 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Aventura

Jack London


Novela


1. Algo que hacer

Podía verse perfectamente lo enfermo que se encontraba el hombre blanco. Lo cargaba a cuestas un negro salvaje, de cabello lanudo y orejas tan bestialmente perforadas que el lóbulo de una de ellas se había desgarrado y el de la otra amenazaba con seguir el mismo camino, estirado por un anillo de tres pulgadas de diámetro. La oreja rasgada, taladrada nuevamente en lo que sobraba de carne blanda, no se sometía a otra violencia que el adorno de una pipa de barro. El caballo humano aparecía grasiento, manchado de barro, y su vestimenta era apenas un harapo sucio ceñido a los muslos. No por eso el blanco dejaba de aferrarse a él con sus últimas energías. A veces dejaba caer su cabeza desmayada hasta la zamarra de su porteador, y al levantarla nuevamente dejaba vagar su apagada mirada entre las palmeras que se elevaban como velas encendidas por la llama del sol. Vestía también con poca ropa, apenas una simple camiseta y una faja de algodón que le caía desde la cadera hasta las rodillas. Se protegía la cabeza con un viejo y gastado sombrero «Baden Powell», y de su cinto colgaba una pistola automática de gran calibre y una cartuchera, en previsión de cualquier peligro.

Tras ellos caminaba un muchacho de color de catorce o quince años, cargado con botellas, un recipiente de agua hervida y un botiquín.


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215 págs. / 6 horas, 16 minutos / 125 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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