Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su
amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos
mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con
mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las
tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el
aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la
noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado
por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.
El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con
esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada
movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si
levantara una enorme carga.
Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi
cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento
distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo
espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola
inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las
formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto
imperceptible.
Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr
por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se
enciende en mis venas.
Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por
los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras
y a mis hermanos, los cazadores furtivos.
Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarle a uno.
Pero ¿cómo explicar lo que me ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho
de que pueda contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que es. Helo aquí.
Información texto 'La Noche'