En 1842 en el barrio de Marylebone, se derribó una casa a la que ya
no acudía ningún huésped desde hacía ya muchos años, y cuyos
propietarios no estaban dispuestos a gastar más dinero en reparaciones.
Sus últimos habitantes fueron el mayor W…, su esposa, sus tres hijos y su sirviente.
El mayor W…, que desempeñaba un digno cargo en la Intendencia, había
insistido innumerables veces a sus superiores para que le permitieran
cambiar de vivienda (el alquiler del inmueble estaba a cargo de la
Intendencia). Como esta autorización demoraba, alegó para justificar su
repetida insistencia que la casa estaba embrujada “del modo más
desagradable”.
Todas las noches, la puerta del salón se abría violentamente, se oía
un ruido de pasos precipitados, una respiración ronca y luego dos o tres
gritos horribles y la pesada caída de un cuerpo contra el piso.
A menudo encontraban los muebles volcados, sobre todo cuando estaban situados en el ángulo norte de la sala.
Luego se restablecía el silencio, pero alrededor de un cuarto de hora
más tarde, se oía algo semejante a un pataleo, un sollozo y al fin un
espantoso estertor.
El mayor W… acabó por prohibir a sus familiares la entrada a este
salón. Incluso clausuró la puerta. Pero antes hizo constatar estos
hechos por varios de sus compañeros del ejército. En efecto, el informe
que presentó estaba firmado por el lugarteniente de Intendencia E…, el
capitán S… y el comisario de víveres E…
Se procedió a una búsqueda de datos y muy pronto descubrieron una trágica historia.
En el año 1825, la casa estaba habitada por el corredor de joyas C… y
su esposa. Esta última, mucho más joven que su marido, llevaba una vida
desordenada y malgastaba enormes sumas de dinero.
Aunque el desgraciado C… le perdonó muchas veces sus caprichos, no
parecía querer enmendarse; al contrario, su vida era progresivamente
escandalosa.
Información texto 'El Crimen Invisible'