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Ricardo llega del trabajo y ve, apenas entra, un sobre encima de la mesita ratona del living. Sin dudas malas noticias.
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Pompón tiene hambre, y como no hay nada en casa, tendrá que buscar en la calle, pero una serie de terribles incidentes cambiarán su manera de ver la vida.
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Las vacas lecheras de Ebrid han desaparecido misteriosamente y solo el mago Bruist es capaz de encontrarlas.
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El marido acaba de llegar; como de costumbre, ebrio. La esposa, en la cocina, espera lo de siempre.
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Chila Pérez ya está lista para empezar la costura de un vestidito, pero le falta la compañía de la propaladora. Mientras tanto toma un té con limón.
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Marte: el gobierno ha autorizado la adquisición de mascotas, y Fergusson ha sido uno de los primeros en solicitar una para su pequeño hijo.
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Midas recibe del genio un artefacto que le da el poder de convertir todo lo que toque en oro. Midas entonces hace planes para el futuro.
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El león está hambriento y sueña con carne cuando de pronto cuatro patos zambullidores aterrizan en la charca cerca de él, el último reducto de su reino.
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La tribu es sorprendida en plena noche por un zumbido luminoso que se pierde en la distancia. Intrigados, al otro día irán a ver de qué se ha tratado.
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La novia de Normand le regala un hamster, para que no se sintiera solo en su ausencia. Pero, convengamos, hay compañías y compañías.
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Hace mucho ya que nadie visita a los muertos. Sus lamentos no le son ajenos al Barón Samedi, que acude al cementerios una noche de luna llena.
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Marito se había enamorado de Clarita, pero tenía algunas dudas; por ejemplo: que no fuese solo una ilusión.
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Una noche una mano llamó a mi puerta, atención que dije una mano, no alguien.
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El vampiro despertó, puntualmente a las seis de la tarde, tenía hambre y sed, un ansia de ambas en una sola: sangre.
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Francisco A. Baldarena suponía que al momento de morir en el más allá solo le quedaría apenas una alternativa: el infierno. Pero, ¿el cielo? ¿Y substituir a Dios? Eso sí que no se lo esperaba.
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Un hombre va caminando por la ciudad cuando de pronto una explosión o tal vez un grito lo altera de tal manera que solo atina a emprender una alucinada carrera.
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Un gato bajo la lluvia, no por accidente sino por propia voluntad, ciertamente es un caso inaudito. Pero que su dueña, justamente una viejita americana, le haya puesto el nombre de Ernest, era mucha coincidencia.
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