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El Lago de Ginebra

Stendhal


Cuento


Novela moral y costumbrista

Obra póstuma del señor Ducray Dumesnil

PERSONAJES

SEÑORA DE CANTALL

CÉLESTE, SU HIJA

EL DUQUE DE BELÈVRE

RIOCI

Era en 1804; la diligencia, cuyo cabriolé ocupaba yo con …, recorría bastante despacio una cuesta larga, en un bosque. Era bonita la vista del valle, pero no la miraba; sabía que desde lo alto de la colina por la que estábamos subiendo vería el lago de Ginebra.

El lago de Ginebra. ¡Qué palabras para un corazón de dieciocho años! ¡Las rocas de Meillerie, J.-J. Rousseau, Vevey, La nueva Héloïse!

La pedantería no había mancillado las aguas del lago de Ginebra.

Divisé por fin aquel lago inmenso desde lo alto de las colinas de Changy; tiene en verdad apariencia de mar; se avista el lago, a lo largo, con una extensión de doce leguas por lo menos. El aire era tan limpio que veía cómo el humo de las chimeneas de Lausana, a siete leguas, subía en columnas ondulantes y verticales.

—¿Tienes diez céntimos para el postillón?

Thélinge repetía esas palabras, de mal humor, por tercera o cuarta vez; le di dos monedas de seis ochavos, es decir, quince céntimos.

—En bonita situación me has puesto —repitió cuando se alejó el postillón—. ¿Pretendes que le pida a un niño que me devuelva cinco céntimos? Además, ya se sabe lo que van a contestar, que no llevan suelto.


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Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Un Golpe a la Puerta del Cortijo

Franz Kafka


Cuento


Fue un caluroso día de verano. Mi hermana y yo pasábamos frente a la puerta de un cortijo que estaba en el camino de regreso a casa. No sé si golpeó esa puerta por travesura o distracción, no sé si tan solo amenazó con el puño sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros mas adelante, junto al camino real que giraba a la izquierda, empezaba el pueblo. No lo conocíamos, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de ahí unos hombres haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia el cortijo y nos hacían recordar el golpe contra la puerta. Los dueños nos denunciarían e inmediatamente comenzaría el sumario. Yo permanecía calmo, tranquilizaba a mi hermana. Posiblemente ni siquiera había tocado, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarla por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi hermana sino también yo sería acusado. Yo asentía sonriente con la cabeza. Todos volvíamos nuestra vista atrás, hacia el cortijo., tan atentamente como si se tratara de una lejana cortina de humo tras la cual fuera a aparecer un incendio. Lo que pronto vimos, en realidad fue a unos jinetes que entraron por el portón del cortijo. Una polvareda al levantarse, lo cubrió todo; solo brillaban las puntas de las enormes lanzas. Apenas la tropa había desaparecido en el patio, cuando debió, al parecer, hacer dar vuelta a sus corceles, pues volvió a salir en dirección nuestra. Aparté a mi hermana de un empellón, yo me encargaría de poner todo en orden. Ella no quiso dejarme solo. Le expliqué que para que se viera mejor vestida ante los señores debía, al menos, cambiarse de ropas. Por fin me hizo caso e inició el largo camino a casa. Ya estaban los jinetes junto a nosotros y casi al tiempo de apearse preguntaron por mi hermana.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Vaquero que No Mentía Jamás

Alfred de Musset


Cuento


Había una vez un hombre que poseía un gran hato de vacas. Cuidaba de este un pastor que tenía la reputación de decir siempre la verdad. Un día que el pastor bajó de la montaña, el patrón le preguntó:

—¿Cómo siguen las vacas?

—Unas rollizas y otras flacas.

—¿Y el semental?

—Gordo y espléndido.

—¿Y los pastos?

—Verdes por unos lados y secos por otros.

—¿Y el agua de los arroyos?

—Turbia aquí, limpia allá.

Un día el propietario se dirigía al pastizal. Por el camino encontró a uno de sus amigos que también iba a ver su rebaño.

—¿Por qué llaman a tu vaquero «el hombre que no miente jamás»?

—Porque no ha dicho jamás una mentira.

—Yo lo haré decir una.

—Eso es imposible.

—¿Qué te apuestas?

—La mitad de nuestras fincas.

—Trato hecho.

El amigo del patrón empleó todos los medios posibles para hacer mentir al vaquero. Un día fue a cazar a un lugar que se podía observar desde el apancentadero donde se encontraba el vaquero que no mentía jamás. Cuando se hizo de noche el patrón le preguntó en presencia de su amigo:

—¿Ha ido hoy alguien a cazar a la montaña?

—Le diré, patrón: allá lejos en el monte, he visto a un hombre o una mujer subido en un caballo o yegua; llevaba una carabina o escopeta, y su perro o perra corría detrás de un zorro o zorra.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Contrabandista a Pesar Suyo

Alejandro Dumas


Cuento


Entre todas las capitales de Suiza, Ginebra representa la aristocracia del dinero: es la ciudad del lujo, de las cadenas de oro, de los relojes, de los coches y de los caballos. Sus tres mil obreros surten a Europa entera de joyas. El más elegante de los almacenes de joyería de Ginebra es sin disputa el de Beautte.

Estas joyas pagan un derecho por entrar en Francia, pero, mediante una comisión de un cinco por ciento, el señor Beautte se encarga de hacerlas llegar de contrabando. El negocio entre el comprador y el vendedor se hace con esta condición, a la luz del día y públicamente, como si no hubiese aduaneros en el mundo. Es verdad que el señor Beautte posee una maravillosa destreza para desbaratarles los planes; una anécdota entre mil vendrá en apoyo del elogio que nosotros le hacemos.

Cuando el señor conde de Saint—Cricq era director general de Aduanas oyó tan a menudo hablar de esta habilidad, gracias a la cual se engañaba la vigilancia de sus agentes, que resolvió asegurarse por sí mismo de si todo lo que se decía era verdad. Fue, en consecuencia, a Ginebra, se presentó en el almacén del señor Beautte y compró joyas por valor de treinta mil francos, con la condición de que les serían entregadas sin derechos de aduanas en su hotel de París. El señor Beautte aceptó la condición como hombre habituado a estas clases de negocios, y únicamente presentó al comprador una especie de contrato privado, por el cual se obligaba a pagar, además de los treinta mil francos de adquisición, el cinco por ciento de costumbre; éste sonrió, tornó una pluma, firmó de Saint—Cricq, director general de las Aduanas Francesas, y entregó el papel a Beautte, quien miró la firma y se contentó con responder inclinando la cabeza:

—Señor director de Aduanas, los objetos que usted me ha hecho el honor de comprar llegarán tan pronto como usted a París.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Enfermo

Gustav Meyrink


Cuento


La sala de espera del sanatorio estaba concurrida, como siempre; todo el mundo permanecía quieto, esperando a la salud.

La gente no se hablaba por temor de oír la historia de la enfermedad del otro, o dudas acerca del tratamiento.

Todo era indeciblemente desolado y aburrido, y las insulsas sentencias y máximas, fijadas en letras negras de brillo sobre cartulinas blancas, obraban como un emético.

Junto a una mesa, enfrente de mí, estaba sentado un chico, al que yo miraba sin cesar, pues de otro modo tendría que colocar la cabeza en una postura aun más incómoda.

Vestido con mal gusto parecía infinitamente estúpido, con su frente baja. En sus bocamangas y pantalones puso la madre adornos de encaje blancos.

* * *

El tiempo pesaba sobre todos nosotros, nos succionaba como un pulpo.

No me extrañaría si de pronto toda esa gen-te se levantase de un salto y, sin motivo justificado, lo destruyese todo —mesas, ventanas, lámparas—, como un solo hombre delirante.

El porqué yo mismo no obraba así me resultaba, en verdad, inexplicable; probablemente dejé de hacerlo por temor de que los demás no me secundaran al mismo tiempo, y de que tuviese que volver a sentarme, avergonzado, después.

Volví a mirar los adornos de encaje blancos y sentí que el tedio se había hecho aún más torturador y deprimente. Tuve la sensación de soportar en la cavidad bucal una gran esfera gris de caucho, que se hacía cada vez más grande y me estaba desplazando el cerebro.

En tales momentos de desolación, incluso la idea de cualquier cambio le causa a uno horror.

El chico iba alineando fichas de dominó en su estuche, pero las sacaba de nuevo con un miedo febril, para volverlas a colocar de otro yodo. Pues, aunque no le sobraba ninguna ficha, el estuche seguía sin llenarse del todo; como él lo esperaba, le faltaba todavía una hilera entera para llegar al borde.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Casa del Juicio

Oscar Wilde


Cuento


Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el Hombre compareció desnudo ante Dios.

Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tú no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de tu vecino. Cogiste el pan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos; y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé, vertiste sangre inocente.

Y el Hombre respondió y dijo:

—Si, eso hice.

Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamantes. Tus ídolos no eran de oro ni de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mirra sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia.

Y el Hombre contestó, y dijo:

—Sí, eso hice también.

Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida de Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Ante la Ley

Franz Kafka


Cuento, Fábula


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián , y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si mas tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez — dice el centinela — pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta , como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno mas poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Coloquio con la Vida

Máximo Gorki


Cuento


Estaban ante la Vida dos hombres, que eran otras tantas víctimas suyas.

—¿Qué quieren? —les preguntó. Uno de ellos contestó con voz lenta:

—Me rebelo ante la crueldad de tus contradicciones; mi espíritu se esfuerza en vano por penetrar el sentido de la existencia y mi alma está invadida por las tinieblas de la duda. Sin embargo, la razón me dice que el hombre es el ser más perfecto del mundo…

—¿Qué reclamas? —interrumpió impasible la Vida.

—Quiero la dicha… Y para poder realizarla, es preciso que concilies los dos principios opuestos que comparten mi alma, poniendo de apoyo mi “yo quiero” con tu “tú debes”.

—No tienes nada que desear sino aquello que debes hacer por mí —contestó la Vida con dureza.

—No, yo no puedo desear ser tu víctima. ¿Porque yo quisiera dominarte, estoy condenado a vivir bajo el yugo de tus leyes?

—Modera tu énfasis –le dijo el que estaba más cerca de la Vida. Pero sin fijarse en sus palabras, el otro prosiguió:

—Yo quiero tener el derecho de vivir en armonía con mis aspiraciones. No quiero ser hermano ni esclavo de mi prójimo por deber; seré su hermano o su esclavo a mi gusto, obedeciendo a mi voluntad. Yo no quiero que la sociedad disponga de mí como de una piedra inerte que ayuda a edificar las prisiones de su ventura. Soy hombre, soy alma, soy espíritu y debo ser libre.

—Espera —dijo la Vida con una sonrisa helada—. Has hablado lo bastante y ya sé todo lo que podrías añadir. ¡Pides tu libertad! ¿Por qué no la ganas? ¡Lucha conmigo! ¡Vénceme! Hazte mi señor, y yo seré tu esclava. No sabes con qué tranquilidad me someto siempre a los triunfadores. ¡Pero es necesario vencer! ¿Te sientes capaz de luchar conmigo para librarte de tu servidumbre? ¿Estás seguro del triunfo? ¿Confías en tu fuerza?

Y el hombre contestó:


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Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Híbrido

Franz Kafka


Cuento


Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.

Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.

No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Catástrofe en la Joven Turquía

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El ministro de Bellas Artes (a cuyo ministerio se había anexado últimamente la nueva subsección de Ingeniería Electoral) le hizo una visita de trabajo al gran visir. De acuerdo con la etiqueta oriental, discurrieron un rato sobre temas indiferentes. El ministro se detuvo a tiempo para omitir una referencia casual a la Maratón que se había corrido, cuando recordó que el gran visir tenía una abuela persa y podía considerar la alusión a Maratón como una falta de tacto.

A continuación el ministro entró en el tema de su entrevista.

—¿Bajo la nueva constitución, las mujeres tendrán el voto? —preguntó repentinamente.

—¿Tener el voto? ¿Las mujeres? —exclamó el visir con cierta estupefacción—. Mi querido pashá, la nueva carta tiene cierto sabor de absurdo así como está; no tratemos de convertirlo en algo completamente ridículo. Las mujeres no tienen alma, ni inteligencia, ¿por qué demonios van a tener el voto?

—Sé que suena absurdo —dijo el ministro—, pero en Occidente están considerando esa idea seriamente.

—Entonces deben estar equipados con mayor solemnidad de la que yo les reconocía. Después de una vida de esfuerzos especiales por mantener mi gravedad, escasamente puedo reprimir mi inclinación a sonreír ante tal sugerencia. Mire usted, nuestras mujeres en la mayoría de los casos no saben leer ni escribir. ¿Cómo pueden ejecutar la operación de votar?

—Se les pueden mostrar los nombres de los candidatos y en donde pueden marcar con una cruz.

—Discúlpeme ¿cómo dijo? —lo interrumpió el visir.

—Con una medialuna, quiero decir —se corrigió el ministro—. Sería algo que le gustaría al Partido Turco Juvenil —agregó.

—Bueno —dijo el visir—, si vamos a cambiar las cosas, lleguemos al extremo de una vez. Daré instrucciones para que a las mujeres se les reconozca el voto.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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