PRIMERA PARTE
I
Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia
infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposa acababa de
enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz
francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo
con él.
Semejante situación duraba ya tres días y era tan dolorosa para los
esposos como para los demás miembros de la familia. Todos, incluso los
criados, sentían la íntima impresión de que aquella vida en común no
tenía ya sentido y que, incluso en una posada, se encuentran más unidos
los huéspedes de lo que ahora se sentían ellos entre sí.
La mujer no salía de sus habitaciones; el marido no comía en casa
desde hacía tres días; los niños corrían libremente de un lado a otro
sin que nadie les molestara. La institutriz inglesa había tenido una
disputa con el ama de llaves y escribió a una amiga suya pidiéndole que
le buscase otra colocación; el cocinero se había ido dos días antes,
precisamente a la hora de comer; y el cochero y la ayudante de cocina
manifestaron que no querían continuar prestando sus servicios allí y que
sólo esperaban que les saldasen sus haberes para irse.
El tercer día después de la escena tenida con su mujer, el príncipe
Esteban Arkadievich Oblonsky — Stiva, como le llamaban en sociedad —, al
despertar a su hora de costumbre, es decir, a las ocho de la mañana, se
halló, no en el dormitorio conyugal, sino en su despacho, tendido sobre
el diván de cuero.
Volvió su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexibles muelles
del diván, como si se dispusiera a dormir de nuevo, a la vez que
abrazando el almohadón apoyaba en él la mejilla.
De repente se incorporó, se sentó sobre el diván y abrió los ojos.
Información texto 'Ana Karenina'