La Mujer de Tres Caras
Narciso Segundo Mallea
Cuento
Vivían en una alegre casita (que hasta un jardineito tenía) tres ladrones, o más bien tres rateros, que coincidencias del oficio llevaron a vivir en estrecha comunidad.
No eran gente de pelo en pecho, ni eran ladrones "con fractura", ni de aquellos de "la bolsa o la vida", no; era gente que tomaba para sí lo ajeno sin dejar rastros de sangre y sin ocasionar mayores ayes.
Los tres eran jóvenes y llevaban a cabo sus hazañas en pueblos o ciudades de menor cuantía, donde la policía es lerda y bisoña. Convertido el producto del robo en dinero contante, volvían al punto de su residencia y entonces entregábanse al juego fullero. Si en el juego les iba bien, el robo se dejaba para otra oportunidad, quedando como un recurso supremo.
A poco de vivir en común, diéronse cuenta nuestros pajarracos de la necesidad que tenían de una criada que les guardara la casa en sus ausencias y que corriera con los quehaceres domésticos. Uno de ellos, Pérez (a) el "Zurdo", propuso para el objeto a una modista sin trabajo que él conocía por haber hecho vida con un amigo suyo.
—Es bonita?, dijo García (un hombręcillo de unos 24 años, cenceño, medio gibado), poniendo los ojos como balas.
—Bonita, no; —respondió el "Zurdo"—; pero simpática sí... Es una mujer de unos 45 años...
—Es vieja; hay que buscar otra, respondió García.
—No, dijo Ramírez. El amor hay que hacerlo fuera de casa. Que venga la modista.
Juana, que asi se llamaba la mujer propuesta por el "Zurdo", era uno de esos seres que nacen con una inquietud peligrosa en el alma. Desde niñera hasta modista (título como doctoral que había adoptado para el último tercio de su galantería) todo había sido, todo había hecho, menos vivir con ladrones. Fué por eso que aceptó gustosa el ir a la misteriosa casita, como escondida en las afueras de la gran metrópoli, en la seguridad de que pronto sería más que una doméstica.
Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.