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Este texto, publicado en 1909, está etiquetado como Novela corta.
Novela corta.
53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 342 KB.
2 de septiembre de 2022.
Al desaparecer el sol, brillaba la llamarada de un disparo en lo alto del monte, y el estampido del «cañón de la tarde» avisaba a los forasteros faltos de autorización para residir en la ciudad que debían abandonarla. Salía la retreta por las calles, una música militar de pífanos y tambores en torno del gran instrumento nacional amado de los ingleses, el bombo, que golpeaba con ambas manos un atleta sudoroso, arremangado y de fuertes bíceps. Detrás marchaba «San Pedro», un oficial con escolta, llevando las llaves de la ciudad. Gibraltar quedaba incomunicado con el resto del mundo; se cerraban puertas y rastrillos. Replegada en sí misma, entregábase a sus devociones, encontrando en la religión un grato pasatiempo antes de la cena y del sueño. Los hebreos encendían las lámparas de sus sinagogas y cantaban a la gloria de Jehová; los católicos rezaban el rosario en la catedral; del templo protestante, edificado a estilo morisco, cual si fuese una mezquita, salían, como susurro celeste, las voces de las vírgenes acompañadas por el órgano; los musulmanes se reunían en la casa de su cónsul para ganguear interminable y monótona salutación a Alá. En los restaurantes de templanza, establecidos por la piedad protestante para curar el vicio de la embriaguez, soldados y marineros sobrios, bebiendo limonada o tazas de té, prorrumpían en himnos orfeónicos a la gloria del Señor de Israel, que en otros tiempos se cuidaba de guiar a los hebreos por el desierto, y ahora guía a la vieja Inglaterra a través de los mares, para que coloque su moral y sus tejidos.