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Teatro, Comedia.
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22 de julio de 2018.
MIRENO:
En fe de haber descubierto
mi experiencia que es así
y hallar, Tarso, ingenio en ti,
puesto que humilde, despierto,
pretendo en tu compañía
probar si, hasta donde alcanza
la barra de mi esperanza,
llega la ventura mía.
Mucho ha que me tiene triste
mi altiva imaginación
cuya soberbia ambición
no sé en qué estriba o consiste.
Considero algunos ratos
que los cielos, que pudieron
hacerme noble y me hicieron
un pastor, fueron ingratos;
y que, pues con tal bajeza
me acobardo y avergüenzo,
puedo poco, pues no venzo
mi misma naturaleza.
Tanto el pensamiento cava
en esto, que ha habido vez
que, afrentando la vejez
de Lauro, mi padre, estaba
por dudar si doy su hijo
o si me hurtó a algún señor;
aunque de su mucho amor
mi necio engaño colijo.
Mil veces, estando a solas,
le he preguntado si acaso
el mundo, que a cada paso
honras anega en sus olas,
le sublimó a su alto asiento
y derribó del lugar
que intenta otra vez cobrar
me atrevido pensamiento;
porque el ser advenedizo
aquí anima mi opinión,
y su mucha discreción
dice claro que es postizo
su grosero oficio y traje,
por más que en él se reporte,
pues más es para la corte
que los montes su lenguaje.
Siempre, Tarso, ha malogrado
estas imaginaciones,
y con largas digresiones
mil sucesos me ha contado,
que todos paran en ser,
contra mis intentos vanos,
progenitores villanos
los que me dieron el ser.
Esto, que había de humillarme,
con tal violencia me altera
que de esta vida grosera
me ha forzado a desterrarme;
y que a buscar me desmande
lo que mi estrella destina,
que a cosas grandes me inclina
y algún bien me aguarda grande;
que, si tan pobre nací
como el hado me crïó,
cuanto más me hiciere yo,
más vendré a deberme a mí.
Si quieres participar
de mis males o mis bienes,
buena ocasión, Tarso, tienes;
déjame de aconsejar
y determínate luego.