Textos no disponibles publicados el 10 de abril de 2018 | pág. 2

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textos no disponibles fecha: 10-04-2018


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Vaska el Rojo

Máximo Gorki


Cuento


Hace no mucho tiempo, en una de las casas públicas de una ciudad a orillas del Volga prestaba sus servicios un hombre de unos cuarenta años, llamado Vaska y apodado «el Rojo». Debía su apodo a sus cabellos intensamente pelirrojos y a su cara rechoncha del color de la carne cruda.

De labios gruesos, con unas grandes orejas despegadas del cráneo que recordaban a las asas de una jofaina, impresionaba por la expresión cruel de sus ojillos descoloridos. Hundidos en medio de la grasa, brillaban como bloques de hielo y, en abierta contradicción con la figura carnosa y bien alimentada de aquel hombre, su mirada siempre daba la sensación de que estuviera muerto de hambre. Bajo y achaparrado, solía llevar una casaca corta de color azul, unos pantalones anchos de paño, de corte oriental, y unas botas lustrosas con un pequeño adorno. Tenía el cabello rizado y, cuando se ponía su elegante gorro, los rizos pelirrojos le asomaban por debajo, cubriéndole el cintillo. Parecía entonces que Vaska llevara puesta una corona roja.

Sus camaradas le llamaban «el Rojo», pero las chicas solían llamarle «el Verdugo», porque disfrutaba martirizándolas.

En aquella ciudad había varias instituciones de enseñanza superior y, por tanto, numerosos jóvenes. Por ese motivo, las casas de tolerancia ocupaban un barrio entero: una larga calle principal y toda una serie de callejones laterales. Vaska era conocido en todas las casas del barrio, su nombre causaba terror entre las chicas y, cuando se peleaban entre ellas, por la razón que fuera, o tenían algún problema con la madama, ésta solía amenazarlas:

—¡Mucho cuidado! ¡Como me saquéis de mis casillas, voy a tener que llamar a Vaska el Rojo!


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19 págs. / 34 minutos / 89 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Los Exhombres

Máximo Gorki


Novela corta


I

La calle del Arrabal consta de dos hileras de casuchas de un solo piso, muy pegadas las unas a las otras, decrépitas, con las paredes vencidas y las ventanas desvencijadas. Los tejados hundidos de las viviendas maltratadas por el paso del tiempo, remendados con tablones de tilo, están cubiertos de musgo; sobre ellos se alzan en algunos sitios unas altas pértigas con jaulas para los estorninos. Les da sombra el verdor polvoriento del saúco y de los sauces encorvados: triste flora de las afueras de las ciudades, habitadas por los más miserables.

Los gastados cristales, verdosos y turbios, de las ventanas de las casas intercambian sus miradas de cobardes rateros. Por mitad de la calle desciende un reguero zigzagueante, que va sorteando los profundos baches cavados por las lluvias. Aquí y allá se ven montones de cascajo y toda clase de residuos, cubiertos de hierbajos: igual pueden ser los restos que los comienzos de una de esas construcciones que acometen sin éxito los vecinos en su lucha contra los torrentes que bajan impetuosos de la ciudad cada vez que llueve. Arriba, en lo alto de la colina, las mansiones de piedra se ocultan entre la vegetación exuberante de los frondosos jardines, los campanarios de las iglesias se elevan orgullosos hacia el azul, sus cruces doradas relumbran al sol.

Cuando llueve, la ciudad vierte en el Arrabal todas sus inmundicias; en tiempos de sequía, lo inunda de polvo. Y todas estas casuchas deformes también parecen desterradas de allí, de los barrios altos, barridas por un poderoso brazo como si no fueran más que basura.

Aplastadas contra el suelo, medio podridas, enfermizas, pintadas por el sol, el polvo y la lluvia de ese color gris desvaído que adquiere la madera envejecida, han ido cubriendo la ladera.


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79 págs. / 2 horas, 18 minutos / 166 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

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