Textos más populares esta semana | pág. 44

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Mansfield Park

Jane Austen


Novela


Capítulo I

Hace unos treinta años, la señorita Maria Ward de Huntingdon, con sólo siete mil libras, tuvo la suerte de cautivar a sir Thomas Bertram de Mansfield Park, en el condado de Northampton, y elevarse con ello al rango de esposa de baronet, con todas las comodidades y consecuencias de una casa hermosa y una renta considerable. Todo Huntingdon proclamó la grandeza del partido, y su propio tío el abogado reconoció que le faltaban tres mil libras al menos para tener justo derecho a él. Tenía ella dos hermanas a las que beneficiar con su encumbramiento; y los conocidos que juzgaban a la señorita Ward y la señorita Frances tan guapas como la señorita Maria, no vacilaron en predecirles una boda casi igual de ventajosa. Pero lo cierto es que no hay tantos hombres acaudalados en el mundo como mujeres bonitas dignas de ellos. Media docena de años después, la señorita Ward se vio obligada a unirse al reverendo señor Norris, un amigo del cuñado sin apenas fortuna particular; y en cuanto a la señorita Frances, aún le fue peor. En realidad, el matrimonio de la señorita Ward, llegado el momento, no resultó desdeñable, ya que por suerte sir Thomas pudo proporcionar a su amigo unos ingresos con el beneficio eclesiástico de Mansfield, y el señor y la señora Norris iniciaron su carrera de felicidad conyugal con muy poco menos de mil anuales. En cambio la señorita Frances se casó, como suele decirse, para chinchar a la familia; cosa que, al escoger a un suboficial de infantería marina sin educación, fortuna ni parientes, hizo a conciencia. No podía haber hecho elección más desafortunada.


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492 págs. / 14 horas, 22 minutos / 3.046 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Velo de la Reina Mab

Rubén Darío


Cuento


La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, caminando sobre un rayo de sol, se coló por la ventana de una buhardilla donde estaban cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lamentándose como unos desdichados.

Por aquel tiempo, las hadas habían repartido sus dones a los mortales. A unos habían dado las varitas misteriosas que llenan de oro las pesadas cajas del comercio; a otros unas espigas maravillosas que al desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros unos cristales que hacían ver en el riñón de la madre tierra, oro y piedras preciosas; a quiénes cabelleras espesas y músculos de Goliat, y mazas enormes para machacar el hierro encendido; y a quiénes talones fuertes y piernas ágiles para montar en las rápidas caballerías que se beben el viento y que tienen las crines en la carrera.

Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le había tocado en suerte una cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.

* * *

La reina Mab oyó sus palabras. Decía el primero:


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3 págs. / 5 minutos / 2.831 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Palacio del Sol

Rubén Darío


Cuento


A vosotras, madres de las muchachas anémicas, va esta historia, la historia de Berta, la niña de los ojos color de aceituna, fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.

Ya veréis, sana y respetables señoras, que hay algo mejor que el arsénico y el fierro, para encender la púrpura de las lindas mejillas virginales; y que es preciso abrir la puerta de su jaula a vuestras avecitas encantadoras, sobre todo, cuando llega el tiempo de la primavera y hay ardor en las venas y en las savias, y mil átomos de sol abejean, en los jardines, como un enjambre de oro sobre las rosas entreabiertas.

Cumplidos sus quince años, Berta empezó a entristecer, en tanto que sus ojos llameantes se rodeaban de ojeras melancólicas.

—Berta, te he comprado dos muñecas…

—No las quiero, mamá…

—He hecho traer los Nocturnos…

—Me duelen los dedos, mamá…

—Entonces…

—Estoy triste, mamá…

—Pues que se llame al doctor…

Y llegaron las antiparras de aros de carey, los guantes negros, la calva ilustre y el cruzado levitón.

Ello era natural. El desarrollo, la edad… síntomas claros, falta de apetito, algo como una opresión en el pecho… Ya sabéis; dad a vuestra niña glóbulos de arseniato de hierro, luego, duchas. ¡El tratamiento!…

Y empezó a curar su melancolía, con glóbulos y duchas al comenzar la primavera, Berta, la niña de los ojos color de aceituna, que llegó a estar fresca como una rama de durazno en flor, luminosa como un alba, gentil como la princesa de un cuento azul.

* * *


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4 págs. / 8 minutos / 2.367 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Fedro

Platón


Diálogo, Filosofía


Sócrates.— Mi querido Fedro, ¿a dónde vas y de dónde vienes?

Fedro.— Vengo, Sócrates, de casa de Lisias, hijo de Céfalo, y voy a pasearme fuera de muros; porque he pasado toda la mañana sentado junto a Lisias, y siguiendo el precepto de Acumenos, tu amigo y mío, me paseo por las vías públicas, porque dice que proporcionan mayor recreo y salubridad que las carreras en el gimnasio.

Sócrates.— Tiene razón, amigo mío; pero Lisias, por lo que veo, estaba en la ciudad.

Fedro.— Sí, en casa de Epícrates, en esa casa que está próxima al templo de Júpiter Olímpico, la Moriquia.

Sócrates.— ¿Y cuál fue vuestra conversación? Sin dudar, Lisias te regalaría algún discurso.

Fedro.— Tú lo sabrás, si no te apura el tiempo, y si me acompañas y me escuchas.

Sócrates.— ¿Qué dices? ¿no sabes, para hablar como Píndaro, que no hay negocio que yo no abandone por saber lo que ha pasado entre tú y Lisias?

Fedro.— Pues adelante.

Sócrates.— Habla pues.

Fedro.— En verdad, Sócrates, el negocio te afecta, porque el discurso, que nos ocupó por tan largo espacio, no sé por qué casualidad rodó sobre el amor. Lisias supone un hermoso joven, solicitado, no por un hombre enamorado, sino, y esto es lo más sorprendente, por un hombre sin amor, y sostiene que debe conceder sus amores más bien al que no ama, que al que ama.


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74 págs. / 2 horas, 9 minutos / 2.365 visitas.

Publicado el 13 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Yolanda, la Hija del Corsario Negro

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LA TABERNA DEL TORO

Aquella noche, contra lo acostumbrado, la taberna del Toro hervía de gente, como si algún importante acontecimiento hubiese acaecido o estuviera próximo a ocurrir.

Aunque no era de las mejores de Maracaibo y solía estar concurrida por marineros, obreros del puerto, mestizos e indios caribes, abundaban, la noche de que hablamos —cosa insólita—, personas pertenecientes a la mejor sociedad de aquella rica e importante colonia española: grandes plantadores, propietarios de refinerías de azúcar, armadores de barcos, oficiales de la guarnición, y hasta algunos miembros del Gobierno.

La sala, bastante grande, de ahumados muros y amplios ventanales, mal iluminada por las incómodas y humeantes lámparas usadas al final del siglo decimosexto, no estaba llena.

Nadie bebía y las mesitas adosadas a la pared estaban desiertas.

En cambio, la gran mesa central, de más de diez metros de largo, estaba rodeada por una cuádruple fila de personas que parecían presa de vivísima agitación, y que hacían apuestas que hubieran maravillado hasta a un moderno americano de los Estados de la Unión.

—¡Veinte piastras por Zambo!

—¡Treinta por Valiente!

—¡Valiente recibirá tal espolonazo, que caerá al primer golpe!

—¡Será Zambo quien caiga!…

—¡Veinticinco piastras por Valiente!

—¡Cincuenta por Zambo!

—¿Y vos, don Rafael?

—Yo apostaré por Plata, que es el más robusto de todos y ganará la victoria final.

—¡Canario! ¡Ese Plata es un poltrón!

—Como queráis, don Alonso; pero yo espero su turno.

—¡Basta!

—¡Adelante los combatientes!

—¡No va más!

Un toque de campana anunció que habían terminado las apuestas.


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280 págs. / 8 horas, 11 minutos / 1.828 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Regenta

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela


Prólogo

Creo que fue Wieland quien dijo que los pensamientos de los hombres valen más que sus acciones, y las buenas novelas más que el género humano. Podrá esto no ser verdad; pero es hermoso y consolador. Ciertamente, parece que nos ennoblecemos trasladándonos de este mundo al otro, de la realidad en que somos tan malos a la ficción en que valemos más que aquí, y véase por qué, cuando un cristiano el hábito de pasar fácilmente a mejor vida, inventando personas y tejiendo sucesos a imagen de los de por acá, le cuesta no poco trabajo volver a este mundo. También digo que si grata es la tarea de fabricar género humano recreándonos en ver cuánto superan las ideales figurillas, por toscas que sean, a las vivas figuronas que a nuestro lado bullen, el regocijo es más intenso cuando visitamos los talleres ajenos, pues el andar siempre en los propios trae un desasosiego que amengua los placeres de lo que llamaremos creación, por no tener mejor nombre que darle.

Esto que digo de visitar talleres ajenos no significa precisamente una labor crítica, que si así fuera yo aborrecía tales visitas en vez de amarlas; es recrearse en las obras ajenas sabiendo cómo se hacen o cómo se intenta su ejecución; es buscar y sorprender las dificultades vencidas, los aciertos fáciles o alcanzados con poderoso esfuerzo; es buscar y satisfacer uno de los pocos placeres que hay en la vida, la admiración, a más de placer, necesidad imperiosa en toda profesión u oficio, pues el admirar entendiendo que es la respiración del arte, y el que no admira corre el peligro de morir de asfixia.


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1.000 págs. / 1 día, 5 horas, 10 minutos / 1.772 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Celoso Extremeño

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


No ha muchos años que de un lugar de Estremadura salió un hidalgo, nacido de padres nobles, el cual, como un otro Pródigo, por diversas partes de España, Italia y Flandes anduvo gastando así los años como la hacienda; y, al fin de muchas peregrinaciones, muertos ya sus padres y gastado su patrimonio, vino a parar a la gran ciudad de Sevilla, donde halló ocasión muy bastante para acabar de consumir lo poco que le quedaba. Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconduto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores (a quien llaman ciertos los peritos en el arte), añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos.

En fin, llegado el tiempo en que una flota se partía para Tierrafirme, acomodándose con el almirante della, aderezó su matalotaje y su mortaja de esparto; y, embarcándose en Cádiz, echando la bendición a España, zarpó la flota, y con general alegría dieron las velas al viento, que blando y próspero soplaba, el cual en pocas horas les encubrió la tierra y les descubrió las anchas y espaciosas llanuras del gran padre de las aguas, el mar Océano.

Iba nuestro pasajero pensativo, revolviendo en su memoria los muchos y diversos peligros que en los años de su peregrinación había pasado, y el mal gobierno que en todo el discurso de su vida había tenido; y sacaba de la cuenta que a sí mismo se iba tomando una firme resolución de mudar manera de vida, y de tener otro estilo en guardar la hacienda que Dios fuese servido de darle, y de proceder con más recato que hasta allí con las mujeres.


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43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 1.754 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Abuelo

Benito Pérez Galdós


Teatro


Prólogo

A los lectores que con tanta indulgencia como constancia me favorecen, debo manifestarles que en la composición de EL ABUELO he querido halagar mi gusto y el de ellos, dando el mayor desarrollo posible, por esta vez, al procedimiento dialogal, y contrayendo a proporciones mínimas las formas descriptiva y narrativa. Creerán, sin duda, como yo, que en esto de las formas artísticas o literarias todo el monte es orégano, y que sólo debemos poner mal ceño a lo que resultare necio, inútil o fastidioso. Claro es que si de los pecados de tontería o vulgaridad fuese yo, en esta o en otra ocasión, culpable, sufriría resignado el desdén de los que me leen; pero al maldecir mi inhabilidad, no creería que el camino es malo, sino que yo no sé andar por él.

El sistema dialogal, adoptado ya en Realidad, nos da la forja expedita y concreta de los caracteres. Estos se hacen, se componen, imitan más fácilmente, digámoslo así, a los seres vivos, cuando manifiestan su contextura moral con su propia palabra, y con ella, como en la vida, nos dan el relieve más o menos hondo y firme de sus acciones. La palabra del autor, narrando y describiendo, no tiene, en términos generales, tanta eficacia, ni da tan directamente la impresión de la verdad espiritual. Siempre es una referencia, algo como la Historia, que nos cuenta los acontecimientos y nos traza retratos y escenas. Con la virtud misteriosa del diálogo parece que vemos y oímos sin mediación extraña el suceso y sus actores, y nos olvidamos más fácilmente del artista oculto; pero no desaparece nunca, ni acaban de esconderle los bastidores del retablo, por bien construidos que estén. La impersonalidad del autor, preconizada hoy por algunos como sistema artístico, no es más que un vano emblema de banderas literarias, que si ondean triunfantes, es por la vigorosa personalidad de los capitanes que en su mano las llevan.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.570 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Guerras de los Judíos

Flavio Josefo


Crónica, Historia


Prólogo de Flavio Josefo a los Siete Libros de las Guerras de los Judíos

Porque la guerra que los romanos hicieron con los judíos es la mayor de cuantas muestra edad y nuestros tiempos vieron, y mayor que cuantas hemos jamás oído de ciudades contra ciudades y de gentes contra gentes, hay algunos que la escri­ben, no por haberse en ella hallado, recogiendo y juntando cosas vanas e indecentes a las orejas de los que las oyen, a manera de oradores: y los que en ella se hallaron, cuentan cosas falsas, o por ser muy adictos a los romanos, o por abo­rrecer en gran manera a los judíos, atribuyéndoles a las veces en sus escritos vituperio, y otras loándolos y levantándolos; pero no se halla m ellos jamás la verdad que la historia re­quiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jerusalén, pues al principio peleé con los romanos, y después, siendo a ello por necesidad forzado, ‑me hallé en todo cuanto pasó, he determinado ahora de hacer saber en lengua griega a todos cuantos reconocen el imperio romano, lo mismo que antes había escrito a los bárbaros en lengua de mi patria: Porque cuando, como dije, se movió esta gravísima guerra, estaba con guerras civiles y domésticas muy revuelta la república romana.


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560 págs. / 16 horas, 21 minutos / 1.563 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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