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textos no disponibles fecha: 08-03-2017


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Vida Coetánea

Ramón Llull


Biografía


AQUÍ DICE DE LA VIDA Y ACTOS DEL REVERENDO MAESTRO RAMON LLULL

1. A honor, gloria, loor y magnificencia de nuestro Señor Dios Jesucristo, el reverendo y digno de gran memoria maestro Ramon Llull, del reino de Mallorca, instado y solicitado una y muchas veces por algunos devotos suyos, refirió y contó las cosas abajo escritas, donde se contienen su vida, conversión y penitencia muy alta y maravillosa, según especificadamente abajo se verá.

2. Contó primeramente y antes de todo que, siendo él senescal y mayordomo del superilustre señor rey de Mallorca, como quiera que se hallase en la plenitud de su juventud y se hubiese dado al arte de trovar y componer canciones y dictados de las locuras de este mundo, estando una noche en su cámara sobre el bancal de su lecho, imaginando y pensando una vana canción, y escribiéndola en vulgar, para una enamorada suya, a la cual entonces con amor vil y fatuo amaba; como, pues, tuviese todo su entendimiento encendido y ocupado en dictar aquella vana canción, mirando a la derecha vio a nuestro Señor Dios Jesucristo en la cruz, muy dolorido y apasionado. Y habiéndole visto, tuvo gran temor en sí mismo, y dejando todas aquellas cosas que tenía entre las manos, fue a meterse en la cama, y se acostó.

3. Y al levantarse la mañana siguiente, sin cuidarse de la visión que la noche pasada había tenido, volvió a dictar aquella vana y loca canción que había empezado, y, cuando otra vez a aquella hora y en aquel mismo lugar volvía a escribir y a dictar aquella misma canción, otra vez nuestro Señor se le apareció en la cruz en aquella misma forma, de cuya visión más espantado él que de la primera, dejó todo y fuese al lecho. Mas no por eso aquella loca voluntad abandonó, sino que, a los pocos días, volvió a acabar aquella canción y no cuidó de aquellas visiones maravillosas, hasta que por tercera, cuarta y quinta vez se le apareció.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Lejana Destilería

Jack London


Cuento


La verdad de Thomas Stevens puede haber sido tan indeterminada como la X, y su imaginación, la de la mayoría de los hombres, elevada a la enésima potencia; pero preciso es reconocer que jamás se ha encontrado una mentira en ninguna de sus palabras o acciones… Él puede haber jugado con las probabilidades y orillado el último extremo de la posibilidad, pero la trama de sus relatos siempre ha estado bien organizada. Que él conocía el norte como un libro, nadie puede negarlo. Que había viajado mucho y puesto sus pies en infinidad de sendas desconocidas, lo demuestran muchas pruebas. Aparte de lo que yo personalmente he averiguado, conozco a hombres que le han visto en todos los lugares, pero principalmente en los confines de Ninguna Parte. Allí estaba Johnson, el exagente de la Hudson Bay Company, que le había albergado en su factoría del Labrador hasta que sus perros hubieron descansado un poco y él estuvo en condiciones de continuar el viaje. Estaba Mac-Mahon, el agente de la Alaska Commercial Company, que le había encontrado en Dutch Harbour y, más tarde, entre las islas más lejanas del grupo de las Aleutianas. Era indiscutible que había guiado una de las primeras exploraciones de los Estados Unidos; y la historia asegura positivamente que, en condiciones parecidas, sirvió a la Western Union cuando intentó llevar hasta Europa el telégrafo de Alaska a Siberia. Más adelante fue Joe Lamson, el capitán de la ballenera, sitiado por el hielo en las bocas del Mackenzie, quien le había visto llegar a bordo en busca de tabaco.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Desconsuelo

Ramón Llull


Poesía, Religión


I

Dios: con vuestra virtud abro este Desconsuelo,
y lo hago cantando, por sí así me consuelo,
y porque cuente en él el pecado y entuerto
que hace el hombre con vos, que le juzgaréis muerto.
Y cuanto más consuélome, más se arredra mi pecho,
pues de dolor e ira es mi ánimo puerto,
y mi consuelo para en grave desconsuelo.
Y así en trabajo estoy a la vez que en recreo,
no tengo amigo alguno que me dé algún consuelo,
sino tan solo vos, por quien gran peso llevo,
cayendo y levantándome, y en tan duro estamento
que nada veo ni oigo que pueda darme aliento.

II

Cuando crecí y sentí del mundo vanidad,
empecé a obrar mal y en el pecado a entrar;
olvidando al Glorioso, seguí carnalidad;
mas plugo a Jesucristo, por su grande piedad,
cinco veces en cruz venírseme a mostrar,
para que, recordándole, me fuese a enamorar,
tanto, que procurase poderle predicar
por todo el mundo, y que se dijese verdad,
de su trinidad y que se quiso encarnar;
por lo que fui inspirado con tan gran voluntad
que otra cosa no amé sino al Señor honrar:
de servirle de grado aquí fue el comenzar.

III

Cuando consideré del mundo el estamento,
cuán pocos son cristianos y cuántos hay incrédulos,
en mi ánimo tuve aqueste pensamiento:
de prelados y reyes partiría al encuentro
y de los religiosos, por tal ordenamiento
que pasaje siguiérase y tal predicamento,
que con hierro y madera y veraz argumento,
de nuestra fe se diera tan grande ensalzamiento
que los infieles fuesen a parar en conversos.
Y tratando este asunto treinta años ya llevo
sin poderlo obtener, de lo que harto me duelo,
tanto, que muchas veces llorando languidezco.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa de Mapuhi

Jack London


Cuento


No obstante la pesada torpeza de sus líneas, el Aorai maniobró fácilmente en la brisa ligera, y su capitán lo condujo hacia adelante antes de virar apenas fuera del oleaje. El atolón de Hikueru —un círculo de fina arena de coral de un centenar de metros de ancho, con una circunferencia de veinte millas— se extendía bajo el agua, y emergía entre un metro y un metro y medio del límite de la alta marea. En el lecho de la inmensa laguna cristalina existía abundancia de ostras perlíferas, y desde el puente de la goleta, a través del ligero anillo del atolón, podía verse trabajar a los buzos. Pero la laguna no tenía acceso, ni siquiera para una goleta mercante. Con brisa favorable, los cúters podían penetrar a través del canal tortuoso y poco profundo, pero las goletas anclaban fuera y enviaban sus chalupas adentro.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Leyenda de Jess Uck

Jack London


Cuento


La renuncia, aunque tiene múltiples variantes, en el fondo es siempre igual. Pero, paradójicamente, hombres y mujeres renuncian a la cosa más querida del mundo por otra más querida aún. Siempre ha sido así. Abel ofreció las primicias de su rebaño y las reses más cebadas, que era lo que más estimaba para ponerse en buenas relaciones con Dios. Y lo mismo hizo Abraham cuando se dispuso a sacrificar sobre una piedra a su hijo Isaac. Quería mucho a Isaac, pero a Dios, de una manera incomprensible, aún lo quería más. Es posible que Abraham temiese al Señor. Pero, sea cierto o no, desde entonces millones de hombres han declarado que amaban al Señor y deseaban servirle.

Y dado que, como se sabe, amor es servidumbre y renunciar es servir, estaremos de acuerdo en que Jees Uck, que fue simplemente una mujer de color, amó con un gran amor. No sabía demasiado de historia; solo había aprendido a leer los presagios del tiempo y las huellas de la caza; así que nunca había oído hablar de Abel ni de Abraham; además, como se había escapado de las religiosas de Holy Cross, nadie le había contado la historia de Ruth, la moabita, que renunció a su propio Dios por una mujer de otras tierras. Jees Uck había aprendido una forma de abdicación —a base de palo— parecido al modo con que el perro renuncia al hueso robado. Sin embargo, cuando llegó la ocasión dio pruebas de ser capaz de elevarse a la altura de las razas superiores y de sacrificarse con igual nobleza.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Princesa

Jack London


Cuento


En el calvero ardía alegremente una hoguera; a su lado estaba tumbado un hombre de rostro jovial, pero horrible. Este calvero, en medio de un lugar boscoso situado entre el terraplén de la vía férrea y la orilla de un río, servía de refugio a vagabundos o pordioseros. Pero este hombre no pertenecía a la corporación. Había caído tan bajo en la escala social que un verdadero vagabundo se hubiera negado a compartir con él el mismo cobijo.

Este individuo representaba, en efecto, uno de esos seres híbridos, tan desprovistos de amor propio que las injurias no les hacen el menor efecto, y tan carentes de dignidad que buscan con qué alimentarse en las latas de basura.

En verdad que no tenía buen aspecto. Se le podía dar lo mismo sesenta que ochenta años. Su atavío hubiera repelido hasta a un trapero. Sobre su andrajoso abrigo, cerca de él, estaban esparcidos sus trastos: una lata de tomate vacía, ennegrecida por el humo; una vieja lata de leche condensada, completamente abollada; un trozo de papel pardo con algunos desperdicios de carne, que sin duda había mendigado en una carnicería; una zanahoria aplastada en parte por una rueda de vehículo; tres patatas con tallos y salpicadas de manchas verduzcas y un pastel recogido en alguna cuneta —como mostraban las huellas de barro— que ya había sido mordido.

En su cara crecía, en total abandono desde hacía años, una extraordinaria selva de pelos de color gris sucio. Quizá esta hirsuta barba fuese de natural blanca, pero, como era verano, hacía tiempo que no le había caído encima ningún chaparrón. El único lugar visible del rostro daba la impresión de haber recibido en tiempos la explosión de una granada.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Colores de Otoño

Henry David Thoreau


Ensayo


Prólogo

Los europeos que llegan a América se sorprenden de la brillantez del follaje otoñal. En la poesía inglesa no dan cuenta de semejante fenómeno, porque allí los árboles adquieren sólo unos pocos colores radiantes. Lo máximo que Thomson dice sobre este tema en su poema «Otoño» está en estos versos:

Mirad cómo se apagan los coloridos bosques,
la sombra que se cierne sobre la sombra, el campo alrededor
que se oscurece; un follaje apretado, umbrío y pardo,
con todos los matices, desde el pálido verde
hasta el negro tiznado.

y en el verso que habla de:

El otoño que brilla sobre los bosques amarillos.

El cambio otoñal que se produce en nuestros bosques aún no ha causado una impresión profunda en nuestra propia literatura. Octubre apenas ha matizado nuestra poesía.

Muchos de aquellos que se han pasado la vida en las ciudades, sin ocasión de ir al campo en esta estación, jamás han visto la flor o, mejor dicho, el fruto maduro del año. Recuerdo haber cabalgado con uno de esos ciudadanos, a los que, a pesar de que llegaba un par de semanas demasiado tarde para los colores más esplendorosos, el fenómeno lo cogió por sorpresa; nunca había oído hablar de algo así. No sólo muchos habitantes de las ciudades jamás lo han presenciado, sino que la gran mayoría apenas lo recuerda de un año para otro.

La mayoría confunde las hojas cambiantes con las marchitas, como si uno confundiera las manzanas maduras con las podridas. Creo que cuando una hoja vira de un color a otro más subido, da prueba de que ha llegado a una perfecta y última madurez. Por lo general, son las hojas más bajas, y las más viejas, las que primero se transforman. Pero así como el insecto de colores brillantes vive poco, así las hojas maduras no pueden menos que caer.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Peste Escarlata

Jack London


Novela corta


I

El sendero transcurría por donde en otro tiempo había sido terraplén de la vía del ferrocarril, pero hacía muchos años que no pasaba ningún tren por allí. La selva, como una ola verde, había invadido los declives laterales, acabando por coronarlo de árboles y matorrales. Aquella senda, por donde solo se deslizaban las fieras, tenía el ancho de un cuerpo humano. Algún trozo de herrumbre asomando de vez en cuando entre la tierra recordaba la existencia de rieles y traviesas. Un árbol de diez pulgadas de diámetro había crecido entre una junta, levantando el extremo del hierro. La viga, evidentemente sujeta a este por un tornillo había seguido al raíl, dejando un hueco que pronto se había rellenado de arena y hojarasca; y ahora el madero desgajado y carcomido ofrecía un aspecto curioso. A pesar del tiempo transcurrido se advertía que la vía había sido de un solo raíl.

Por este sendero caminaban un anciano y un muchacho. Andaban despacio, pues el primero, que era muy viejo y de temblorosos movimientos de epiléptico, se apoyaba pesadamente en un bastón. Protegía su cabeza de los rayos del sol con un gorro burdo de piel de cabra bajo el cual asomaba una franja de pelo blanco escaso y sucio. Una visera confeccionada ingeniosamente con una gran hoja le resguardaba los ojos, y por debajo miraba el viejo con sumo cuidado dónde ponía los pies. La barba, que debiera haber sido de blancura nívea, pero que denotaba la misma falta de agua y abandono que el cabello, le cubría hasta casi la cintura como una gran masa enmarañada. Cubría los hombros y el pecho solo con una zamarra estropeadísima de piel de cabra. Los brazos y piernas flacos y marchitos indicaban una edad muy avanzada; por los atezados, por las muchas cicatrices y rasguños de que estaban cubiertos se adivinaba que llevaban largos años expuestos a los elementos.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Yanki en Canadá

Henry David Thoreau


Viajes


Capítulo 1. De Concord a Montreal

Me temo que no tengo gran cosa que decir sobre Canadá, ya que no he visto mucho; lo que sí conseguí al visitar este país fue coger un resfriado. Salí de Concord, en Massachusetts, el miércoles 25 de septiembre de 1850 por la mañana en dirección a Quebec. El billete de ida y vuelta tenía un precio de siete dólares; la distancia desde Boston era de ochocientos veinte kilómetros; me veía obligado además, a la vuelta, a dejar Montreal en una fecha temprana, el viernes 4 de octubre, o en un período de diez días desde mi salida. No me detendré a relatarle al lector los nombres de mis compañeros de viaje; se decía que había mil quinientos. Yo solo quería llegar a Canadá y poder dar un buen paseo por allí igual que caminaría una tarde en los bosques de Concord.

El paisaje me era desconocido más allá de Fitchburg. De Ashburnham en adelante, mientras avanzábamos con rapidez, me fijé en la parra virgen (Ampelopsis quinquefolia), cuyas hojas ahora habían mudado de color, que se hallaba principalmente sobre árboles viejos, cubriéndolos como una bufanda roja. Resultaba no poco emocionante; sugería un derramamiento de sangre, o al menos vida militar, igual que una charretera o un fajín, como si estuviese teñida con la sangre de los árboles cuyas heridas no era apropiado taponar. Porque ahora el sangriento otoño había llegado, y una guerrilla india se había desatado en el bosque. Esos árboles militares resultaban numerosos, ya que nuestro rápido avance los conectaba aunque estuviesen separados por algunos kilómetros. ¿Tiene la parra virgen debilidad por el olmo?


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Árbol Ejemplifical

Ramón Llull


Tratado, Filosofía, Religión


Este árbol está dividido en siete partes, a saber: raíces, tronco, ramas, ramos, hojas, flores, frutos; y cada una de estas partes se divide en catorce partes, como la primera parte, que es de las raíces del árbol elemental, vegetal, sensual, imaginal, humanal, moral, imperial, apostolical, celestial, angelical, eviternal, maternal, cristianal, divinal; y lo mismo de la segunda parte y de las demás. Y cada una de las siete partes está dividida en catorce partes para que podamos dar ejemplos de las naturas y maneras de los árboles según son sus raíces, troncos, ramas y las demás, y para que tengamos gran materia para dar ejemplos, siendo así que en los catorce árboles están todas las cosas explicadas e implicadas; y por los ejemplos que daremos puede el hombre tener doctrina para conocer los secretos naturales y sobrenaturales, y para predicar y para tener moralidades buenas y solaz y amistad de las gentes. Y más aún, que por ellos puede el hombre tener universal hábito para entender muchas cosas placenteras de entender y placenteras de oír.

Los ejemplos que nos proponemos dar queremos dividir en dos partes, a saber, en relatos y proverbios escogidos según las naturas de los árboles; y este proceso nos proponemos tener en este árbol. Y porque la materia es grande, según su grandeza no podremos proceder, porque por otras cosas estamos muy ocupados. Y también porque las gentes esquivan la prolijidad, y porque abreviadamente de este árbol queremos hablar; empero, según lo que diremos, doctrina daremos para que el hombre pueda llegar a encontrar nuevos proverbios y nuevos relatos, y extender su entendimiento por la gran materia de este Árbol.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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