Textos más populares este mes | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 8.203 textos.


Buscador de títulos

34567

Bailén

Benito Pérez Galdós


Novela


I


—Me hacen ustedes reír con su sencilla ignorancia respecto al hombre más grande y más poderoso que ha existido en el mundo. ¡Si sabré yo quién es Napoleón!, yo que le he visto, que le he hablado, que le he servido, que tengo aquí en el brazo derecho la señal de las herraduras de su caballo, cuando.... Fué en la batalla de Austerlitz: él subía a todo escape la loma de Pratzen, después de haber mandado destruir a cañonazos el hielo de los pantanos donde perecieron ahogados más de cuatro mil rusos. Yo, que estaba en el 17.º de línea, de la división de Vandamme, yacía en tierra gravemente herido en la cabeza. De veras creí que había llegado mi última hora. Pues, como digo, al pasar él con todo su Estado Mayor y la infantería de la Guardia, las patas de su caballo me magullaron el brazo en tales términos, que todavía me duele. Sin embargo, tan grande era nuestro entusiasmo en aquel célebre día, que incorporándome como pude, grité: «¡Viva el Emperador!»


Leer / Descargar texto


201 págs. / 5 horas, 53 minutos / 720 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Utopía

Tomás Moro


Filosofía, Política


Libro primero

Plática de Rafael Hitlodeo sobre la mejor de las Repúblicas

El muy invicto y triunfante Rey de Inglaterra, Enrique Octavo de su nombre, Príncipe incomparable dotado de todas las regias virtudes, había tenido recientemente una disputa sobre negocios graves y de grande importancia con Carlos, el poderoso Rey de Castilla, y, para conciliar las diferencias, me mandó Su Majestad como embajador a Flanders, en compañía del sin par Cuthbert Tunstall, a quien el Soberano, con gran contento de todos, acababa de dar el oficio de Guardián de los Rollos. Por temor a que den poco crédito a las palabras que salen de la boca de un amigo, no diré nada en alabanza de la prudencia y el saber de ese hombre. Mas son tan conocidos sus méritos que, si yo pretendiera loarlos, parecería que quisiese mostrar y hacer resaltar la claridad del sol con una vela, como dice el proverbio.

Como se había convenido de antemano, en Brujas encontramos a los mediadores del Príncipe, todos ellos hombres excelentes. El jefe y cabeza de los mismos era el Margrave —como le llaman allí— de Brujas. varón esclarecido; pero el más ilustrado y famoso de éllos era Jorge Temsicio, Preboste de Cassel, eminente jurisconsulto, inteligente y con grande experiencia de los negocios, hombre que, por su saber, y también porque la naturaleza le había hecho ese don, hablaba con singular elocuencia. Celebramos luego un par de conferencias y no pudimos ponernos enteramente de acuerdo sobre ciertas estipulaciones, por lo que ellos se despidieron de nosotros y se marcharon a Bruselas para saber cuál era la voluntad de su Príncipe.

Yo, mientras tanto, me fuí a Amberes, porque así lo requerían mis negocios.


Leer / Descargar texto

Dominio público
115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 3.617 visitas.

Publicado el 15 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


A lo Vivo

Era un pueblecito rayano, Ribamoura, vivero de contrabandistas, donde esta profesión de riesgo y lucro hacía a la gente menos dormida de lo que suelen ser los pueblerinos. Abundaban los mozos de cabeza caliente, y se desdeñaba al que no era capaz de coger una escopeta y salir a la ganancia.

Las mujeres, vestidas y adornadas con lo que da de sí el contrabando, lucían pendientes de ostentosa filigrana, patenas fastuosas, pañuelos de seda de colorines; en las casas no faltaba ron jamaiqueño ni queso de Flandes, y los hombres poseían armas inglesas, bolsas de piel y tabaco Virginia y Macuba. Al través de Portugal, Inglaterra enviaba sus productos, y de España pasaban otros, cruzando el caudaloso río.

Algunos días del año se interrumpía el tráfico y la industria de Ribamoura. El pueblo entero se congregaba a celebrar las solemnidades consuetudinarias, que servían de pretexto para solaces y holgorio. Tal ocurría con el Carnaval, tal con la fiesta de la Patrona, tal con los días de la Semana Santa. A pesar de ser éstos de penitencia y mortificación, para los de Ribamoura tenían carácter de fiesta; en ellos se celebraba, en la iglesia principal, espacioso edificio de la época herreriana, la representación de la Pasión, con personajes de carne y hueso, y encargándose de los papeles gente del pueblo mismo.

Venido de Oporto, un actor portugués, con el instinto dramático de la raza, organizaba y dirigía la representación; pero sin tomar parte en ella. Esto se hubiese considerado en Ribamoura irreverente. «Trabajaban» por devoción y por respeto tradicional a los misterios redentores; pero nunca hubiesen admitido a nadie mercenario, ni tolerado que hiciese los papeles nadie de mala reputación. Gente honrada, aunque contrabandease; que eso no deshonra. Ni por pecado lo daban en el confesionario los frailes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2.814 págs. / 3 días, 10 horas, 6 minutos / 7.043 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Arte de Amar

Ovidio


Poesía, tratado


Introducción

De Ovidio y de sus obras han escrito otras plumas más bien cortadas que la mía; y así fuera temeridad querer añadir, o superfluidad copiar a los eruditos que emprendieron aquel trabajo. Demás de que los comentarios y rapsodias no son ya del gusto de nuestro siglo; en el cual, como en todos, el que aspira a instruirse con solidez es necesario que recurra a las fuentes, sin contentarse con vagas repeticiones, y noticias tal vez corrompidas.

Pero yo traduzco un poema de Ovidio, que ha de andar en manos de todos, y entre mis lectores habrá muchos que no han oído siquiera su nombre; y otros que apenas tienen idea superficial de él y de sus poesías. Y he aquí por qué no puedo pasar del todo en silencio algunas circunstancias de este meritísimo autor.

P. Ovidio Nasón, caballero romano, nació en Sulmona, ciudad del Abruzo, cuarenta y tres años antes de la era vulgar, el mismo día en que fue muerto el elocuente Cicerón. En Roma, a donde fue llevado de corta edad, se dio a las letras bajo la dirección de Plocio Gripo; y mostrando agudo ingenio, a los dieciséis años le enviaron a Atenas, donde estudió las ciencias, y se perfeccionó en la lengua griega. Las escuelas atenienses eran por entonces frecuentadas de la juventud romana, y apenas habrá autor latino de nota que no se formase en ellas. Quiso su padre obligarle a seguir la carrera del foro, y en efecto por obedecerle la siguió algún tiempo, hasta que muerto su padre, la abandonó por las deliciosas musas, arte a que le llamaba la innata inclinación. Tuvo también por maestros en la filosofía a Porcio Latrón, en la retórica a Marcelo Fusco, y en la gramática a Julio Grecino, profesores que entonces se llevaban el aplauso en Roma.


Leer / Descargar texto

Dominio público
71 págs. / 2 horas, 5 minutos / 839 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

Alicia en el País de las Maravillas

Lewis Carroll


Cuento infantil, novela infantil


Prefacio

En el dorado anochecer
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!

Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
pidiendo extrañas invenciones,
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?

Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento,
la segunda no nos reclama
lógica de argumento,
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.

¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo ruido!
Es la tierra un maravilloso
país desconocido,
lleno de seres que convierten
en real lo fingido.

Cuando la fuente imaginaria
se agota en la inventiva
y a los cristales del ensueño
la luz se les esquiva:
«¡Siga el cuento —claman los seres—
que tanto nos cautiva!»

Así el país maravilloso
sobre el yunque del yo.
episodio tras episodio,
su leyenda forjó,
y al ocaso, un mundo de amigos
el alma nos pobló.

Recibe, Alicia, este pueril
libro con mano tierna
y ponlo allí donde la infancia
salva la vida interna,
como el ferviente peregrino
guarda una flor eterna.

1. En la madriguera

Alicia empezaba a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana, sin saber qué hacer: por dos veces había atisbado el libro que ella leía, pero era un libro sin grabados, sin diálogo, y «¿de qué sirve un libro —se dijo Alicia— si no tiene diálogo ni grabados?».

Y de la mejor manera que le permitían la somnolencia y el atontamiento en que la había sumido el calor de aquella jornada, consideraba en su fuero interno si valdría la pena entretenerse en arrancar margaritas por el gusto de hacer una cadena con ellas, cuando de pronto saltó a su lado un Conejo Blanco de ojuelos encarnados.


Leer / Descargar texto

Dominio público
89 págs. / 2 horas, 37 minutos / 1.582 visitas.

Publicado el 27 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Niebla

Miguel de Unamuno


Novela


Capítulo 1

Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto.

«Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas —pensó Augusto—; tener que usarlas, el use estropea y hasta destruye toda belleza. La función más noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche a contemplar a Dios y todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servimos de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que nos proteja de toda suerte de males.»

Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: «y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?» Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. «Esperaré a que pase un perro —se dijo— y tomaré la dirección inicial que él tome.»

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.

Y así una calle y otra y otra.


Leer / Descargar texto

Dominio público
182 págs. / 5 horas, 18 minutos / 9.828 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Sentido y Sensibilidad

Jane Austen


Novela


Capítulo I

La familia Dashwood llevaba largo tiempo afincada en Sussex. Su propiedad era de buen tamaño, y en el centro de ella se encontraba la residencia, Norland Park, donde la manera tan digna en que habían vivido por muchas generaciones llegó a granjearles el respeto de todos los conocidos del lugar. El último dueño de esta propiedad había sido un hombre soltero, que alcanzó una muy avanzada edad, y que durante gran parte de su existencia tuvo en su hermana una fiel compañera y ama de casa. Pero la muerte de ella, ocurrida diez años antes que la suya, produjo grandes alteraciones en su hogar. Para compensar tal pérdida, invitó y recibió en su casa a la familia de su sobrino, el señor Henry Dashwood, el legítimo heredero de la finca Norland y la persona a quien se proponía dejarla en su testamento. En compañía de su sobrino y sobrina, y de los hijos de ambos, la vida transcurrió confortablemente para el anciano caballero. Su apego a todos ellos fue creciendo con el «tiempo. La constante atención que el señor Henry Dashwood y su esposa prestaban a sus deseos, nacida no del mero interés sino de la bondad de sus corazones, hizo su vida confortable en todo aquello que, por su edad, podía convenirle; y la alegría de los niños añadía nuevos deleites a su existencia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
384 págs. / 11 horas, 12 minutos / 5.043 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Guerra y Paz

León Tolstói


Novela


PRIMERA PARTE

I

Bien. Desde ahora, Génova y Lucca no son más que haciendas, dominios de la familia Bonaparte. No. Le garantizo a usted que si no me dice que estamos en guerra, si quiere atenuar aún todas las infamias, todas las atrocidades de este Anticristo (de buena fe, creo que lo es), no querré saber nada de usted, no le consideraré amigo mío ni será nunca más el esclavo fiel que usted dice. Bien, buenos días, buenos días. Veo que le atemorizo. Siéntese y hablemos.

Así hablaba, en julio de 1805, Ana Pavlovna Scherer , dama de honor y parienta próxima de la emperatriz María Fedorovna, saliendo a recibir a un personaje muy grave, lleno de títulos: el príncipe Basilio, primero en llegar a la velada. Ana Pavlovna tosía hacía ya algunos días. Una gripe, como decía ella —gripe, entonces, era una palabra nueva y muy poco usada —. Todas las cartas que por la mañana había enviado por medio de un lacayo de roja librea decían, sin distinción: «Si no tiene usted nada mejor que hacer, señor conde — o príncipe —, y si la perspectiva de pasar las primeras horas de la noche en casa de una pobre enferma no le aterroriza demasiado, me consideraré encantada recibiéndole en mi palacio entre siete y diez. Ana Scherer.» — ¡Dios mío, qué salida más impetuosa! —repuso, sin inmutarse por estas palabras, el Príncipe. Se acercó a Ana Pavlovna, le besó la mano, presentándole el perfumado y resplandeciente cráneo, y tranquilamente se sentó en el diván.

—Antes que nada, dígame cómo se encuentra, mi querida amiga, — ¿Cómo quiere usted que nadie se encuentre bien cuando se sufre moralmente? ¿Es posible vivir tranquilo en nuestros tiempos, cuando se tiene corazón? — repuso Ana Pavlovna —. Supongo que pasará usted aquí toda la velada.


Leer / Descargar texto

Dominio público
609 págs. / 17 horas, 47 minutos / 2.342 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

22 maneras de romperme el corazón

Ainhoa Escarti


desamor, amor, prosa, poesía


1. La separación

 

Tras los pasos de fuego

 

 

Salió corriendo como si le quemaran los talones, sus pisadas rápidas dejaban cercos de fuego en el asfalto. Huía. Rauda, veloz y sin mirar atrás para evitar convertirse en estatua de sal. Lo peor era que me abandonaba, desertaba de mí. Seguí sus pasos con la mirada, con mis piernas pegadas al suelo, inmovilizado por el desconocimiento y por esa estupidez innata que me había dado la mano toda mi vida. Escapaba de mí y yo me quedé ahí, sin pensar, sin reaccionar.

Las horas pasaron lentas, podía ver cada grano de arena caer. Los minutos se dilataban en el tiempo en una especie de eternidad vacía en la que ni pensaba ni sentía, solo existía, o quizá suponía que existía.

En casa, mientras pasaban las horas, veía todas sus cosas en los mismos sitios de siempre con su simple cotidianidad. Su carrera se asemejaba a una variedad de espejismo, no había sido cierta. La realidad no podían ser esos talones de fuego quemando asfalto para que nuestra distancia fuera aún mayor.

Los granos de arena del reloj siguieron cayendo, la luz se fue apagando y el día concluyó. No pasó mucho, quizá unas horas, y sonó el teléfono, no era ella. No reconocí aquella voz, por lo menos en los primeros minutos. Sentía que me hablaban, pero un zumbido en los oídos me hizo distanciarme de aquel sonido que seguía sin sonarme. Asentí para que imperara el silencio, y colgué.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 4.926 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2019 por Ainhoa Escarti.

34567