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El Hombre que Sabía Demasiado

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. EL ROSTRO EN LA DIANA

Harold March, el nuevo y renombrado periodista político, paseaba con aire decidido por una meseta en la que, desde hacía tiempo, se iban sucediendo por igual páramos y planicies, y cuyo horizonte se hallaba orlado por los lejanos bosques de la conocida propiedad de Torwood Park. Era un joven bien parecido, de pelo rubio y rizado y ojos claros, vestido con un traje de tweed. Inmerso en su feliz deambular a lo largo y ancho de aquel embriagador paisaje de libertad, Harold March era aún lo bastante joven como para tener bien presentes sus convicciones políticas y no simplemente para intentar olvidarlas a la menor ocasión. No en vano, su presencia en Torwood Park tenía precisamente un motivo político. Era el lugar de encuentro propuesto nada menos que por el Ministro de Hacienda, Sir Howard Horne, quien por entonces intentaba dar a conocer su denominado Presupuesto Socialista, el cual tenía la intención de exponer a cronista tan prometedor durante el transcurso de cierta entrevista que ambos tenían concertada. Harold March, por su parte, pertenecía a esa clase de hombres que saben todo lo que hay que saber sobre política pero nada acerca de los políticos, además de ser poseedor de unos notables conocimientos sobre arte, letras, filosofía y cultura general (acerca, en fin, de casi todo excepto del mundo en el que vivía).


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 320 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Eva Futura

Villiers de L'Isle Adam


Novela


Libro I: Edison

I. Menlo Park


Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.

GILES FLETCHER
 

A veinticinco leguas de Nueva-York, en el núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el hombre que ha hecho cautivo al eco.

Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas, aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio, despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.

Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado del castillo.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.149 visitas.

Publicado el 11 de enero de 2018 por Edu Robsy.

La Incredulidad del Padre Brown

Gilbert Keith Chesterton


Cuento


La resurrección del padre Brown

Hubo un corto período en la vida del padre Brown durante el cual éste disfrutó o, mejor dicho, no disfrutó de algo parecido a la fama. Anduvo, por espacio de unos días, convertido en la sensación periodística: fue el tópico usual de las controversias de semanario; sus hazañas se comentaron con intensidad e inexactitud en el mundillo de cafés y tertulias, especialmente en América. Y, aunque pueda parecer extraño a las personas que lo conocieran, sus detectivescas aventuras llegaron incluso a dar materia a los relatos breves de los «magazines».


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229 págs. / 6 horas, 40 minutos / 348 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Caballero de la Casa Roja

Alejandro Dumas


Novela


I. LOS VOLUNTARIOS

Era la noche del 10 de marzo de 1793.

En Notre Dame acababan de sonar las diez, y cada hora, descolgándose como un pájaro nocturno lanzado desde un nido de bronce, había volado triste, monótona y vibrante.

Sobre París había descendido una noche fría y brumosa.

El mismo París no era en absoluto el que conocemos, deslumbrante en la noche por mil luces que se reflejan en su fango dorado; era una ciudad avergonzada, tímida y atareada, cuyos escasos habitantes corrían para atravesar de una calle a otra.

Era, en fin, el París del 10 de marzo de 1793.

Tras algunas palabras sobre la extrema situación que había ocasionado este cambio en el aspecto de la capital, pasaremos a los acontecimientos cuyo relato es el objeto de esta historia.

A causa de la muerte de Luis XVI, Francia había roto con toda Europa. A los tres enemigos con los que había combatido al principio, Prusia, el Imperio y d Piamonte, se habían unido Inglaterra, Holanda y España. Sólo Suecia y Dinamarca, atentas al desmembramiento de Polonia realizado por Catalina II, conservaban su neutralidad.

La situación era alarmante. Francia, temida como potencia física, pero poco estimada como potencia moral tras las masacres de septiembre del 21 de enero, estaba literalmente bloqueada por toda Europa, como una simple ciudad. Inglaterra se hallaba en las costas, España en los Pirineos, el Piamonte y Austria en los Alpes, Holanda y Prusia en el norte de los Países Bajos, y en un solo punto, entre el Rin y el Escalda, doscientos cincuenta mil soldados avanzaban contra la República.


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228 págs. / 6 horas, 40 minutos / 206 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Historia de los Reyes de Britania

Geoffrey de Monmouth


Historia


PREFACIO Y DEDICATORIA

(1) A menudo he pensado en los temas que podrían ser objeto de un libro, y, al decidirme por la historia de los reyes de Britania, me tenía maravillado no encontrar nada —aparte de la mención que de ellos hacen Gildas y Beda en sus luminosos tratados— acerca de los reyes que habían habitado en Britania antes de la encarnación de Cristo, ni tampoco acerca de Arturo y de los muchos otros que lo sucedieron después de la encarnación, y ello a pesar de que sus hazañas se hicieran dignas de alabanza eterna y fuesen celebradas, de memoria y por escrito, por muchos pueblos diferentes.

(2) En estos pensamientos me encontraba cuando Walter, archidiácono de Oxford, hombre versado en el arte de la elocuencia y en las historias de otras naciones, me ofreció cierto libro antiquísimo en lengua británica que exponía, sin interrupción y por orden, y en una prosa muy cuidada, los hechos de todos los reyes britanos, desde Bruto, el primero de ellos, hasta Cadvaladro, hijo de Cadvalón. Y de este modo, a petición suya, pese a que nunca había yo cortado antes de ahora floridas palabras en jardincillos ajenos, satisfecho como estoy de mi rústico estilo y de mi propia pluma, me ocupé en trasladar aquel volumen a la lengua latina. Pues, si inundaba la obra de frases ampulosas, no lograría otra cosa que aburrir a mis lectores, al obligarlos a detenerse más en el significado de las palabras que en la comprensión de los objetivos de mi historia.


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228 págs. / 6 horas, 39 minutos / 790 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Isla del Tío Robinson

Julio Verne


Novela


Capítulo 1

La porción más desértica del océano Pacífico es esa vasta extensión de agua, limitada por Asia y América al oeste, al este por las islas Aleutianas y las Sándwich al norte y al sur. Los barcos mercantes casi no se aventuran en este mar. No hay al parecer ningún punto en el que pudiera hacerse una escala de emergencia y las corrientes son allí caprichosas. Los buques de navegación de altura, que transportan productos desde Nueva Holanda hasta América Occidental, navegan en latitudes más bajas; sólo el tráfico entre Japón y California podría animar esta parte septentrional del Pacífico pero todavía no es muy importante. La línea transatlántica que hace el servicio entre Yokohama y San Francisco sigue un poco más abajo la ruta de los grandes círculos del globo. Se puede decir en consecuencia que allí, entre los cuarenta y los cincuenta grados de latitud norte, existe lo que se puede llamar «el desierto». Quizás algún ballenero se arriesga alguna vez en este mar casi desconocido pero cuando lo hace pronto se apresura a sortear la cintura de las islas Aleutianas a fin de penetrar en el estrecho de Bering, más allá del cual se refugian los grandes cetáceos, encarnizadamente perseguidos por el arpón de los pescadores.


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226 págs. / 6 horas, 37 minutos / 267 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Puerta

Natsume Sōseki


Novela


I

Sōsuke sacó un cojín al engawa para disfrutar del sol de mediodía y se dejó caer encima con las piernas cruzadas. Al cabo de un rato, apartó la revista que hojeaba y se tumbó de costado. Era un precioso día del veranillo de San Martín. El rítmico golpear de las geta contra el suelo de la silenciosa calle, alcanzaba sus oídos y le producía un placer añadido. Se apoyó sobre el codo para contemplar el hermoso cielo azul que se abría más allá del alero del tejado. Parecía infinito visto desde el diminuto engawa. Pensó que sería muy afortunado si pudiera contemplar un cielo así algún domingo que otro. Miró con los ojos entornados directamente al sol. Su luz era tan cegadora, que acabó por darse la vuelta hacia los shoji donde su esposa, Oyone, cosía.

—¡Qué día tan maravilloso!

—Sí… —contestó ella lacónica.

Sōsuke tampoco parecía dispuesto a iniciar una conversación, así que se volvieron a quedar en silencio. Fue Oyone quien habló al cabo de un rato.

—¿Por qué no sales a dar un paseo?

Sōsuke rezongó; no se movió del sitio. Un poco más tarde, Oyone cayó en la cuenta de que se había dormido. Tenía las rodillas encogidas contra el cuerpo, como una gamba; su negra cabellera quedaba oculta por los brazos. Los tenía doblados de tal manera que impedían ver su rostro.

—Si te duermes ahí seguro que te resfrías —le previno.

Hablaba con un acento similar al de la gente de Tokio, pero con ciertos matices. Lo hacía con las inflexiones propias de las jóvenes japonesas que habían estudiado. Sōsuke abrió los ojos, pero no se levantó.

—Está bien —respondió en voz baja—, no me dormiré.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 321 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro Misterioso

William le Queux


Novela


DEL AUTOR AL LECTOR

En estos tiempos modernos, de agitada precipitación y grandes combinaciones, cuando el origen de familia no tiene valor alguno, las fortunas se hacen en un día, y las reputaciones se pierden en una hora, los secretos de los hombres son, algunas veces, muy extraños. Uno de éstos es el que revelo en este libro; uno que será, aseguro anticipadamente, enigmático y sorprendente para el lector.

El misterio ha sido tomado de la vida diaria, y hasta hoy la verdad concerniente a él ha sido considerada estrictamente confidencial por las personas mencionadas aquí, aun cuando ahora me han permitido que haga públicas estas notables circunstancias.

William Le Queux

I. EL DESCONOCIDO DE MANCHESTER

—¡Muerto! ¡Y se ha llevado su secreto a la tumba!

—¡Jamás!

—Pero se lo ha llevado. ¡Mira! Tiene la quijada caída. ¡No ves el cambio, hombre!

—¡Entonces, ha cumplido su amenaza, después de todo!

—¡La ha cumplido! Hemos sido unos tontos, Reginaldo... ¡verdaderamente tontos!—murmuré.

—Así parece. Confieso que yo esperaba confiadamente que nos diría la verdad cuando comprendiese que le había llegado el fin.

—¡Ah! tú no lo conocías como yo—observé con amargura.—Tenía una voluntad de hierro y un nervio de acero.

—Combinados con una constitución de caballo, porque, si no, haría mucho tiempo que se hubiera muerto. Pero hemos sido engañados... completamente engañados por un moribundo. Nos ha desafiado, y hasta el último momento se ha burlado de nosotros.

—Blair no era un tonto. Sabía lo que el conocimiento de esa verdad significaba para nosotros: una enorme fortuna. Lo que ha hecho, sencillamente, es guardar su secreto.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 99 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

Cranford

Elizabeth Gaskell


Novela


I. Nuestra sociedad

Cranford, en primer lugar, está en poder de las Amazonas; los inquilinos de todas las casas que sobrepasan cierto alquiler son mujeres. Cuando un matrimonio viene a establecerse a la ciudad, de una manera u otra el marido desaparece, bien por el miedo cerval que le causa ser el único hombre en las veladas de Cranford, bien porque debe permanecer con su regimiento o en su buque, o los negocios que le ocupan le retienen toda la semana en la gran ciudad comercial vecina de Drumble, que dista sólo veinte millas por ferrocarril. En suma, que sea lo que sea lo que les ocurra a los caballeros, no viven en Cranford. ¿Y qué iban a hacer allí? El médico tiene un partido de treinta millas y duerme en Cranford, pero no todos los hombres pueden ser médicos. Para mantener los cuidados jardines repletos de flores exquisitas sin que una mala hierba los afee; para ahuyentar a los rapaces que contemplan con anhelo dichas flores a través de las verjas; para espantar a los gansos que se aventuran en los jardines si por azar queda la cerca abierta; para decidir en materia de literatura y política sin inquietarse por razones o argumentos innecesarios; para obtener una información clara y correcta de los asuntos de todos los miembros de la parroquia; para mantener a las pulcras sirvientas en admirable disciplina; para la generosidad (un poco dictatorial) con el menesteroso y para los tiernos y mutuos buenos oficios que se prestan cuando están en dificultades, las damas de Cranford se bastan por completo. «¡Un hombre estorba tanto en una casa!», me comentó una de ellas una vez. Aunque conocen a la perfección los procederes de cada una, muestran una indiferencia absoluta por la opinión de las otras.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 136 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Piratas y Mar Azul

Arthur Conan Doyle


Cuento


El capitán Sharkey y el regreso a Inglaterra del gobernador de Saint Kitt

Cuando las grandes guerras de la Sucesión de España terminaron gracias al tratado de Utrecht, el inmenso número de corsarios que habían sido equipados por los bandos contendientes se encontraron sin ocupación. Algunos se dedicaron a las actividades del comercio normal, menos lucrativas que el corso; otros fueron absorbidos por las flotas pesqueras, y algunos, más temerarios, izaron la bandera negra en el palo de mesana y la bandera roja en el palo mayor, declarando por cuenta propia la guerra a toda la raza humana.

Tripulados por gentes reclutadas entre todas las naciones, batían los mares y desaparecían de cuando en cuando para carenar el casco en alguna caleta solitaria, o desembarcaban para correrse una juerga en algún puerto muy aislado, en el que deslumbraban a sus habitantes con su prodigalidad y los horrorizaban con las brutalidades que cometían.

Los piratas eran una amenaza constante en la costa de Coromandel, en Madagascar, en aguas africanas, y sobre todo en los mares de Indias Occidentales y de toda la América. Organizaban sus depredaciones con lujo insolente, adaptándose a las estaciones del año, acosando las costas de la Nueva Inglaterra durante el verano y bajando otra vez, cuando llegaba el invierno a los mares de las islas tropicales.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 141 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2018 por Edu Robsy.

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