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El hilo de la araña

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Amanece en el paraíso. El sublime Buda camina despacio por las márgenes del Lago de Loto. Las flores, de espléndida blancura, tienen estambres dorados que exhalan, día y noche, un suave perfume.

El sublime Buda permanece un poco junto al lago, para ver lo que ocurre bajo el manto de las flores de loto. Mirando a través del agua cristalina, contempla durante algunos instantes, en el remoto fondo de este lago celeste, las profundidades del infierno. Observa claramente, como imágenes en un límpido espejo, el río Styx, y la siniestra Montaña de las Agujas. Su mirada capta la forma de un hombre, de nombre Kandata, que se debate entre los demás condenados.

Kandata fue en vida un notorio malhechor, culpado de robos, incendios y muertes. Pero el sublime Buda se acuerda de la única buena acción por tal hombre practicada. Cierto día, atravesando un denso bosque, Kandata avistó una araña pequeñita que se arrastraba descuidada por el suelo. Sin pensar, levantó el pie para aplastarla, pero se contuvo. “No, no”, pensó. “Aunque no pase de una cosa insignificante, esta araña es un ser vivo. No debo quitarle la vida sin motivo.” Y siguió su camino.

El sublime Buda considera lo que acaba de ver. Teniendo en cuenta que Kandata había perdonado la vida a una araña, decide, por esta única buena acción, encontrar un medio de sacarlo del infierno. Mirando atentamente la superficie del lago, descubre, sobre una hoja de loto de color jade, una araña del paraíso, que engendra su hilo plateado. Satisfecho con el hallazgo, el sublime Buda toma el hilo cuidadosamente y lo hace descender por un espacio entre las bellas flores de loto, hasta las profundidades cavernosas del infierno.


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Publicado el 19 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Cristo del Océano

Anatole France


Cuento


Aquel año, muchos de los habitantes de Saint—Valery que habían salido a pescar, murieron ahogados en el mar. Se hallaron sus cuerpos arrojados por las olas a la playa junto a los despojos de sus barcas y, durante nueve días, por la ruta empinada que conduce a la iglesia, se vieron pasar los ataúdes transportados por los suyos y seguidos por las viudas llorosas, cubiertas con manto negro, como las mujeres de la Biblia. El patrón Jean Lenoël y su hijo Désiré fueron así colocados en la nave central, bajo la bóveda en la que ellos mismos habían colgado tiempo atrás, como ofrenda a Nuestra Señora, un barco con todos sus aparejos. Eran hombres justos y que temían a Dios. Y el señor Guillaume Truphème, párroco de Saint—Valery, después de haberles dado la absolución, dijo con una voz regada por las lágrimas:

—Jamás fueron sepultados en tierra sagrada, para esperar ahí el juicio de Dios, personas más honestas y mejores cristianos que Jean Lenoël y su hijo Désiré.

Y mientras las barcas con sus patrones perecían cerca de la costa, los grandes navíos naufragaban en alta mar, y no había día que el océano no devolviera algún despojo. Y sucedió que una mañana, unos chicos que trasladaban una barca vieron una figura flotando sobre el mar. Era la de Jesucristo, a tamaño natural, esculpida en madera resistente y si barnizar, que parecía una obra antigua. El buen Dios flotaba sobre el agua con los brazos extendidos. Los chicos lo sacaron a la orilla y lo llevaron a Saint—Valery. Tenía la frente ceñida por una corona de espinas; sus pies y sus manos estaban taladrados. Pero faltaban los clavos lo mismo que la cruz. Con los brazos aún abiertos para ofrecerse y bendecir, aparecía tal como lo habían visto José de Aritmatea y las santas mujeres en el momento de darle sepultura. Los chicos se lo entregaron al párroco Truphème que les dijo:


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Esposo Complaciente

Marqués de Sade


Cuento


Toda Francia se enteró de que el príncipe de Bauffremont tenía, poco más o menos, los mismos gustos que el cardenal del que acabamos de hablar. Le habían dado en matrimonio a una damisela totalmente inexperta a la que, siguiendo la costumbre, habían instruido tan sólo la víspera.

—Sin mayores explicaciones —le dice su madre— como la decencia me impide entrar en ciertos detalles, sólo tengo una cosa que recomendarte, hija mía: desconfía de las primeras proposiciones que te haga tu marido y contéstale con firmeza: «No, señor, no es por ahí por donde se toma a una mujer decente; por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera….»

Se acuestan y por un prurito de pudor y de honestidad que no se hubiera sospechado ni por asomo, el príncipe, queriendo hacer las cosas como Dios manda al menos por una vez, no propone a su mujer más que los castos placeres del himeneo; pero la joven, bien educada, se acuerda de la lección:

—¿Por quién me tomas, señor? —le dice—. ¿Te has creído que yo iba a consentir algo semejante? Por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera.

—Pero, señora…

—No, señor, por más que insistas nunca accederé a eso.

—Bien, señora, habrá que complacerte —contesta el príncipe apoderándose de su altar predilecto—. Mucho me molestaría que dijeran que quise disgustarte alguna vez.

Y que vengan a decirnos ahora a nosotros que no merece la pena enseñar a las hijas lo que un día tendrán que hacer con sus maridos.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Piel de Naranja

Oscar Wilde


Cuento


I

Acababa de doctorarme y la clientela se formaba poco a poco, por lo cual disponía de muchas horas para curiosear por las clínicas.

En una de ellas conocí a Juan Meredith. Químico de primer orden, no era médico, sino únicamente aficionado a la Medicina. Aquel muchacho me encantó por su espíritu despejado, e intimamos en unas semanas, como sucede a los veintitrés años entre jóvenes que tienen la misma edad y los mismos gustos.

Llevé a Meredith a casa de mis primos Carterac, donde creía yo haber encontrado mi «media naranja», como dicen los españoles, en la pobrecita Ángela, que ingresó en un convento antes de estar yo muy seguro de la naturaleza de mis sentimientos.

Meredith, por su lado, me presentó en casa de lord Babington, tutor y tío suyo. Vivía este con su esposa, mujer muy joven, a cuya primavera cometió él la tontería de unir su invierno, en una casita festoneada de hiedras y de glicinas, en un amplio parque a poca distancia de la estación de Villa—Avray, y todos los domingos, alrededor de las once y media, llegábamos Meredith y yo cuando la señora Babington, que era francesa y católica, volvía de oír su misa, que se celebraba en la encantadora iglesia de Villa—Avray, llena de obras de arte que envidiarían las catedrales de provincia.

Pasábamos el día en la terraza, aromada de olores a naranjos, charlando con el viejo lord o escuchando tocar el piano a lady Marcela, ocupación que alegraba nuestros ocios; o si no, paseábamos por los campos, cogiendo madreselvas o lilas tempranas.

Generalmente, lord William se agarraba a mi brazo y dejábamos a Meredith constituirse en caballero de honor de lady Marcela.

Se adelantaban con paso ligero, reuniéndose con nosotros a la vuelta, cargados de ramos y de hojas.


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7 págs. / 13 minutos / 715 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Pluma, Lápiz y Veneno

Oscar Wilde


Cuento


Ha sido constante motivo de reproche contra los artistas y hombres de letras su carencia de una visión integral de la naturaleza de las cosas. Como regla, esto debe necesariamente ser así. Esa misma concentración de visión e intensidad de propósito que caracteriza el temperamento artístico es en sí misma un modo de limitación. A aquellos que están preocupados con la belleza de la forma nada les parece de mucha importancia. Sin embargo, hay muchas excepciones a esta regla. Rubens sirvió como embajador, Goethe como consejero de Estado, y Milton como secretario de Cromwell. Sófocles desempeñó un cargo cívico en su propia ciudad; los humoristas, ensayistas y novelistas de la América moderna no parecen desear nada mejor que transformarse en representantes diplomáticos de su país; y el amigo de Charles Lamb, Thomas Criffiths Wainewright, terna de esta breve memoria, aunque de un temperamento extremadamente artístico, siguió muchos otros llamados además del llamado del arte; no fue solamente un poeta y un pintor, un crítico de arte, un anticuario, un prosista, un aficionado a las cosas hermosas y un diletante de las cosas encantadoras, sino también un falsificador de capacidad más que ordinaria, y un sutil y secreto envenenador, casi sin rival en ésta o cualquier edad.


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Consejos para una Vida Plena

Lucio Anneo Séneca


Filosofía


1. Nuestra vida se extiende mucho para quien sabe administrarla bien.

2. ¿Se atreve alguien a quejarse de la soberbia del otro cuando él mismo nunca tiene tiempo libre para sí?

3. Nada puede ejercitarse bien por un hombre ocupado, ni la elocuencia, ni las artes liberales, pues cuando un espíritu es distraído, no cobija nada muy elevado, sino que todo lo rechaza como si fuese inculcado a la fuerza.

4. A los hombres más poderosos, los que están situados en altos cargos, se les escapan palabras en las que anhelan el descanso, lo alaban, lo prefieren antes que a todos sus bienes.

5. Hay que suavizar todas las cosas y hay que sobrellevar todas con buen ánimo.

6. Aquel que dedica todo el tiempo a su propia utilidad, el que dirige cada día como si fuese el último, ni suspira por el mañana, no lo teme.

7. Debe conservarse con sumo cuidado lo que no se sabe cuando va a faltar.

8. El mayor impedimento para vivir es la espera, porque dependiendo del mañana se pierde el hoy.

9. Este camino de la vida, continuo y apresuradísimo, que, en vela o dormidos, recorremos al mismo paso, no es visible a los hombres ocupados sino hasta que han llegado al final.

10. Es propio de una mente segura y tranquila el recorrer todas las partes de su vida. Los espíritus de las personas ocupadas, como si estuviesen bajo un yugo, no pueden volver, ni mirar hacia atrás.

11. El tiempo presente sólo pertenece a los hombres ocupados, el cual es tan breve que no puede atraparse, y este mismo se les sustrae, turbados como están en sus muchas ocupaciones.


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Publicado el 12 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Juliette o las Prosperidades del Vicio

Marqués de Sade


Novela


Primera parte

Justine y yo fuimos educadas en el convento de Panthemont. Ustedes ya conocen la celebridad de esta abadía, y saben que, desde hace muchos años, salen de ella las mujeres más bonitas y más libertinas de París. Es este convento tuve como compañera a Euphrosine, esa joven cuyas huellas quiero seguir y quien, viviendo cerca de la casa de mis padres, había abandonado la suya para arrojarse en brazos del libertinaje; y como de ella y de una religiosa amiga suya fue de quienes recibí los primeros principios de esta moral que han visto con asombro en mí, siendo tan joven, por los relatos de mi hermana, me parece que, antes de nada, debo hablaros de la una y de la otra… contaros exactamente estos primeros momentos de mi vida en los que, seducida, corrompida por estas dos sirenas, nació en el fondo de mi corazón el germen de todos los vicios.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Áyax

Sófocles


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


PERSONAJES

ATENEA.
ODISEO.
ÁYAX.
CORO DE MARINEROS SALAMINIOS.
TECMESA.
MENSAJERO.
TEUCRO.
MENELAO.
AGAMENÓN.

PERSONAJES MUDOS

EURISACES.
PEDAGOGO.
MENSAJERO DEL EJÉRCITO.

ACTO ÚNICO

(La acción tiene lugar en el campamento de los griegos. Odiseo está ante la tienda de Áyax examinando unas huellas fin la arena. Atenea aparece y le habla.)

ATENEA.— Siempre te veo, hijo de Laertes, a la caza de alguna treta para apoderarte de tus enemigos También ahora te veo junto a la marina tienda de Ayax en la playa —que ocupa el puesto extremo —, siguiendo desde hace un rato la pista y midiendo las huellas recién impresas de aquél, para conocer si está dentro o no lo está. Tu paso bien te lleva, por tu buen olfato, propio de una perra laconia. En efecto, dentro se encuentra el hombre desde hace un instante, bañadas en sudor su cabeza y sus manos asesinas con la espada. Y no te tomes ya ningún trabajo en escudriñar al otro lado de esta puerta, y sí en decirme por qué tienes ese afán, para que puedas aprenderlo de la que lo sabe.

ODISEO.— ¡Oh voz de Atenea, la más querida para mí de los dioses! ¡Qué claramente, aunque estés fuera de mi vista, escucho tu voz y la capta mi corazón, como el sonido de tirrénica trompeta de abertura broncínea!. También en esta ocasión me descubres merodeando al acecho de un enemigo, de Áyax, el del gran escudo. De él, que de ningún otro, sigo el rastro desde hace rato. Pues ha cometido contra nosotros durante esta noche una increíble acción, si es que él es el autor. Nada sabemos con exactitud sino que estamos faltos de datos y yo me he sometido gustoso a esta tarea.


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Publicado el 20 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Antonio y Cleopatra

William Shakespeare


Teatro, Tragedia


DRAMATIS PERSONAE

Marco ANTONIO, triunviro
Octavio CÉSAR, triunviro
LÉPIDO, triunviro
CLEOPATRA, reina de Egipto
Sexto POMPEYO o POMPEYO, rebelde contra los triunviros
DEMETRIO, seguidor de Antonio
FILÓN, seguidor de Antonio
Domicio ENOBARBO, seguidor de Antonio
VENTIDIO, seguidor de Antonio
SILIO, seguidor de Antonio
EROS, seguidor de Antonio
CANIDIO, seguidor de Antonio
ESCARO, seguidor de Antonio
DERCETAS, seguidor de Antonio
EUFRONIO, maestro de escuela, embajador de Antonio
OCTAVIA, seguidor de César
MECENAS, seguidor de César
AGRIPA, seguidor de César
Taurus, seguidor de César
DOLABELA, seguidor de César
TIDIAS, seguidor de César
Galo, seguidor de César
PROCULEYO, seguidor de César
CHARMIAN, del séquito de Cleopatra
IRAS, del séquito de Cleopatra
ALEXAS, del séquito de Cleopatra
MARDIÁN (eunuco), del séquito de Cleopatra
SELEUCO, del séquito de Cleopatra
DIÓMEDES, del séquito de Cleopatra
MENAS, seguidor de Pompeyo
MENÉCRATES, seguidor de Pompeyo
VARRIO, seguidor de Pompeyo
MENSAJEROS
Un ADIVINO
SIRVIENTES de Pompeyo
Un NIÑO cantor
Un CAPITÁN del ejército de Antonio
CENTINELAS y GUARDIAS
Payaso (LABRIEGO)
Eunucos, asistentes, capitanes, soldados, sirvientes

PRIMER ACTO

ESCENA I

Alejandría. Sala del palacio de Cleopatra.
Entran DEMETRIO y FILÓN.


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Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Desapariciones Misteriosas

Ambrose Bierce


Cuento


La dificultad de cruzar un campo

Una mañana de julio de 1854 un colono llamado Williamson, que vivía a unas seis millas de Selma, Alabama, estaba sentado con su mujer y su hijo en la terraza de su vivienda. Delante de la casa había una pradera de césped que se extendía unas cincuenta yardas hasta llegar a la carretera pública, o «la pista», como solían llamarla. Más allá de esta carretera había un prado de unos diez acres, recién segado, completamente llano y sin un árbol, roca, o cualquier otro objeto natural o artificial en su superficie. En aquel momento no había en el campo ni siquiera un animal doméstico. Al otro lado del prado, en otro campo, una docena de esclavos trabajaban bajo la vigilancia de un capataz.

Arrojando la punta de un cigarro, el colono se puso en pie y dijo:

—He olvidado hablarle a Andrew de los caballos.

Andrew era el capataz.

Williamson echó a andar con calma por el paseo de gravilla, arrancando alguna flor a su paso, cruzó la carretera y llegó al prado. Mientras cerraba la verja de entrada se detuvo un momento a saludar a su vecino Armour Wren, que vivía en la plantación de al lado y pasaba por allí. Mr. Wren iba en un coche abierto, acompañado de su hijo James, un muchacho de trece años. Cuando se alejaron unas doscientas yardas del lugar en el que se habían encontrado, Mr. Wren dijo a su hijo:

—He olvidado hablarle a Mr. Williamson de los caballos.

Mr. Wren había vendido a Mr. Williamson unos caballos que iban a ser enviados ese mismo día, pero, por alguna razón que ahora no se recuerda, no iban a poder ser entregados hasta el día siguiente. Mr. Wren indicó al cochero que diera la vuelta y, mientras el vehículo giraba, los tres vieron a Williamson cruzando lentamente los pastos. En aquel momento uno de los caballos del coche dio un traspié y estuvo a punto de caer. No había hecho más que recobrarse cuando James Wren exclamó:


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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