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Manuscrito Hallado en una Botella

Edgar Allan Poe


Cuento


De mi país y mi familia poco tengo que decir. Un trato injusto y el paso de los años me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permitió recibir una educación poco común y una inclinación contemplativa permitió que convirtiera en metódicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas alemanes; no por una desatinada admiración a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis rígidos hábitos mentales me permitían detectar sus falsedades. A menudo se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginación se me ha imputado como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento. En realidad, temo que una fuerte inclinación por la filosofía física haya teñido mi mente con un error muy común en esta época: hablo de la costumbre de referir sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de los severos límites de la verdad, dejándose llevar por el ignes fatui de la superstición. Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia increíble que debo narrar no sea considerada el desvarío de una imaginación desbocada, sino la experiencia auténtica de una mente para quien los ensueños de la fantasía han sido letra muerta y nulidad.

Después de muchos años de viajar por el extranjero, en el año 18... me embarqué en el puerto de Batavia, en la próspera y populosa isla de Java, en un crucero por el archipiélago de las islas Sonda. iba en calidad de pasajero, sólo inducido por una especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un espíritu malévolo.


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12 págs. / 21 minutos / 221 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Cuento de las Montañas Escabrosas

Edgar Allan Poe


Cuento


Durante el otoño del año 1827, mientras residía cerca de Charlottesville (Virginia), trabé relación por casualidad con Mr. Augustus Bedloe. Este joven caballero era notable en todo sentido y despertó en mí un interés y una curiosidad profundos. Me resultaba imposible comprenderlo tanto en lo físico como en lo moral. De su familia no pude obtener informes satisfactorios. Nunca averigüé de dónde venía. Aun en su edad —si bien lo califico de joven caballero— había algo que me desconcertaba no poco. Seguramente parecía joven, y se complacía en hablar de su juventud; mas había momentos en que no me hubiera costado mucho atribuirle cien años de edad. Pero nada más peculiar que su apariencia física. Era singularmente alto y delgado, muy encorvado. Tenía miembros excesivamente largos y descarnados, la frente ancha y alta, la tez absolutamente exangüe, la boca grande y flexible, y los dientes más desparejados, aunque sanos, que jamás he visto en una cabeza humana. La expresión de su sonrisa, sin embargo, en modo alguno resultaba desagradable, como podía suponerse; pero era absolutamente invariable. Tenía una profunda melancolía, una tristeza uniforme, constante. Sus ojos eran de tamaño anormal, grandes y redondos, como los del gato. También las pupilas con cualquier aumento o disminución de luz sufrían una contracción o una dilatación como la que se observa en la especie felina. En momentos de excitación le brillaban los ojos hasta un punto casi inconcebible; parecían emitir rayos luminosos, no de una luz reflejada, sino intrínseca, como una bujía, como el sol; pero por lo general tenía un aspecto tan apagado, tan velado y opaco, que evocaban los ojos de un cadáver largo tiempo enterrado.


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11 págs. / 20 minutos / 197 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Dominio de Arnheim

Edgar Allan Poe


Cuento


O el Paisaje del Jardín

Desde la cuna a la tumba, una brisa de prosperidad acompañó a mi amigo Ellinson. Y no uso la palabra prosperidad en un mero sentido mundano. La empleo como sinónimo de felicidad.

La persona de quien hablo parecía nacida con el propósito de simbolizar las doctrinas de Turgot, Price, Priestley y Condorcet: de servir de ejemplo a lo que se ha llamado "la quimera de los perfeccionistas". En la breve existencia de Ellinson creo haber visto refutado el dogma de que en la mayoría de los hombres yace algún principio oculto, enemigo de la felicidad. Un examen minucioso de su carrera me ha llevado al convencimiento de que, en general, la miseria de la humanidad procede de la violación de algunas pequeñas leyes de la naturaleza; que como especie tenemos en nuestra posesión elementos de felicidad todavía vírgenes; y que aun ahora, en la presente oscuridad y locura de todo pensamiento sobre la gran cuestión de la condición social no es imposible que el hombre, individualmente considerado, pueda ser dichoso bajo determinadas condiciones poco frecuentes y altamente fortuitas.

Mi joven amigo estaba totalmente imbuido de opiniones como éstas; y por eso es digno de observación que el ininterrumpido disfrute que distinguió su vida, fue en gran medida el resultado de un previo acuerdo. Es evidente, por tanto, que con algo menos de esa filosofía que de vez en cuando ocupa también el papel de la experiencia, míster Ellinson se hubiera visto precipitado, por los muchos extraordinarios éxitos de su vida, en el frecuente torbellino de la desgracia que se abre a los pies de aquellos que poseen dotes extraordinarias.


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19 págs. / 33 minutos / 379 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Cumpleaños de la Infanta

Oscar Wilde


Cuento


Era aquel día el cumpleaños de la infanta. Cumplía los doce años, y el sol brillaba con esplendor en los jardines del palacio.

Aunque realmente era princesa y era la infanta de España, sólo tenía un cumpleaños cada año, exactamente como los hijos de la gente muy pobre; así, era cosa de grande importancia para todo el país que la infanta tuviera un gran día en tales ocasiones. Y aquel día era magnífico en verdad.Los altos y rayados tulipanes se erguían sobre los tallos, como en largo desfile militar, y miraban, retadores, a las rosas, diciéndoles: «Somos tan espléndidos como vosotras.» Las mariposas purpúreas revoloteaban, llenas de polvo de oro las alas, visitando a las flores una por una; los lagartos salían de entre las grietas del muro y se calentaban al sol; las granadas se cuarteaban y entreabrían con el calor, y se veía sangrante su corazón rojo. Hasta los pálidos lines amarillos, que colgaban en profusión de las carcomidas espalderas, y a lo largo de las arcadas oscuras, parecían haber robado mayor viveza de color a la maravillosa luz solar, y las magnolias abrían sus grandes flores, semejantes a globos de marfil, y llenaban el aire de dulce aroma enervante.


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21 págs. / 38 minutos / 116 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Pescador y su Alma

Oscar Wilde


Cuento


Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar, y arrojaba sus redes al agua.

Cuando el viento soplaba desde tierra, no lograba pescar nada, porque era un viento malévolo de alas negras, y las olas se levantaban empinándose a su encuentro. Pero en cambio, cuando soplaba el viento en dirección a la costa, los peces subían desde las verdes honduras y se metían nadando entre las mallas de la red y el joven Pescador los llevaba al mercado para venderlos.

Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar. Un día, al recoger su red, la sintió tan pesada que no podía izarla hasta la barca. Riendo, se dijo:

—O bien he atrapado todos los peces del mar, o bien es algún monstruo torpe que asombrará a los hombres, o acaso será algo espantoso que la gran Reina tendrá deseos de contemplar.

Haciendo uso de todas sus fuerzas fue izando la red, hasta que se le marcaron en relieve las venas de los brazos. Poco a poco fue cerrando el círculo de corchos, hasta que, por fin, apareció la red a flor de agua.

Sin embargo no había cogido pez alguno, ni monstruo, ni nada pavoroso; sólo una sirenita que estaba profundamente dormida.

Su cabellera parecía vellón de oro, y cada cabello era como una hebra de oro fino en una copa de cristal. Su cuerpo era del color del marfil, y su cola era de plata y nácar. De plata y nácar era su cola y las verdes hierbas del mar se enredaban sobre ella; y como conchas marinas eran sus orejas, y sus labios eran como el coral. Las olas frías se estrellaban sobre sus fríos senos, y la sal le resplandecía en los párpados bajos.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 291 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Marido Ideal

Oscar Wilde


Teatro, Comedia


Comedia en cuatro actos

Personajes

CONDE DE CAVERSHAM, de la Orden de la jarretera.
VIZCONDE GORING, su hijo.
SIR ROBERTO CHILTERN, barón, subsecretario del Ministerio de Estado.
VIZCONDE DE NANJAC, agregado a la Embajada francesa en Londres.
SEÑOR MONTFORD.
MASON, mayordomo de sir Roberto Chiltern.
PHIPPS, criado de lord Goring.
JAMES, lacayo.
HAROLD, lacayo.
LADY CHILTERN.
LADY MARKBY.
CONDESA DE BASILDON.
MISTRESS MARCHMONT.
MISS MABEL CHILTERN, hermana de sir Roberto Chiltern.
MISTRESS CHEVELEY.

Acto primero

Salón de forma octogonal, en la Casa de SIR ROBERTO CHILTERN, de Grosvenor Square.

La habitación aparece espléndidamente iluminada. Numerosos invitados, que son recibidos en lo alto de la escalera por LADY CHILTERN, dama de sereno aspecto, de un tipo de belleza griego y cuya edad frisa en los veintisiete años. Coronado el hueco de la escalera, una gran araña ilumina vivamente un tapiz francés del siglo XVIII, que representa el Triunfo del Amor, según un dibujo de Boucher; este tapiz está colgado sobre la pared de la escalera. A la derecha, la entrada al salón de baile. Oyense apagados los sones de unos instrumentos de cuerda. La puerta de la izquierda da a otros salones de recepción. MISTRESS MARCHMONT y LADY BASILDON, dos damas lindísimas, están sentadas juntas en un canapé Luis XVI. Parecen dos exquisitos y frágiles «bibelots». La afectación de sus maneras posee un delicado encanto. Watteau se hubiera complacido en pintar sus retratos.

MISTRESS MARCHMONT.— ¿Irá usted a casa de los Hartlocks esta noche, Olivia?

LADY BASILDON.— Creo que sí. ¿Y usted?

MISTRESS MARCHMONT.— Sí... Dan unas reuniones aburridísimas, ¿verdad?

LADY BASILDON.— ¡Horriblemente aburridas! No sé por qué voy. Por supuesto, yo nunca sé por qué voy a unos sitios o a otros.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 287 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Casa Hechizada

Charles Dickens


Novela corta


Los mortales de la casa

La casa que es el tema de esta obra de Navidad no la conocí bajo ninguna de las circunstancias fantasmales acreditadas ni rodeada por ninguno de los entornos fantasmagóricos convencionales. La vi a la luz del día, con el sol encima. No había viento, lluvia ni rayos, no había truenos ni circunstancia alguna, horrible o indeseable, que potenciaran su efecto. Más todavía: había llegado hasta ella directamente desde una estación de ferrocarril; no estaba a más de dos kilómetros de distancia de la estación, y en cuanto estuve fuera de la casa, mirando hacia atrás el camino que había recorrido, pude ver perfectamente los trenes que recorrían tranquilamente el terraplén del valle. No diré que todo era absolutamente común porque dudo que exista tal cosa, salvo personas absolutamente comunes, y ahí entra mi vanidad; pero asumo afirmar que cualquiera podría haber visto la casa tal como yo la vi en una hermosa mañana otoñal.

La forma en que yo la vi fue la siguiente.

Viajaba hacia Londres desde el norte con la intención de detenerme en el camino para ver la casa.


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36 págs. / 1 hora, 4 minutos / 130 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Historia del Viajante de Comercio

Charles Dickens


Novela corta


Una tarde invernal, hacia las cinco, cuando empezaba a oscurecer, pudo verse a un hombre en su calesín que azuzaba a su fatigado caballo por el camino que cruza Marlborough Downs en dirección Bristol. Digo que pudo vérsele, y sin duda habría sido así si hubiera pasado por ese camino cualquier que no fuera ciego; pero el tiempo era tan malo, y la noche tan fría y húmeda, que nada había fuera salve el agua, por lo que el viajero trotaba en mitad del camino solitario, y bastante melancólico. Si ese día cualquier viajante hubiera podido ver ese pequeño vehículo, a pesar de todo un calesín, con el cuerpo de color de arcilla y las ruedas rojas, y la yegua hay y zorruna de paso rápido, enojadiza, semejante a un cruce entre caballo de carnicero y caballo de posta de correo de los de dos peniques, habría sabido inmediatamente que aquel viajero no podía ser otra que Tom Smart, de la importante empresa de Bilsoi y Slum, Cateaton Street, City. Sin embargo, como no había ningún viajante mirando, nadie supo nada sobre el asunto; y por ello, Tom Smart y su calesa de color arcilla y ruedas rojas, y la yegua zorruna de paso rápido, avanzaron juntos guardando el secreto entre ellos: y nadie lo sabría nunca.

Incluso en este triste mundo hay lugares muchísimo más agradables que Marlborough Downs cuando sopla fuerte el viento, y si el lector se deja caer por allí una triste tarde invernal, por una carretera resbaladiza y embarrada, cuando llueve a cántaros, y a modo de experimento prueba el efecto en su propia persona, sabrá hasta qué punto es cierta esta observación.


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17 págs. / 30 minutos / 135 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Historia del Tío del Viajante

Charles Dickens


Novela corta


Mi tío, caballeros, dijo el viajante, era uno de los tipos más alegres, agradables y listos que haya existido nunca. Me gustaría que lo hubieran conocido, caballeros. Aunque pensándolo bien, no desearía que lo hubieran conocido, pues en ese caso todos estarían ya, siguiendo el curso ordinario de la naturaleza, si no muertos, en todo caso tan cerca de la desaparición como para haberse quedado en casa abandonando la compañía, lo que me habría privado del inestimable placer de dirigirme a ustedes en este momento. Caballeros, desearía que sus padres y madres hubieran conocido a mi tío. Se habrían encariñado notablemente con él, especialmente su: respetables madres; sé que habría sido así. Si entre las numerosas virtudes que adornaban su carácter tuviéramos que dar predominio a dos de ellas, diría, que eran su ponche mixto y sus canciones de sobremesa. Excúsenme si me extiendo en estos recuerdo: melancólicos sobre el fallecido, no se ve a un hombre como mi tío todos los días de la semana.

Siempre he considerado como algo importante del carácter de mi tío, caballeros, el hecho de que fuera compañero y amigo íntimo de Tom Smart, de la importante empresa de Bilson y Slum, Cateator

Street, City. Mi tío vendía para Tiggin y Welps, pero durante mucho tiempo estuvo muy cerca del mismo recorrido que Tom, y la primera noche que se conocieron mi tío se encaprichó por Tom y éste por mi tío. No había pasado media hora desde que se habían conocido cuando se habían apostado ya un sombrero nuevo a ver quién de los dos hacía el mejor litro de ponche y se lo bebía con mayor rapidez. Se consideró que mi tío ganó en la elaboración del ponche, pero que Tom Smart le venció al beberlo en la mitad de tiempo. Pidieron otro litro entre los dos para beber cada uno a la salud del otro, y desde ese momento se convirtieron en los amigos más fieles. En estas cosas hay un destino caballeros, y no podemos evitarlo.


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23 págs. / 41 minutos / 179 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Guardabarrera

Charles Dickens


Cuento


—¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! Cuando oyó la voz que así le llamaba se encontraba de pie en la puerta de su caseta, empuñando una bandera, enrollada a un corto palo. Cualquiera hubiera pensado, teniendo en cuenta la naturaleza del terreno, que no cabía duda alguna sobre la procedencia de la voz; pero en lugar de mirar hacia arriba, hacia donde yo me encontraba, sobre un escarpado terraplén situado casi directamente encima de su cabeza, el hombre se volvió y miró hacia la vía. Hubo algo especial en su manera de hacerlo, pero, aunque me hubiera ido en ello la vida, no habría sabido explicar en qué consistía, mas sé que fue lo bastante especial como para llamarme la atención, a pesar de que su figura se veía empequeñecida y en sombras, allá abajo en la profunda zanja, y de que yo estaba muy por encima de él, tan deslumbrado por el resplandor del rojo crepúsculo que sólo tras cubrirme los ojos con las manos, logré verlo.

—¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! Dejó entonces de mirar a la vía, se volvió nuevamente y, alzando los ojos, vio mi silueta muy por encima de él.

—¿Hay algún camino para bajar y hablar con usted? Él me miró sin replicar y yo le devolví la mirada sin agobiarle con una repetición demasiado precipitada de mi ociosa pregunta. Justo en ese instante el aire y la tierra se vieron estremecidos por una vaga vibración transformada rápidamente en la violenta sacudida de un tren que pasaba a toda máquina y que me sobresaltó hasta el punto de hacerme saltar hacia atrás, como si quisiera arrastrarme tras él.


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15 págs. / 27 minutos / 128 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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