Había una vez un matrimonio en el que el marido era pastor de un
rebaño de cabras. El pobre hombre se dirigía todos los lunes a la
montaña y no regresaba a casa hasta el sábado. Estaba delgado, delgado
como un junco. Y su mujer estaba gorda, gorda como una vaca. Cuando el
marido estaba presente, la mujer no comía casi nada; se quejaba de
dolores de estómago y decía que no tenía realmente apetito. Su marido se
sorprendía:
—Mi mujer no come nada pero está muy gorda; es muy extraño.
Se lo comentó a otro pastor que le dijo:
—El lunes, en lugar de subir a la montaña, escóndete en la casa y verás si tu mujer come o no.
Llegó el lunes; el pastor se echó el zurrón al hombro y le dijo a su esposa:
—Hasta el sábado. Cuídate. No enfermes por no comer.
Ella le contestó:
—Mi pobre marido, no tengo apetito. Sólo de pensar en comer me dan náuseas. Estoy gorda porque así es mi naturaleza.
El pastor salió en dirección a la montaña pero, a mitad de camino, se
dio media vuelta y, sin que lo viera su mujer, entró en su casa y se
escondió detrás de la cocina. Desde ese punto de observación, la vio
comerse una gallina con arroz. A lo largo de la tarde se comió una
tortilla con salchichón. Cuando llegó la noche, el pastor salió de su
escondite, entró en la cocina y le dijo a la glotona:
—¡Hola, buenas!
—Pero, ¿por qué has vuelto? —le preguntó ella.
—Había tanta niebla en la montaña que he temido perderme. Además llovía y caían gruesos granizos.
Ella le dijo entonces:
—Deja tu zurrón y siéntate; voy a servirte la cena.
Y colocó sobre la mesa una escudilla de leche y unas gachas de maíz. El pastor le dijo:
—¿Tú no comes?
—¿Cómo? ¡En el estado en que me encuentro! Tienes suerte de tener
apetito. Pero dime, ¿cómo es posible que no estés mojado si llovía y
granizaba tanto en la montaña?
Información texto 'La Mujer que Comía Poco'