Libro gratis: El Hombre que Ríe
de Victor Hugo

En tratar de pasar de la secante a la tangente consiste todo el secreto de la manera de evitar el naufragio.

Ese fue el servicio que prestó la eslora a la urca. Había actuado como palanqueta y sustituido al timón. Pero esa maniobra liberadora estaba ya hecha y no se la podía repetir. La viga estaba en el agua. La duración del choque la había hecho saltar de las manos de los hombres sobre la borda y se perdió en la marejada. Arrancar otra eslora significaba dislocar las cuadernas del barco.

El huracán arrastró a la Matutina. En poco tiempo los Casquets parecieron en el horizonte un amontonamiento inútil. Nada parece tan desconcertado como un escollo en semejante ocasión. Hay en la naturaleza, por el lado de lo desconocido, allí donde lo visible se mezcla con lo invisible, airados perfiles inmóviles a los que parece indignar la pérdida de una presa.

Tal era el aspecto de los Casquets mientras huía la Matutina.

El faro fue retrocediendo y empalideciendo y luego desapareció.