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El Proceso

Franz Kafka


Novela


La detención

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación. Era delgado, aunque fuerte de constitución, llevaba un traje negro ajustado, que, como cierta indumentaria de viaje, disponía de varios pliegues, bolsillos, hebillas, botones, y de un cinturón; todo parecía muy práctico, aunque no se supiese muy bien para qué podía servir.

—¿Quién es usted? —preguntó Josef K, y se sentó de inmediato en la cama.

El hombre, sin embargo, ignoró la pregunta, como si se tuviera que aceptar tácitamente su presencia, y se limitó a decir:

—¿Ha llamado?

Anna me tiene que traer el desayuno dijo K, e intentó averiguar en silencio, concentrándose y reflexionando, quién podría ser realmente aquel hombre. Pero éste no se expuso por mucho tiempo a sus miradas, sino que se dirigió a la puerta, la abrió un poco y le dijo a alguien que presumiblemente se hallaba detrás:

Quiere que Anna le traiga el desayuno.

Se escuchó una risa en la habitación contigua, aunque por el tono no se podía decir si la risa provenía de una o de varias personas. Aunque el desconocido no podía haberse enterado de nada que no supiera con anterioridad, le dijo a K con una entonación oficial:

—Es imposible.


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247 págs. / 7 horas, 13 minutos / 772 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

En la Galeria

Franz Kafka


Cuento


Si alguna débil y tísica écuyère del circo fuera obligada por un Director despiadado a girar sin interrupción durante meses en torno de la pista, a golpes de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público incansable; a pasar como un silbido, arrojando besos, saludando y doblando el talle, y si esa representación se prolongara hacia la gris perspectiva de un futuro cada vez más lejano, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por decrecientes y luego crecientes olas de aplausos, que en realidad son martinetes a vapor… entonces, tal vez, algún joven visitante de la galería descendería apresuradamente las largas escalinatas, cruzaría todas las gradas, irrumpiría en la pista, y gritaría: «¡Basta!», a través de la charanga de la siempre oportuna orquesta.


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1 pág. / 1 minuto / 695 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rostro Verde

Gustav Meyrink


Novela


Capítulo I

El forastero de vestimenta distinguida, que se había detenido en la acera de la calla Jodenbree, leyó una curiosa inscripción en letras blancas, excéntricamente adornadas, en el negro rótulo de una tienda que estaba al otro lado de la calle:

Salón de artículos misteriosos
de Chidher el Verde

Por curiosidad, o por dejar de servir de blanco al torpe gentío que se apiñaba a su alrededor y se burlaba de su levita, su reluciente sombrero de copa y sus guantes —todo tan extraño en ese barrio de Amsterdam—, atravesó la calzada repleta de carros de verdura. Lo siguieron un par de golfos con las manos hondamente enterradas en sus anchos y deformados pantalones de lona azul, la espalda encorvada, vagos y callados, arrastrando sus zuecos de madera. La tienda de Chidher daba a un estrecho voladizo acristalado que rodeaba el edificio como un cinturón y se adentraba a derecha e izquierda en dos callejuelas transversales. El edificio, a juzgar por los cristales deslucidos y sin vida, parecía un almacén de mercancías cuya parte posterior daría seguramente a un Gracht (uno de los numerosos canales marítimos de Amsterdam destinados al tráfico comercial).

La construcción, en forma de dado, recordaba una sombría torre rectangular que hubiera ido hundiéndose paulatinamente en la blanda tierra turbosa, hasta el borde de su pétrea golilla —el voladizo acristalado—. En el centro del escaparate, sobre un zócalo revestido de tela roja, reposaba una calavera de papel maché amarillo oscuro. Su aspecto era muy poco natural, debido a la excesiva longitud de la mandíbula superior, a la tinta negra de las cuencas de los ojos y a las sombras de las sienes; entre los dientes sostenía un As de picas. Encima había una inscripción que decía: «Het Delpsche Orakel, of de stem uit het Geesteryk» (El oráculo de Delfos, la voz del reino de los fantasmas).


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231 págs. / 6 horas, 45 minutos / 545 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Maldición del Sapo

Gustav Meyrink


Cuento


Amplio, moderadamente movido y grave.
«Los Maestros Cantores».

Sobre el camino de la pagoda azul brilla caluroso el sol indio — caluroso el sol indio.

La gente canta en el templo y cubre a Buda con flores blancas, y los sacerdotes rezan solemnemente: om maní padme hum; om maní padme hum.

El camino desierto y abandonado: hoy es día de fiesta.

Las largas gramíneas de kusha formaron una espaldera en los prados junto al camino de la pagoda azul — al camino de la pagoda azul. Las flores todas esperaban al milpiés que vivía más allá, en la corteza de la venerable higuera.

La higuera era el barrio más distinguido.

«Soy la venerable —había dicho de sí misma— y con mis hojas pueden hacerse taparrabos — pueden hacerse taparrabos».

Pero el gran sapo, que siempre estaba sentado en la piedra, la despreciaba por estar arraigada, y los taparrabos tampoco le importaban gran cosa. Y en cuanto al milpiés, lo odiaba. No podía devorarlo, porque era muy duro y tenía un jugo venenoso — jugo venenoso.

—Por eso lo odiaba — lo odiaba.

Quería destruirlo y hacerlo desdichado, y durante toda la noche estuvo celebrando consultas con los espíritus de los sapos muertos.

Desde el amanecer estaba sentado en la piedra y esperaba y daba a veces golpecitos con la pata trasera — golpecitos con la pata trasera.

De vez en cuando escupía sobre las gramíneas de kusha.

Todo estaba silencioso: las flores, los escarabajos y las gramíneas. Y el vasto, vasto cielo. Pues era un día de fiesta.

Sólo las ranas en la charca —las impías— cantaban canciones sacrílegas:

Me cisco en la flor de loto,
Me cisco en mi vida.
Me cisco en mi vida,
Me cisco en mi vida…


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2 págs. / 4 minutos / 132 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre de Shorrox

Bram Stoker


Cuento


Entre ustedes y yo, se lo digo de corazón, no tiene mucho sentido contar la misma historia una y otra vez. Sin embargo, no tengo ningún inconveniente en contársela a auténticos caballeros como ustedes, que no olvidan que todo hombre, por pobre que sea, tiene tanto derecho a hablar como el propio Creso.

Esta historia tuvo lugar en una población con mercado de Kilkenny, quizá del King’s County o del Queen’s County. En cualquier caso, era uno de esos condados a los que Cromwell, ¡maldita sea su estampa!, les dio nombre. Y al hotel se le llamó así por él, que fue el alguacil mayor e inventó la policía, ¡Dios le perdone! Lo regentaban un hombre llamado Mickey Byrne y su buena esposa (al menos fue así hasta aquella misteriosa noche en que unos muchachos lo confundieron con otro caballero, un desconocido, que había comprado una propiedad maldita. Imagínense su sorpresa). Mickey volvía de las carreras de Curragh con la piel tan tensa por todo el whisky que había bebido que no pudo ni abrir los ojos para ver lo que ocurría, ni abrir la boca para dirigirse a los muchachos justo después de recibir en la cabeza el primer golpe con una de las ramas de endrino con las que solían hacer tales trabajos. Los pobres chicos estaban tan arrepentidos de su error cuando se lo llevaron a casa a su viuda que la mujer no tuvo coraje para ser demasiado severa con ellos. Al principio, se sintió enojadísima, después de todo, solo era una mujer, incapaz, como todas, de razonar como hacen los hombres. ¡Malditos asesinos!

Durante unos instantes pareció enloquecer y estuvo a punto de decapitarlos a todos con el hacha pero, al verlos tan pálidos y tan callados, bajó el hacha y se arrodilló junto al cadáver.


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16 págs. / 28 minutos / 191 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Padres e Hijos

Iván Turguéniev


Novela


1

— ¿Y qué, Piotr? ¿No ves nada todavía? —preguntaba, el 20 de mayo del año 1859, saliendo sin sombrero a la escalinata de la Casa de Postas, en la calzada, un caballero cincuentón, que vestía un paletó corto y polvoriento y pantalones a cuadros, a su criado, un mocetón mofletudo, con rubio vello en la sotabarba y unos ojillos pequeñines y turbios.

El criado, que en todos sus detalles —el mechoncito de pelo sobre la oreja, los cabellos de vario color y dados de pomada y los finos modales; en todo, en una palabra— delataba a un joven de la novísima generación perfeccionada, miró, condescendiente, a lo largo del camino, y respondió:

— No se ve a nadie.

— ¿Que no se ve? —repitió el caballero.

— No se ve —por segunda vez respondióle el criado.

Suspiró el señor y se sentó en un taburete. Se lo presentaremos al lector, en tanto permanece sentado, moviendo los pies y mirando pensativo en torno suyo.


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225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 1.542 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Vida de Castruccio Castracani de Lucca

Nicolás Maquiavelo


Biografía


VIDA DE CASTRUCCIO CASTRACANI DE LUCCA DEDICADA POR EL AUTOR A SUS ÍNTIMOS AMIGOS ZANOBI BUONDELMONTI Y LUIS ALAMANNI

Parece, queridísimos Zanobi y Luis, a quien bien lo considera, cosa maravillosa que casi todos o la mayoría de los que en este mundo han realizado grandes empresas, sobresaliendo entre sus contemporáneos, tengan nacimiento y origen bajo y oscuro, procurándose con toda clase de trabajos lo que les negó la fortuna; porque casi todos, o fueron expuestos a las fieras, o tuvieron padres tan humildes que, por avergonzarse de ellos, presumieron ser hijos de Júpiter o de cualquier otro dios. Todos conocen de esto numerosos ejemplos, y no cansaré al lector citándolos, por ser innecesario. Presumo que la fortuna desea mostrar así al mundo ser ella y no la prudencia la que hace los grandes hombres, empezando a probar su poder cuando la prudencia nada influye, y es por tanto preciso reconocer que de aquélla depende todo.

Fue Castruccio Castracani de Lucca uno de los que, conforme al tiempo en que vivió y a la ciudad donde vio la luz, realizó más grandes cosas, sin ser de más notorio e ilustre nacimiento que los demás, como diremos al referir su vida, que juzgo debe quedar grabada en la memoria de los hombres, por encontrar en ella actos de valor y fortuna de grandísimo ejemplo; y la dedico a vosotros por ser, de cuantos conozco, los que mejor estimáis las grandes acciones.

La familia de Castracani, extinguida hoy por la inestabilidad de las cosas humanas, figuraba entre las nobles de la ciudad de Lucca. A ella perteneció un tal Antonio, de estado eclesiástico, que llegó a ser canónigo de San Miguel, en Lucca, y a quien, en prueba de consideración, llamaban maese Antonio. Tuvo éste una hermana que casó con Buonaccorso Cenami, y que, al morir su marido, fue a vivir con su hermano, decidida a no contraer nuevo matrimonio.


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27 págs. / 48 minutos / 433 visitas.

Publicado el 20 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Olalla

Robert Louis Stevenson


Cuento


—Bueno —dijo el médico—, yo ya he terminado, y puedo añadir con orgullo que no sin éxito. Ya solo falta sacarle a usted de esta ciudad fría y perjudicial, y proporcionarle un par de meses de aire puro y paz de espíritu. Lo último es cosa suya. En lo primero creo que puedo ayudarle. No imagina usted qué casualidad: precisamente el otro día vino el cura del pueblo, y como ambos somos viejos amigos, aunque profesemos una fe diferente, me consultó respecto a cierto asunto que preocupaba a algunos de sus feligreses. Se trata de la familia…, aunque usted no conoce España y no deben de sonarle ni siquiera los nombres de nuestros grandes, baste con decir que en otro tiempo fueron personas muy distinguidas y que hoy están al borde de la miseria. No les queda nada, salvo una casa solariega y algunas leguas de terreno desértico y montañoso donde no podría sobrevivir ni una cabra. Sin embargo, la casa es muy hermosa y antigua y está en lo alto de las montañas, por lo que resulta muy saludable. En cuanto mi amigo me contó el caso, me acordé de usted. Le expliqué que había atendido a un oficial herido, herido por la buena causa, que necesitaba un cambio de aires, y le propuse que sus amigos lo recibiesen a usted como huésped. En el acto, el cura se puso muy serio, tal como yo me había maliciado, y afirmó que esa posibilidad estaba descartada. «Pues por mí ya se pueden morir de hambre», respondí, «porque si hay algo que no soporto es el orgullo en los necesitados». El caso es que nos despedimos algo enfadados; no obstante, ayer, para mi sorpresa, el cura vino a verme y rectificó: las reticencias con que se había encontrado, me explicó, habían sido menores de las que se temía, o, en otras palabras, aquella gente tan altiva había preferido tragarse su orgullo. Así que cerré el trato y, si usted acepta, dispone de una habitación reservada en la casa.


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Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Origen y Gestas de los Godos

Jordanes


Historia


PRIMERA PARTE. MIGRACIONES DE LOS GODOS

Capítulo I. Descripción general de la Tierra

4. Nuestros antepasados, como cuenta Orosio, consideraron que toda la circunferencia de la Tierra rodeada por el cinturón del Océano estaba dividida en tres partes y las llamaron Asia, Europa y África. Sobre esta división tripartita del globo terráqueo existe un número casi incontable de escritores que no sólo explican la situación de las ciudades y lugares, sino también, lo que es más preciso aún, calculan sus distancias en pasos y millas. Determinan también la situación en la inmensidad del grandioso mar Océano de las islas, tanto mayores como menores, expuestas al oleaje marino, a las que denominan Cicladas o Espóradas.


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100 págs. / 2 horas, 55 minutos / 327 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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