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Armadale

Wilkie Collins


Novela


LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO I

Los viajeros

En el balneario de Wildbad, se abría la temporada de mil ochocientos treinta y dos.

Las sombras de la noche empezaban a acumularse sobre la pequeña y tranquila ciudad alemana; la diligencia iba a llegar de un momento a otro. Delante de la puerta del edificio principal, hallábanse reunidos, esperando la llegada de los primeros visitantes del año, los tres personajes más importantes de Wildbad en compañía de sus esposas: el alcalde, que representaba a la población; el médico, como portavoz del balneario, y el propietario, en representación de su propio establecimiento. Apartados de este círculo selecto y formando alegres grupos en la bien cuidada plazuela de delante de la posada, los habitantes de la población se mezclaban aquí y allá con los campesinos, ataviados con sus pintorescos trajes alemanes y que esperaban plácidamente la llegada de la diligencia: los hombres, con chaqueta corta y negra, calzón negro ajustado y sombrero de castor de tres picos; las mujeres, con los rubios cabellos colgando en una gruesa trenza sobre la espalda y el talle de los cortos vestidos de lana púdicamente subido hasta debajo de los omóplatos. Alrededor de este grupo correteaban en perpetuo movimiento bandadas de chiquillos rollizos y de pelo albino; al mismo tiempo, misteriosamente apartados del resto de los moradores, los músicos del balneario permanecían tranquilos en un rincón olvidado, mientras esperaban la aparición de los primeros visitantes para tocar la serenata que abriría la temporada. La luz de aquel atardecer de mayo brillaba todavía en las cimas de los altos y frondosos montes que custodiaban la ciudad a derecha e izquierda, y la fresca brisa que sopla antes de ponerse el sol traía el penetrante perfume balsámico de los abetos de la Selva Negra.


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900 págs. / 1 día, 2 horas, 15 minutos / 101 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Los Misterios de Udolfo

Ann Radcliffe


Novela


Volumen I

El destino encaja en estas oscuras alacenas, y frunce el ceño,
y, cuando las puertas se abren para recibirme,
su voz, en repetidos ecos por los patios,
revela un hecho indescriptible.

Capítulo I


el hogar es el refugio,
del amor, del júbilo, de la paz, y mucho más, donde
soportando y soportando, refinados amigos
y queridos parientes se unen en la felicidad.

THOMSON
 

En las gratas orillas del Garona, en la provincia de Gascuña, estaba, en 1584, el castillo de monsieur St. Aubert. Desde sus ventanas se veían los paisajes pastorales de Guiena y Gascuña, extendiéndose a lo largo del río, resplandeciente con los bosques lujuriosos, los viñedos y los olivares. Hacia el sur, la visión se recortaba en los majestuosos Pirineos, cuyas cumbres envueltas en nubes, o mostrando siluetas extrañas, se veían, perdiéndose a veces, ocultas por vapores, que en ocasiones brillaban en el reflejo azul del aire, y otras bajaban hasta las florestas de pinos impulsados por el viento. Estos tremendos precipicios contrastaban con el verde de los pastos y del bosque que se extendían por sus faldas. En ellas se veían cabañas, casas o simples edificios, en los que reposaba la vista después de haber llegado a las alturas cortadas a pi co. Hacia el norte y el este, las llanuras de Guiena y de Languedoc se perdían en la distancia; al oeste estaba situada la Gascuña bañada por las aguas del Vizcaya.


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895 págs. / 1 día, 2 horas, 6 minutos / 563 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Las Dos Dianas

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. UN HIJO DE CONDÉ Y UNA HIJA DE REY

Era el día 5 de mayo del año 1551. De una casita de humilde apariencia salieron una mujer de unos cuarenta años próximamente y un mancebo de diez y ocho, y atravesaron juntos el pueblo de Montgomery, que radica en la región de Auge.

Era el mancebo uno de esos tipos de raza normanda, de cabellos castaños, ojos azules, dientes blancos como la nieve y labios sonrosados. Llamaba la atención la finura y satinado de su cutis, cualidad que con frecuencia da a los hombres del Norte una belleza femenina que resta poder a la energía varonil, no menos que su talle fuerte y flexible a la vez, que parecía participar de las características de la encina y de la caña. Vestía con sencillez y elegancia un jubón de paño color violeta adornado con bordados de seda del mismo color. Del mismo paño que el jubón eran sus calzas, bordadas en seda como aquél. Completaban su atavío unas botas altas de cuero negro, de las que solían usar los pajes y los escuderos, y una gorra de terciopelo, ligeramente ladeada y adornada con una pluma blanca, que daba sombra a su frente, espejo de calma y de entereza varonil.

Su caballo, cuyas riendas había pasado por su brazo, le seguía irguiendo de vez en cuando su cabeza para aspirar el aire, y recibiendo con relinchos de alegría las emanaciones que aquél le traía.

La mujer parecía pertenecer, si no a la clase social más humilde, por lo menos a la que se hallaba colocada entre ésta y la que llamamos media. Vestía con extremada sencillez, pero a la par con aseo y limpieza tan exquisitos, que parecían irradiar elegancia. El mancebo habíala ofrecido varias veces su brazo, que ella se negó a tomar cual si considerase que suponía un honor excesivamente alto para ella.


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894 págs. / 1 día, 2 horas, 5 minutos / 194 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Demonios

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela


Dedicatoria


Por mi vida que la senda
no se ve, nos extraviamos.
¡Qué hacer! Nos lleva un demonio
dando tumbos por el campo.
¿Cuántos son? ¿Adónde corren?
¿Por qué cantan con tal pena?
¿Van al entierro de un duende
o a casar a una hechicera?

A. S. Pushkin

Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso. Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado.

Lucas, 8, 32-36
 

Primera parte

Capítulo I. A modo de introducción: algunos detalles de la biografía del muy respetable Stepán Trofímovich Verjovenski

I

Al proponerme la descripción de unos acontecimientos tan recientes como singulares que han tenido lugar en nuestra ciudad, una ciudad que hasta el presente había pasado desapercibida, me veo obligado, dada mi falta de soltura, a remontarme bastante atrás en el tiempo, para empezar, en concreto, por ciertos detalles biográficos del muy respetable y lleno de talento Stepán Trofímovich Verjovenski. Sirvan estos detalles únicamente como introducción a la crónica propuesta, y la historia como tal, la historia que me dispongo a contar, quedará para después.


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891 págs. / 1 día, 2 horas / 576 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

La Dama de Monsoreau

Alejandro Dumas


Novela


I. Las bodas de San Lucas

El domingo de carnaval del año de 1578, después de la fiesta del pueblo, y en tanto se extinguían en las calles de París los rumores de aquel alegre día, comenzaba una espléndida función en el magnífico palacio recién construido al otro lado del río y casi enfrente del Louvre por cuenta de la ilustre familia de los Montmorency, que, aliada con la familia real, igualaba en categoría a la de los Príncipes.

Esta función particular, que sucedía a la función pública, tenía por objeto festejar las bodas de Francisco de Epinay de San Lucas, grande amigo del Rey Enrique III, y uno de sus favoritos más íntimos, con Juana de Cossé-Brisac, hija del Mariscal de Francia de este nombre.

Celebrábase el banquete en el Louvre, y el rey, que difícilmente había consentido en que se efectuase aquel matrimonio, se presentó en el festín con el rostro severo e impropio de las circunstancias. Su traje, además, se hallaba en armonía con su rostro: era aquel traje color de castaña obscuro con que Clouet nos le ha pintado, presenciando las bodas de Joyeuse; y aquella especie de espectro real, serio hasta la majestad, tenía helados a todos de espanto, y principalmente a la joven desposada, a quien miraba de reojo cada vez que la miraba.

Sin embargo, nadie parecía extrañar la actitud sombría del rey en medio de la alegría del festín, pues que tenía por origen uno de esos secretos del corazón que el mundo costea con precaución como escollos a flor de agua, contra los cuales es seguro de estrellarse apenas se les toca.

Apenas terminó el banquete, se levantó el rey bruscamente, y todos, hasta los que confesaban en voz baja su deseo de permanecer sentados a la mesa, se vieron obligados a seguir el ejemplo del monarca.

Entonces San Lucas dirigió una mirada a su mujer, como si quisiera hallar en sus ojos el valor que le faltaba, y acercándose al rey, le dijo:


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Protegido por copyright
867 págs. / 1 día, 1 hora, 18 minutos / 160 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Veinte Años Después

Alejandro Dumas


Novela


Capítulo I. La sombra de Richelieu

En un cuarto del palacio del cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de libros y papeles, permanecía sentado un hombre con la cabeza apoyada en las manos.

A sus espaldas había una chimenea con abundante lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El resplandor de aquel fuego iluminaba por detrás el traje de aquel hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas bujías permitía examinar muy bien de frente.

Al ver aquel traje talar encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente descolorida e inclinada en señal de meditación, la soledad del gabinete, el silencio que reinaba en las antecámaras, como también el paso mesurado de los guardias en la meseta de la escalera, podía imaginarse que la sombra del cardenal de Richelieu habitaba aún aquel palacio.

Mas ¡ay! sólo quedaba, en efecto, la sombra de aquel gran hombre. La Francia debilitada, la autoridad del rey desconocida, los grandes convertidos en elemento de perturbación y de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo patentizaba que Richelieu ya no existía.

Y más aún demostraba la falta del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje; aquellas galerías desiertas de cortesanos; los patios llenos de guardias aquel espíritu burlón que desde la calle penetraba en el palacio, a través de los cristales, como el hálito de toda una población unida contra el ministro; por último, aquellos tiros lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin más fin que hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados que guarnecían el palacio del cardenal, llamado a la sazón Palacio Real, que también el pueblo disponía de armas.

Aquella sombra de Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se sentía débil.


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851 págs. / 1 día, 49 minutos / 443 visitas.

Publicado el 9 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Hijas y Esposas

Elizabeth Gaskell


Novela


I. El amanecer de un día de fiesta

Permitan comenzar con ese viejo galimatías infantil. En un país había un condado, y en el condado había un pueblo, y en el pueblo había una casa, y en la casa una habitación, y en la habitación había una cama, y en la cama estaba echada una niña; completamente despierta y con ganas de levantarse, pero no se atrevía a hacerlo por temor al poder invisible de la habitación de al lado: una tal Betty, cuyo sueño no debía perturbarse hasta que dieran las seis, momento en que se levantaría «como si le hubieran dado cuerda» y se encargaría de alborotar la paz de aquella casa. Era una mañana de junio y, aunque era muy temprano, el dormitorio estaba lleno de sol, de luz, de calor.

Sobre la cajonera que había delante de la pequeña cama con cubierta de bombasí blanco que ocupaba Molly Gibson, se veía una especie de perchero primitivo para capotas, del que colgaba una meticulosamente protegida del polvo por un gran pañuelo de algodón, de una textura tan tupida y resistente que, si lo que había debajo hubiese sido un fino tejido de gasa, encaje y flores, habría quedado «hecho un zarrio» (por utilizar una de las expresiones de Betty). Pero el gorro era de dura paja, y su único adorno era una sencilla cinta blanca colocada sobre la copa, atada en un lazo. Sin embargo, había una pequeña tela encañonada en el interior, cuyos pliegues Molly conocía a la perfección, pues ¿acaso no los había hecho ella la noche antes con grandes esfuerzos? ¿Y no había un lacillo azul en esa tela, que superaba en elegancia a todos los que Molly había llevado hasta ahora?


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Protegido por copyright
847 págs. / 1 día, 42 minutos / 501 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Sin Nombre

Wilkie Collins


Novela


Para
Francis Carr Beard
(Miembro del Real Colegio de Cirujanos de
Inglaterra)
En recuerdo de la época en que se escribieron
las últimas escenas de esta historia

PREFACIO

El propósito principal de esta historia es despertar el interés del lector por un tema que han tratado algunos de los más grandes escritores, vivos o muertos, pero que ni ha sido agotado ni podrá agotarse nunca, pues se trata de un tema que interesará siempre a la humanidad. Aquí se presenta otro libro que describe la lucha de un ser humano bajo las influencias opuestas del Bien y del Mal, influencias que todos hemos sentido, que todos conocemos. En mi ánimo estaba convertir a «Magdalen», que personifica esta lucha, en un personaje patético incluso en su terquedad y su error, y he intentado con todas mis fuerzas obtener ese resultado por el medio menos importuno y menos artificial de todos: ateniéndome estrictamente, durante todo el libro, a la verdad tal como es en la Naturaleza. No ha sido fácil cumplir con este propósito, y me ha servido de gran aliento (durante la publicación de la historia en forma periódica) saber, con la autoridad que dan sus muchos lectores, que el objetivo que me había marcado puede considerarse conseguido hasta cierto punto.


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Protegido por copyright
838 págs. / 1 día, 27 minutos / 208 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Barnaby Rudge

Charles Dickens


Novela


Prefacio a la edición de 1849

Tras haber expresado el ya fallecido señor Waterton, hace algún tiempo, que los cuervos se estaban extinguiendo poco a poco en Inglaterra, le ofrecí las siguientes palabras acerca de mi experiencia con esas aves.

El cuervo de esta historia esta concebido a partir de dos grandes originales de los que fui, en distintos momentos, orgulloso propietario. El primero estaba en la flor de la juventud cuando fue descubierto en un modesto retiro de Londres por un amigo mío, que me lo dio. Tuvo desde el principio, como dice sir Hugh Evans de Anne Page, «buenas dotes» que mejoró por medio del estudio y la atención de manera ejemplar. Dormía en un establo —generalmente encima de un caballo— y tenía atemorizado a un perro ladrador gracias a su sobrenatural sagacidad; era conocido por poder, gracias a la superioridad de su genio, llevarse la comida del perro ante sus narices con total tranquilidad. Estaba adquiriendo rápidamente conocimientos y virtudes cuando, en una mala hora, su establo fue pintado. Observó a los pintores con atención, vio que manejaban con cuidado la pintura, e inmediatamente deseó poseerla. Cuando se fueron a comer, se comió toda la que habían dejado allí, una libra o dos de plomo blanco, y su juvenil indiscreción le llevó a la muerte.


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798 págs. / 1 día, -1 horas, 16 minutos / 160 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Retrato de una Dama

Henry James


Novela


1

Era la hora dedicada a la ceremonia del té de la tarde y sabido es que, en determinadas circunstancias, hay en la vida muy pocas horas que puedan compararse a ésa por el agrado y atractivo que ofrece a quienes saben disfrutarla. Hay momentos en los cuales, se tome o no se tome té —cosa que, desde luego, algunos no hacen jamás—, la situación constituye por sí misma una verdadera delicia. Las personas que están presentes en mi imaginación al intentar escribir la primera página de esta sencilla historia ofrecían a la vista un cuadro admirablemente ilustrador del disfrute de tan inocente pasatiempo. Los utensilios de ágape tan parco e íntimo se hallaban dispuestos sobre el tierno césped de una antigua casa de campo inglesa durante una hora que yo calificaría de momento supremo de una espléndida tarde de verano. Se había desvanecido parte de dicha tarde, pero aún quedaba de ella bastante, que era precisamente su parte de más bella y extraordinaria calidad. Faltaban todavía algunas horas para el verdadero atardecer, mas el torrente de intensa luz de verano había empezado ya a decrecer, se había vuelto más suave el aire, y las sombras, como desperezándose, se iban estirando poco a poco sobre la tupida y tierna hierba. Era, como decimos, pausado su alargamiento, y el escenario de la naturaleza contribuía a favorecer el nacimiento de ese estado de ánimo, de solaz y abandono, que constituye la fuente principal de placer en semejante actividad y a semejante hora. Puede decirse que el intervalo de tiempo comprendido entre las cinco y las ocho de la tarde de un día estival es a veces una pequeña eternidad; mas en momentos como éste cabe afirmar que es y no puede ser más que una eternidad de placer. Los participantes en la misma parecían estar disfrutando tranquilamente de él, y, por añadidura, no eran de los pertenecientes al sexo que se supone proporciona el mayor número de adeptos a tales ceremonias.


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786 págs. / 22 horas, 56 minutos / 1.293 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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