Descargar gratis en formato ePub el libro «Dimoni» de Vicente Blasco Ibáñez.
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Cuento.
5 págs. / 9 minutos / 111 KB.
22 de octubre de 2020.
Fragmento de Dimoni
por la lluvia, de habitación en habitación, hasta que,
por fin, encontraban en el abandonado establo un rinconcito, donde,
entre polvo y telarañas, florecía su extravagante primavera de
amor. ¡Casarse!… ¿Para qué? Valiente cosa les importaba lo que
dijera la gente. Para ellos no se habían fabricado las leyes ni los
convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener un
mendrugo de pan a mediodía y, sobre todo, algún crédito en la
taberna. Dimoni mostrábase absorto, como si ante su vista se
hubiese abierto ignorada puerta, mostrándole una felicidad tan
inmensa como desconocida. Desde la niñez, el vino y la dulzaina
habían absorbido todas sus pasiones; y ahora, a los veintiocho
años, perdía su pudor de borracho insensible, y como uno de
aquellos cirios de fina cera que llameaban en las procesiones,
derretíase en brazos de la Borracha, sabandija escuálida, fea,
miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que ardía en su
interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante y que a
él le parecía el prototipo de la belleza. Su felicidad era tan
grande, que se desbordaba fuera de la casucha. Acariciándose en
medio de las calles con el impudor inocente de una pareja canina, y
muchas veces, camino de los pueblos donde se celebraba fiesta,
huíana campo traviesa, sorprendidos en lo mejor de su pasión por
los gritos de los carreteros, que celebraban con risotadas el
descubrimiento. El vino y el amor engordaban a Dimoni: echaba
panza, iba de ropa más cuidado que nunca y sentíase tranquilo y
satisfecho al lado de la Borracha, aquella mujer cada vez más seca
y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba en
remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas
caderas. No lo abandonaba. Un buen mozo como él estaba expuesto a
peligros; y no satisfecha con acompañarle en sus viajes de artista,
marchaba a su lado al frente de la procesión, sin miedo a los
cohetes y mirando con cierta hostilidad a todas las mujeres. Cuando
la Borracha quedó embarazada, la gente se moría de risa,
comprometiéndose con ella la solemnidad de las
procesiones.