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Este texto forma parte del libro «Los Cuentos del General».
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Y ya entonces el conquistador de México no era Hernán Cortés a secas, sino que se llamaba el muy magnífico señor Hernán Cortés, gobernador y capitán general de Nueva España; que el don aún no lo usaba, porque hasta algunos años después no se lo concedíó el emperador.
Por aquellos días aconteció, según refiere la tradición, que el gobernador y capitán general publicó un bando exigiendo la puntual asistencia de todos los vecinos a las misas que celebraban los padres franciscanos, primeros religiosos que a predicar el cristianismo llegado habían a Nueva España.
La morosidad de los soldados para asistir al Santo Sacrificio, y la indiferencia o poca costumbre que de ello tenían los indios, hacía que muchos llegasen a la iglesia ya pasado el evangelio, o cuando el sacerdote pronunciaba las últimas oraciones, causando con eso escándalo entre aquel rebaño de ovejas recién convertidas al cristianismo.
Quejáronse a Cortés los celosos misioneros, y de aquí nació la disposición del conquistador, para que todos asistieran puntuales a la misa, so pena de que cualquiera que llegase después del evangelio, recibiera de mano de los religiosos quince o veinte azotes, desnudo de la cintura para arriba si era hombre, o sobre las ropas, si era mujer.
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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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