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La Confesión

Guy de Maupassant


Cuento


Todo Véziers-le-Réthel había asistido al duelo y al entierro del señor Badon-Leremince, y las últimas palabras del discurso del delegado de la Prefectura se grabaron en la memoria de todos: «¡Era un modelo de honradez!»

Modelo de honradez lo había sido en todos los actos apreciables de su vida, en sus palabras, en su ejemplo, en su actitud, en su comportamiento, en sus negocios, en el corte de su barba y la forma de sus sombreros. Jamás había dicho una palabra que no encerrara un ejemplo, jamás había dado una limosna sin acompañarla con un consejo, jamás había tendido la mano sin que pareciera una especie de bendición.

Dejaba dos hijos: un varón y una hembra; el hijo era diputado provincial, y la hija, casada con un notario, el señor Poirel de la Voulte, una de las más encopetadas damas de Véziers.

Se mostraban inconsolables por la muerte de su padre, pues lo amaban sinceramente.

En cuanto terminó la ceremonia, regresaron a la casa del difunto y, encerrándose los tres, el hijo, la hija y el yerno, abrieron el testamento que debían conocer ellos solos, y sólo después de que el ataúd hubiera recibido tierra. Una anotación en el sobre indicaba esta voluntad.

Fue el señor Poirel de la Voulte quien rompió el sobre, en su calidad de notario habituado a estas operaciones, y, ajustándose las gafas en la nariz, leyó, con su voz apagada, habituada a detallar los contratos:

 

Hijos míos, queridos hijos, no podría dormir tranquilo el sueño eterno si no les hiciera, desde el otro lado de la tumba, una confesión, la confesión de un crimen cuyos remordimientos han desgarrado mi vida. Sí, he cometido un crimen, un crimen espantoso, abominable.


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7 págs. / 13 minutos / 86 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Idilio

Guy de Maupassant


Cuento


El tren acababa de salir de Génova y se dirigía hacia Marsella, siguiendo las profundas ondulaciones de la larga costa rocosa, deslizándose como serpiente de hierro entre mar y montaña, reptando sobre playas de arena amarilla en las que el leve oleaje bordaba una lista de plata, y entrando bruscamente en las negras fauces de los túneles, lo mismo que entra una fiera en su cubil.

Una voluminosa señora y un hombre joven viajaban frente a frente en el último vagón, mirándose de cuando en cuando, pero sin hablarse. La mujer, que tendría veinticinco años, iba sentada junto a la ventanilla y miraba el paisaje. Era una robusta campesina piamontesa de ojos negros, pechos abultados y mofletuda. Había metido debajo del asiento de madera varios paquetes, y conservaba encima de sus rodillas una cesta.

El joven tendría veinte años; era flaco, curtido; tenía el color negro de las personas que cultivan la tierra a pleno sol. Llevaba a su lado, en un pañuelo, toda su fortuna: un par de zapatos, una camisa, unos pantalones y una chaqueta. También él había ocultado algo debajo del banco: una pala y un azadón, atados con una cuerda. Iba a Francia en busca de trabajo.

El sol, que ascendía en el cielo, derramaba sobre la costa una lluvia de fuego; era en los últimos días de mayo; revoloteaban por los aires aromas deliciosos, que penetraban en los vagones por las ventanillas abiertas. Los naranjos y limoneros en flor derramaban en la atmósfera tranquila sus perfumes dulzones, tan gratos, tan fuertes y tan inquietantes, mezclándolos con el hálito de las rosas que brotaban en todas partes como las hierbas silvestres, a lo largo de la vía, en los jardines lujosos, en las puertas de las chozas y en pleno campo.


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5 págs. / 9 minutos / 84 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Ángel de lo Singular

Edgar Allan Poe


Cuento


Era una fría tarde de noviembre. Acababa de dar fin a un almuerzo más copioso que de costumbre, en el cual la indigesta trufa constituía una parte apreciable, y me encontraba solo en el comedor, con los pies apoyados en el guardafuegos, junto a una mesita que había arrimado al hogar y en la cual había diversas botellas de vino y liqueur. Por la mañana había estado leyendo el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de Wilkie; el Peregrinaje, de Lamartine; la Columbiada, de Barlow; la Sicilia, de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; confesaré, por tanto, que me sentía un tanto estúpido. Me esforzaba por despabilarme con ayuda de frecuentes tragos de Laffitte, pero como no me daba resultado, empecé a hojear desesperadamente un periódico cualquiera. Después de recorrer cuidadosamente la columna de «casas de alquiler», la de «perros perdidos» y las dos de «esposas y aprendices desaparecidos», ataqué resueltamente el editorial, leyéndolo del principio al fin sin entender una sola sílaba; pensando entonces que quizá estuviera escrito en chino, volví a leerlo del fin al principio, pero los resultados no fueron más satisfactorios. Me disponía a arrojar disgustado 

Este infolio de cuatro páginas, feliz obra
Que ni siquiera los poetas critican,

cuando mi atención se despertó a la vista del siguiente párrafo:


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11 págs. / 19 minutos / 495 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Sueños

Guy de Maupassant


Cuento


Fue después de una cena de amigos, de viejos amigos. Eran cinco: un escritor, un médico, y tres solteros ricos sin profesión.

Se había hablado de todo, y se había llegado a una lasitud, esa lasitud que precede y decide la partida después de una fiesta. Uno de los comensales, que miraba desde hacía cinco minutos, sin hablar, el agitado bulevar, constelado por las boquillas del gas y lleno de zumbidos, dijo de pronto:

—Cuando no se hace nada de la mañana a la noche, los días son largos.

—Y las noches también —añadió su vecino.

Yo apenas duermo, los placeres me cansan, las conversaciones no varían; jamás encuentro una idea nueva, y experimento, antes de hablar con no importa quién, un furioso deseo de no decir nada y no oír nada. No sé qué hacer con mis veladas.

Y el tercer desocupado proclamó:

—Estaría dispuesto a pagar bien una forma de pasar, cada día, sólo dos horas agradables.

Entonces el escritor, que acababa de echarse el abrigo al brazo, se acercó.

—El hombre —dijo— que descubriera un vicio nuevo, y lo ofreciera a sus semejantes, aunque eso redujera su vida a la mitad, haría un servicio más grande a la humanidad que aquél que encontrara el medio de asegurar la salud y la juventud eternas.

El médico se echó a reír, y mientras mordisqueaba un cigarro dijo:

—Sí, pero las cosas no se descubren de este modo. Aunque se ha buscado encarecidamente y trabajado el asunto desde que el mundo existe. Los primeros hombres llegaron de golpe a la perfección en esto. Nosotros apenas los igualamos...

Uno de los tres desocupados suspiró.

—¡Es una lástima!

Luego, al cabo de un minuto, añadió:

—Si tan sólo pudiéramos dormir, dormir bien sin tener ni frío ni calor, dormir con ese anonadamiento de las noches de gran cansancio, dormir sin sueños.


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3 págs. / 6 minutos / 358 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Historia de Fantasmas

Mark Twain


Cuento


Alquilé una gran habitación lejos de Broadway, en un edificio grande y viejo cuyos pisos superiores habían estado vacíos por años... hasta que yo llegué. El lugar había sido ganado hacía tiempo por el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio. La primera noche que subí a mis aposentos me pareció estar a tientas entre tumbas e invadiendo la privacidad de los muertos. Por primera vez en mi vida me dio un pavor supersticioso; y como si una invisible tela de araña hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí como alguien que se encuentra con un fantasma.

Una vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y expulsé la oscuridad. Un alegre fuego ardía en la chimenea, y me senté frente al mismo con reconfortante sensación de alivio. Estuve así durante dos horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas e invocando rostros medio olvidados a través de las nieblas del pasado; escuchando, en mi fantasía, voces que tiempo ha fueron silenciadas para siempre, y canciones una vez familiares que hoy en día ya nadie canta. Y cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió en un gemido, el furioso latido de la lluvia contra las ventanas se acalló y uno a uno los ruidos en la calle se comenzaron a silenciar, hasta que los apresurados pasos del último paseante rezagado murieron en la distancia y ya ningún sonido se hizo audible. El fuego se estaba extinguiendo. Una sensación de soledad se cebó en mí. Me levanté y me desvestí moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos dormidos cuyos descansos fuera fatal suspender. Me acosté y me tendí a escuchar la lluvia y el viento y los distantes sonidos de las persianas, hasta que me adormecí.


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6 págs. / 11 minutos / 583 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Los Caballeros Templarios

Alejandro Dumas


Cuento


Capítulo I

Continuando por la calle de Rivoli en París, antes de llegar a los bulevares, se halla un enorme edificio situado en la esquina formada por la unión de esta calle con la de la Corderie. Se trata del palacio de los caballeros templarios, en el que habitaba el jefe o Gran Maestre de aquella célebre orden que, desde la cima de su riqueza y poderío, estaba destinado a legar a la historia inolvidables recuerdos para la posteridad, con el ejemplo que su precipitada ruina ofreció acerca de la inestabilidad de la grandeza humana.

La génesis de la milicia del Temple se fecha en la época en que Godofredo de Bouillon fue a plantar el estandarte de la cruz sobre los muros de Jerusalén. Sus nueve fundadores, al frente de los cuales figuraban Hugo de Payens y Geofredo de Saint—Omer, después de conquistar la Ciudad Santa, pronunciaron el solemne juramento de defenderla de los ataques de los turcos, y defender a los numerosos peregrinos que entrasen a visitarla. Aparte de los tres votos religiosos ante el patriarca de Jerusalén, incorporaron otro en virtud del cual se obligaron a combatir contra los infieles. La cruz de esta orden militar era de tela roja, como la de los cruzados franceses, y su estandarte, denominado Baucens o Baucan, estaba partido en negro y blanco.


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18 págs. / 32 minutos / 633 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Dios Ve la Verdad Pero No la Dice Cuando Quiere

León Tolstói


Cuento


En la ciudad de Vladimir vivía un joven comerciante, llamado Aksenov. Tenía tres tiendas y una casa. Era un hombre apuesto, de cabellos rizados. Tenía un carácter muy alegre y se le consideraba como el primer cantor de la ciudad. En sus años mozos había bebido mucho, y cuando se emborrachaba, solía alborotar. Pero desde que se había casado, no bebía casi nunca y era muy raro verlo borracho.

Un día, Aksenov iba a ir a una fiesta de Nijni. Al despedirse de su mujer, ésta le dijo:

—Ivan Dimitrievich: no vayas. He tenido un mal sueño relacionado contigo.

—¿Es que temes que me vaya de juerga? —replicó Aksenov, echándose a reír.

—No sé lo que temo. Pero he tenido un mal sueño. Soñé que venías de la ciudad; y, en cuanto te quitaste el gorro, vi que tenías el pelo blanco.

—Eso significa abundancia. Si logro hacer un buen negocio, te traeré buenos regalos.

Tras de esto, Aksenov se despidió de su familia y se fue.

Cuando hubo recorrido la mitad del camino se encontró con un comerciante conocido, y ambos se detuvieron para pernoctar. Después de tomar el té, fueron a acostarse, en dos habitaciones contiguas. Aksenov no solía dormir mucho; se despertó cuando aún era de noche y, para hacer el viaje con la fresca, llamó al cochero y le ordenó enganchar los caballos. Después, arregló las cuentas con el posadero y se fue.


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8 págs. / 15 minutos / 293 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

¿Cuánta Tierra Necesita un Hombre?

León Tolstói


Cuento


Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra —pensaba a menudo— los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece —pensó Pahom— Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

—Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.


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8 págs. / 14 minutos / 389 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Bajo la Mirada de Occidente

Joseph Conrad


Novela


A Agnes Tobin, que trajo a nuestra puerta su talento para la amistad desde la orilla.

Primera parte

Prólogo

He de empezar por decir que no alardeo de poseer esos altos dones de la imaginación y la expresión que habrían permitido a mi pluma crear para el lector la personalidad del hombre que se hacía llamar, según la costumbre rusa, Cyril, hijo de Isiodr — Kirylo Sidorovitch— Razumov.

De haber tenido yo alguna vez estos talentos en cualquier modalidad de forma viva, a buen seguro que se habrían extinguido hace ya mucho tiempo bajo una selva de palabras. Las palabras, como es bien sabido, son las grandes enemigas de la realidad. Soy desde hace muchos años profesor de idiomas. Es ésta una ocupación que a la larga resulta fatal para la cuota de imaginación, observación o perspicacia que puede heredar una persona corriente. Llega un momento para el profesor de idiomas en el que el mundo no es sino un lugar repleto de palabras y el hombre un simple animal parlante no mucho más extraordinario que un loro.


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354 págs. / 10 horas, 20 minutos / 407 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Lord Jim

Joseph Conrad


Novela


A Mr. y Mrs. Hope con agradecido afecto, después de muchos años de amistad.

Joseph Conrad


No cabe duda de que cualquier convicción gana infinitamente en cuanto otra alma cree en ella.

Novalis

Nota del autor

Cuando esta novela se publicó en forma de libro, circuló la idea de que me había dejado arrebatar por ella. Algunos críticos sostuvieron que la obra, que comenzó como un cuento corto, había escapado al dominio del autor. Uno o dos descubrieron pruebas internas del hecho, cosa que pareció divertirles mucho. Señalaron las limitaciones de la forma narrativa. Argumentaron que no podía esperarse que un hombre hablara tanto tiempo y otros escucharan durante tan largo rato. No era muy creíble, dijeron.

Después de pensarlo unos dieciséis años, no estoy tan seguro. Se ha sabido de hombres, tanto en los trópicos como en la zona templada, que permanecieron despiertos la mitad de la noche "intercambiándose relatos". Pero este es un solo relato, aunque con interrupciones que ofrecen cierta medida de alivio; y en consideración a la resistencia del lector, es preciso aceptar el postulado de que la narración era interesante. Es el supuesto preliminar necesario. Si no hubiese creída que era interesante, no habría empezado a escribirla. En cuanto ala simple posibilidad física, todos sabemos que algunos discursos del Parlamento ocuparon más bien seis que tres horas, en tanto que toda la parte del libro que es el relato de Marlow puede leerse en voz alta, diría yo, en menos de tres horas. Además —aunque eliminé de la narración, con criterio estricto, todo tipo de detalles insignificantes por el estilo—, podemos presumir que esa noche tiene que haber habido algún refrigerio, un vaso de agua mineral, o algo así, para ayudar al narrador a seguir adelante.


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407 págs. / 11 horas, 53 minutos / 195 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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