La Gente Terrible
Edgar Wallace
Novela
I
Henry el Lancero entró en el cuartelillo de policía de la calle Burton para presentar sus credenciales, pues había salido de Dartmoor el pasado lunes, después de siete años de reclusión.
Avanzó, cabizbajo, y, con expresión ceñuda en su cara amarilla, surcada de costurones, entregó su documento al sargento del puesto.
—Henry Beneford, licenciado. Vengo a presentarme…
Y entonces vio al inspector Long, el Apostador, como le llamaban; y sus ojos chispearon. Era una verdadera contrariedad que el Apostador estuviera presente. Resultó que había acudido a identificar a un ratero muy conocido.
—Muy buenas, inspector. ¿Aún vive usted, según veo?
—Vivo y muerdo —contestó jovialmente el inspector Arnold Long.
Henry el Lancero alargó su feo labio.
—Me extraña que su conciencia le deje dormir por las noches. ¡Por la astucia y la mentira, me ha hecho usted pasar siete años a la sombra!
—Y espero conseguirte en breve otros siete —repuso el Apostador, con animación—. Si de mí dependiera, Lancero, te mandaría a la cámara de la muerte, donde se lleva a otros perros locos como tú; y algo saldría ganando el mundo.
El prolongado labio superior del ex presidiario empezó a crisparse espasmódicamente. Los que le conocían sabían que ante advertencia tan ominosa lo más prudente era escapar; pero, aunque Arnold Long conocía perfectamente al Lancero, no se sintió alarmado en absoluto.
El hombre había sido, efectivamente, Lancero por espacio de dieciocho meses en el Ejército inglés; pero su carrera militar quedó cortada, a consecuencia de una paliza que propinó a un cabo, al que dejó sin conocimiento. Era un matón, un hombre sin escrúpulos y muy peligroso. Pero también el Apostador era hombre peligroso.
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Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.