Prefacio
Por si acaso alguno recordase una novela al escuchar una ópera, el autor cree de su deber anunciar al público que para introducir en la perspectiva particular de una escena lírica alguna cosa del drama que sirve de base al libro titulado Nuestra Señora de París, ha sido necesario modificar diversamente tan pronto la acción como los caracteres. El de Febo de Châteaupers, por ejemplo, es uno de aquellos que han debido alterarse, haciéndose necesario también otro desenlace. Por lo demás, aunque el autor se haya desviado lo menos posible, y sólo cuando la música lo exigía, de ciertas condiciones indispensables, á su modo de ver, en toda obra pequeña ó grande, no entiende ofrecer aquí á los lectores, ó mejor dicho á los oyentes, sino un bosquejo de ópera más ó menos bien dispuesto para que la obra musical se sobreponga felizmente, un libreto puro y sencillo, cuya publicación se explica por un uso imperioso. En esto no puede ver más que una trama de aquellas que siempre ganarán ocultándose bajo ese rico y deslumbrador bordado que llaman la música.
El autor supone, pues, si por casualidad se ocupan de este libreto, que un opúsculo tan especial no se podría juzgar en ningún caso de por sí, abstracción hecha de las necesidades musicales á que el poeta ha debido someterse, y que en la ópera tienen siempre derecho de prevalecer. Prescindiendo de todo lo demás, ruega con instancia al lector que no vea en estas líneas sino lo que contienen, es decir, su pensamiento personal en este libreto en particular, y no un desdén injusto y de mal género á esa especie de poemas en general, y al establecimiento magnífico en que se representan. El autor, que no es nada, recordaría, en caso necesario, á los que ocupan más alta posición, que nadie tiene derecho para despreciar, aunque fuese bajo el punto de vista literario, una escena como ésta. No olvidemos que, sin contar los poetas, este Real Teatro ha recibido en ciertas ocasiones ilustres visitantes. En 1671 se representó con toda la pompa de la escena lírica una tragedia-baile titulada «Psiquis», cuyo libreto era de dos autores: el uno se llamaba Poquelin de Molière y el otro Pedro Corneille.
14 Noviembre 1835.
Acto I
La escena representa la Corte de los Milagros. Es de noche. Una multitud de truhanes se entrega á ruidosas danzas. Mendigos y mendigas en actitudes diversas y propias del oficio. El rey de la Truhanería encima de un tonel. Fuegos, antorchas, hogueras. En el fondo y entre la sombra, casas de mísero aspecto.
Escena I
CLAUDIO FROLLO, CLOPIN, luego LA ESMERALDA, después CUASIMODO.—TRUHANES.
Coro de Truhanes.—¡Viva Clopin, rey de la
Truhanería! ¡Vivan los mendigos de París! ¡Trabajemos de noche cuando
todos los gatos son pardos! ¡Bailemos! ¡Comamos! ¡Burlémonos de las
lluvias de Abril y del ardiente sol de Julio!
Aprendamos á olfatear la espada del arquero para huir de ella, y el saco de oro que lleva el viajero para hacerlo nuestro.
Iremos á bailar con los espíritus, á la claridad de la luna. ¡Viva Clopin, rey de la Truhanería! ¡Vivan los mendigos de París!
Claudio Frollo (aparte detrás de un pilar; lleva una ancha capa que oculta sus hábitos sacerdotales).—Los ayes de mi alma dolorida se pierden entre el tumulto de esta infame bacanal. ¡Cuánto sufro! Jamás lava tan ardiente como la que abrasa mi pecho ha circulado por la chimenea de un volcán.
(Entra Esmeralda bailando.)
Coro.—¡Aquí está! ¡Aquí está Esmeralda!
Claudio Frollo (aparte).—Es ella. ¡Sí! ¿Por qué cruel destino has hecho tan hermosa á esa criatura, á esa criatura tan desgraciada?
(Esmeralda llega hasta el centro del escenario. Los Truhanes forman corro en torno suyo y dan muestras de admiración mientras ella baila.)
La Esmeralda.—Soy la huérfana hija del dolor, que arroja flores en vuestro camino. Mi delirante alegría encubre muchos suspiros; os muestro mis sonrisas y oculto mis lágrimas. Bailo y canto como el pajarillo salta y trina á orillas de un arroyo. Soy palma herida que cae inerte á tierra. La noche de la tumba es el dosel de mi cuna.
Coro.—¡Baila, muchacha, baila! Tú suavizas nuestro áspero carácter. Considéranos como tu familia y juega con nosotros como la golondrina juguetea con las olas del mar. Esta es la pobre niña, hija de la desgracia. Cuando centellea su mirada, desaparece el dolor. Todos nos reímos para oir su canto. Desde lejos, parece, por lo graciosa, la abeja que se columpia en el cáliz de una flor.
¡Baila, muchacha! Tú suavizas nuestro carácter. Considéranos como tu familia y juega con nosotros.
Claudio Frollo (aparte).—¡Tiembla, muchacha! Los celos me devoran.
(Trata de aproximarse á Esmeralda, que se aparta de él casi con espanto. Entra la procesión del papa de los locos, llevando antorchas, linternas y músicas. En medio del cortejo va Cuasimodo sobre unas angarillas rodeado de luces y con la cabeza cubierta por una mitra.)
Coro.—Saludad.
¡Saludad todos! Aquí tenéis al papa de los locos.
Claudio Frollo (que al ver á Cuasimodo, se dirige hacia él con ademán colérico).—¡Cuasimodo! ¿Qué significa esta indigna mascarada? ¡Oh profanación! ¡Aquí, Cuasimodo, aquí!
Cuasimodo.—¡Dios mío! ¡Qué oigo!
Claudio Frollo.—Que vengas aquí he dicho.
Cuasimodo (bajando de las angarillas).—Aquí estoy.
Claudio Frollo.—¡Sé anatema!
Cuasimodo.—¡Gran Dios! Es él.
Claudio Frollo.—¡Qué audacia!
Cuasimodo.—¡Horrible situación!
Claudio Frollo.—¡De rodillas, traidor!
Cuasimodo.—¡Perdón, señor!
Claudio Frollo.—El amo acaso podrá perdonarte; el sacerdote no.
Cuasimodo.—¡Perdón! ¡perdón!
(Claudio Frollo arranca á Cuasimodo los burlescos ornamentos pontificales de que va revestido y los pisotea. Los Truhanes, á quienes dirige miradas de cólera Claudio, comienzan á murmurar y forman en torno de éste varios grupos en actitud amenazadora.)
Coro.—¡Compañeros! Se atreve á amenazarnos en nuestra misma casa.
Cuasimodo.—¿Qué pretenden esos audaces ladrones? Amenazan á mi amo; pero ya veremos quién lleva el gato al agua.
Claudio Frollo.—¡Raza impura de judíos y ladrones! ¡Os atrevéis á amenazarme! ¡Pues ya veremos!
(La cólera de los Truhanes estalla.)
Coro.—¡Basta, basta! ¡Muera el que turba nuestra fiesta! ¡Que pague con la cabeza su atrevimiento! ¡Su resistencia será inútil!
Cuasimodo.—¡Deteneos! ¡No le toquéis, ó va á convertirse la fiesta en sangriento combate!
Claudio Frollo.—Estoy intranquilo, pero no es por el peligro que puede correr mi cabeza. (Poniéndose la mano sobre el pecho.) ¡Aquí es donde se libra un verdadero combate! ¡Aquí está la tempestad!
(En el momento de llegar al colmo el furor de los Truhanes, aparece en el fondo Clopin Trouillefou.)
Clopin.—¿Quién se atreve á atacar en esta infame madriguera, á mi señor el Arcediano y á Cuasimodo, el campanero de Nuestra Señora?
Los Truhanes (conteniéndose).—¡Es Clopin! ¡Es nuestro rey!
Clopin.—¡Retiraos, miserables!
Los Truhanes.—¡Fuerza es obedecer!
Clopin.—Dejadnos.
(Los Truhanes se retiran. La Corte de los Milagros queda desierta. Clopin se aproxima misteriosamente á Claudio.)
Escena II
CLAUDIO FROLLO, CUASIMODO, CLOPIN TROUILLEFOU
Clopin.—¿Qué motivo os ha impulsado á venir á
esta orgía? ¿Tenéis alguna orden que darme? Sois mi maestro de magia y
podéis hablar con libertad; estoy dispuesto á obedeceros en todo.
Claudio Frollo (cogiendo vivamente por un brazo á Clopin y llevándole hacia el proscenio).—Vengo á concluir. Oye.
Clopin.—Ya escucho.
Claudio Frollo.—¡La amo más que nunca! Por eso muero devorado por la pasión y el pesar. Es preciso que sea mía esta misma noche.
Clopin.—Este es el camino de su casa y por aquí pasará dentro de un instante.
Claudio Frollo (aparte).—¡Oh! ¡El infierno triunfa! (En voz alta.) ¿Dices que pasará pronto?
Clopin.—Inmediatamente.
Claudio Frollo.—¿Sola?
Clopin.—Sola.
Claudio Frollo.—Está bien.
Clopin.—¿Pensáis esperarla?
Claudio Frollo.—Sí; estoy resuelto á que sea mía ó á morir.
Clopin.—¿Puedo ayudaros?
Claudio Frollo.—No. (Entrega su bolsa á Clopin y le hace seña de que se vaya. Quédase solo con Cuasimodo á quien lleva hacia el proscenio.) Ven. Necesito de ti.
Cuasimodo.—Mandad.
Claudio Frollo.—Se trata de una cosa impía, horrible, abominable.
Cuasimodo.—Sois mi amo y estoy dispuesto á obedecer.
Claudio Frollo.—Arriesgamos la libertad, la vida, todo...
Cuasimodo.—Á todo estoy resuelto.
Claudio Frollo (con impetuosidad).—¡Quiero apoderarme de la gitana!
Cuasimodo.—Podéis disponer de mi sangre, sin decirme el porqué.
(Á una seña de Claudio Frollo se retira hacia el fondo, dejando solo á su amo en el proscenio.)
Claudio Frollo.—¡Oh cielos! ¡Haber sepultado mi inteligencia en los abismos del mal! ¡Haber ensayado todos los criminales artificios de la magia! ¡Haber caído en profundidades más hondas que el mismo infierno! ¡Ser sacerdote! ¡Espiar en las tinieblas de la noche á una mujer! ¡Y pensar que cuando mi alma se halla en semejante situación, está Dios mirándome desde el Empíreo!...
Pero ¡bah! no importa. El destino fatal me empuja con tan ruda mano, que no puedo detenerme en la pendiente. Mi suerte se decide hoy. El sacerdote loco ya no tiene esperanza de salvarse, pero tampoco miedo á la condenación eterna.
¡Demonio que me dominas y á quien evocan mis libros cabalísticos; si me concedes esa mujer, te entrego mi alma! ¡Cobija bajo tus malditas alas al sacerdote infiel! ¡El infierno, con ella, me parecerá un paraíso!
¡Ven, mujer, ven! ¡Te espero! ¡Ya que Dios, cuya mirada penetra constantemente en nuestros corazones, ha tenido el capricho de que elija entre el cielo y el amor, quiero satisfacer éste enseguida!
Cuasimodo (adelantándose).—Señor, se acerca el instante crítico.
Claudio Frollo.—Sí; el momento es solemne; va á decidirse mi suerte. Calla.
Claudio Frollo y Cuasimodo (á dúo).—La noche está oscura. Oigo pasos. ¿Quién vendrá?
La ronda (pasando por detrás de las casas).—¡Paz y vigilancia! Tengamos el oído alerta y procuremos sondear con la mirada las tinieblas de la noche.
Claudio y Cuasimodo (á dúo).—Alguien se adelanta en la oscuridad sin hacer ruido. Callemos. ¡Ah! Es la ronda nocturna.
(Se aleja la ronda.)
Cuasimodo.—Ya se va la ronda.
Claudio Frollo.—Y con ella nuestro miedo.
(Claudio Frollo y Cuasimodo miran con ansiedad hacia la calle por donde ha de venir la Esmeralda.)
Cuasimodo.—Consejos del amor recibe, y siente fortalecer su esperanza quien vela mientras todo duerme. ¡La oigo venir!... es ella... Niña divina; ven sin temor.
Claudio Frollo.—La oigo venir; es ella... ¡Es mía!
(Sale la Esmeralda. Ambos se arrojan sobre ella y quieren llevársela; pero se resiste.)
La Esmeralda.—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Á mí!
Claudio Frollo y Cuasimodo.—¡Calla! ¡Calla!
Escena III
LA ESMERALDA, CUASIMODO, FEBO DE CHÂTEAUPERS, los arqueros de la ronda
Febo (entrando á la cabeza de los arqueros).—¡Alto, en nombre del rey!
(Claudio se escapa aprovechando el tumulto. Los arqueros se apoderan de Cuasimodo.—Febo á los arqueros, señalando al jorobado:)
¡Sujetadle y apretad firme, sea noble ó plebeyo! Llevémosle á las prisiones del Châtelet.
(Los arqueros conducen á Cuasimodo al fondo del escenario. La Esmeralda, repuesta del susto que ha recibido, se aproxima á Febo á quien mira con curiosidad y admiración, llevándole luego al proscenio.)
DÚO
La Esmeralda (á Febo).—Señor, ¿queréis decirme vuestro nombre?
Febo.—Me llamo Febo de Châteaupers.
La Esmeralda.—¿Sois capitán?
Febo.—¡Sí, reina mía!
La Esmeralda.—¡Oh! ¡Yo no soy reina!
Febo.—¡Cuánto candor y cuánta gracia!
La Esmeralda.—¡Febo! Me gusta mucho vuestro nombre.
Febo.—Más me gusta á mí.
La Esmeralda (á Febo).—Muchas veces, un apuesto capitán, un gallardo oficial de bizarro continente y corazón de acero, se apodera del corazón de una pobre muchacha y luego se ríe de su llanto.
Febo (aparte).—El amor de un militar apenas puede vivir un día. Todo soldado desea hallar flores sin espinas, placeres sin pesares, amor sin dolor. (Á La Esmeralda.) ¿Sabes que tienes unos ojos encantadores?
La Esmeralda.—Acaso valdría más no tenerlos en ciertas ocasiones, pues cuando se ve á un caballero como vos, luego se está pensando en él largo tiempo.
Febo (aparte).—La obligación del buen soldado es cortejar á todas las mujeres que halle en su camino.
La Esmeralda (colocándose delante del capitán y examinándole con admiración).—Cuanto más os contemplo más os admiro. ¡Oh! ¡qué hermosa banda de seda con franjas de oro!
(Febo se quita la banda y se la entrega á Esmeralda.)
Febo.—¿Te gusta? Pues tuya es.
La Esmeralda.—¡Qué preciosa!
(La Esmeralda toma la banda y se la pone.)
Febo.—¡Un momento!
(Se aproxima á la Esmeralda y trata de abrazarla. Ella retrocede.)
La Esmeralda.—¡No, eso no!
Febo (insistiendo).—¡Déjate abrazar!
La Esmeralda (retrocediendo más).—¡Nunca!
Febo (riendo).—¡Es chistoso esto de hallar una mujer tan hermosa y tan cruel al mismo tiempo! Quiero un beso de tus labios; ¿por qué me lo niegas?
La Esmeralda.—Porque debo negarlo. ¿Quién sabe las consecuencias que puede traer un beso?
Febo.—Pues si no me le das, voy á tomarlo yo.
La Esmeralda.—No, dejadme: no hablemos de eso.
Febo.—¡Un solo beso no es nada!
La Esmeralda.—Nada para vos; pero todo para mí.
Febo.—Mírame y te convencerás de cuánto te amo.
La Esmeralda.—¡Si apenas me atrevo á mirarme á mí misma!
Febo.—El amor quiere entrar en tu corazón esta noche.
La Esmeralda.—Esta noche el amor y mañana la desgracia.
(Se escapa de los brazos de Febo y huye. Febo, contrariado, se vuelve hacia Cuasimodo á quien tienen atado los guardias en el fondo del teatro.)
Febo.—¡Se resiste y huye! ¡Valiente aventura! De dos pájaros nocturnos que tenía, el ruiseñor se me escapa y me queda el mochuelo.
(Se pone á la cabeza de la tropa y sale llevándose á Cuasimodo.)
Coro de la ronda.—Paz y vigilancia. Tengamos el oído alerta y procuremos sondear con las miradas las tinieblas de la noche.
(Se alejan poco á poco y desaparecen.)
Acto II
La plaza de Grève. La picota y en ella Cuasimodo. El pueblo llena la plaza.
Escena I
Coro.—¿Conque robaba á una joven?
—¡Es posible!
—Mirad cómo le zurran en este momento.
—¿Oís, comadre? Cuasimodo se ha atrevido á cazar en las tierras de Cupido.
Una mujer del pueblo.—Pasará por mi calle cuando vuelva de la picota... Pero silencio, el pregonero va á hablar.
Pregonero.—De orden del rey, que Dios guarde, el hombre á quien estáis viendo, permanecerá durante una hora en la picota, debidamente custodiado.
Coro.—¡Muera, muera el jorobado, el sordo, el tuerto! ¡Muera ese Barrabás! ¡Parece que se atreve á mirarnos! ¡Muera el hechicero! ¡Gesticula y se agita! ¡Él es quien hace ladrar á los perros por la calle!
—Castigad severamente á ese bandido.
—¡Que se le dé doble número de azotes!
Cuasimodo.—¡Por piedad! ¡Dadme agua!
Coro.—¡Que le cuelguen!
Cuasimodo.—Tengo sed.
Coro.—¡Maldito seas!
(Esmeralda, que desde hace algunos momentos se ha mezclado en la multitud, observa con sorpresa y luego con piedad á Cuasimodo. De súbito, entre la gritería del pueblo, sube á la picota, saca de su cinturón una botellita y da de beber al jorobado.)
Coro.—¿Qué haces, hermosa niña? Deja á Cuasimodo. Cuando Belcebú se abrasa, no le debes dar agua.
(La Esmeralda baja de la picota y los arqueros desatan y se llevan á Cuasimodo.)
Coro.—Había querido secuestrar una joven.
—¿Quién, ese espantajo?
—Eso es horrible, infame.
—Eso es muy grave.
—¿Oís, comadres? Cuasimodo se ha atrevido á cazar en las tierras de Cupido.
Escena II
Sala lujosamente amueblada, donde se están haciendo los preparativos para una fiesta
FEBO, FLOR DE LIS, LA SEÑORA ELOÍSA DE GONDELAURIER
La señora Eloísa.—Febo, futuro yerno mío, á
quien tanto quiero, mandad y dirigid aquí ahora, como antes lo he hecho
yo, procurando que esta noche se divierta todo el mundo. Y tú, hija mía,
prepárate. Ya que serás la más hermosa de todas, debes ser también la
más alegre.
(Se va hacia el fondo y da varias órdenes á los criados que están haciendo los preparativos.)
Flor de Lis (á Febo).—Desde la semana pasada apenas os he visto dos veces, y sólo, gracias á esta fiesta, volvéis aquí. Esto es poco lisonjero.
Febo.—¡Por Dios! No me riñáis.
Flor de Lis.—Si veo que me vais olvidando...
Febo.—Os juro...
Flor de Lis.—Nada de jurar. Cuando se jura es porque se miente.
Febo.—¡Olvidaros! ¡Qué locura! ¿Acaso no sois vos la más hermosa de las mujeres y yo el hombre más amante de la belleza? (Aparte.) ¡Qué irritada está hoy mi novia! Sin duda sospecha algo. ¡Ah! nada hay más fastidioso que los celos. Las mujeres deberían saber que los amantes á quienes se hostiga, se largan con viento fresco. Es más fácil atraer al hombre con la risa que con las lágrimas.
Flor de Lis (aparte).—¡Hacer traición á su prometida! ¡Á mí, que no pienso más que en él! ¡Ay! ¡cuánto sufro con sus ausencias y cuánto padezco también al mirarle! Cuando le veo, menosprecia mi gozo; cuando no viene, desdeña mis lágrimas. (Á Febo.) Febo, ¿qué habéis hecho de la banda que os bordé? ¿Cómo no la lleváis?
Febo.—¿La banda?... No sé... (Aparte.) ¡Dios santo! ¡Qué compromiso!
Flor de Lis.—Sin duda la habréis olvidado. (Aparte.) ¿Quién será su dueña ahora? ¿Por quién me olvida?
Eloísa (dirigiéndose hacia ellos y en tono conciliador).—¡Vaya, vaya! Ante todo casaos; luego tendréis tiempo de reñir.
Febo (á Flor de Lis).—No he olvidado vuestra banda. Si no la traigo es porque la conservo doblada cuidadosamente en un cofrecillo esmaltado que mandé hacer expresamente. (Con pasión, á Flor de Lis, que todavía está irritada.) ¡Juro que os adoro más que si fuéseis la misma Venus!
Flor de Lis.—No juréis. Ya sabéis mi opinión respecto al asunto.
Eloísa.—¡Vaya, niños! Nada de cuestiones. Hoy todo el mundo debe estar alegre.
Ven, hija mía; es preciso que hagamos los honores de la casa. Cada cosa á su tiempo. (Á los criados.) Encended las luces y que se disponga todo para el baile. Quiero que por doquiera resplandezca la claridad, y que los convidados crean hallarse en pleno día.
Febo.—Estando Flor de Lis aquí, no puede faltar nada para el esplendor de la fiesta.
Flor de Lis.—Sí, Febo; falta el amor.
(Vanse las dos mujeres.)
Febo (mirando cómo se aleja Flor de Lis).—Á decir verdad, aun estando á su lado no puedo hallarme satisfecho, porque la mujer á quien amo, y en la cual pienso todo el día, no está aquí.
ARIA
Sólo á ti pertenece mi corazón, niña encantadora, hermosa sombra que llenas mi vida con tu recuerdo y que, ausente siempre, te apareces á todas horas.
Como un nido destaca entre el ramaje, como una flor entre las malezas, como un bien entre los males, así destaca y brilla mi amada entre las demás mujeres. Humilde y altiva á un tiempo, pero altiva sólo para guardar su pureza, en medio de la libertad en que vive, sabe encubrir la voluptuosidad de su mirada con un casto velo de pudor.
En la oscura noche parece un ángel, cuya frente oculta la sombra, mientras que en sus ojos resplandece el fuego. No me abandona un solo instante su imagen, unas veces luminosa, otras sombría; y ora se me represente como astro, ora como nube, siempre la veo en el cielo.
Sólo á ti pertenece mi corazón, niña encantadora, hermosa sombra que llenas mi vida con tu recuerdo y que, ausente siempre, te apareces á todas horas.
(Entran en el salón multitud de señoras y caballeros, elegantemente vestidos.)
Escena III
El mismo, EL VIZCONDE DE GIF, EL SEÑOR DE MORLAIX, EL SEÑOR DE CHEVREUSE, LA SEÑORA DE GONDELAURIER, FLOR DE LIS, DIANA, BERENGUELA, señoras, caballeros
El vizconde de Gif.—¡Salud, nobles castellanos!
Eloísa, Febo y Flor de Lis (saludando).—¡Salud, nobles caballeros! Dios quiera que bajo este techo hospitalario olvidéis toda clase de cuidados y pesares.
El señor de Morlaix.—Señoras, os deseo salud, placer y dicha.
Eloísa, Febo y Flor de Lis.—Que el cielo premie vuestros buenos deseos, nobles caballeros.
El señor de Chevreuse.—Señoras, digo lo mismo que mi compañero.
Eloísa, Febo y Flor de Lis.—Nuestra señora os recompense.
(Entran todos los convidados.)
Coro.—Entremos todos á tomar parte en la fiesta, así las damas como los caballeros; por todas partes embalsamen el ambiente las flores que adornan las cabezas femeniles y en todos los corazones domine la alegría.
(Los convidados se aproximan y saludan. Entre ellos circulan varios criados llevando bandejas con flores y frutas. Á la derecha, junto á una ventana, se forma un grupo de muchachas. De pronto, una de ellas hace señales á las demás para que se inclinen sobre el alféizar y miren fuera.)
BAILE
Diana (mirando á la calle).—Mira, mira, Berenguela.
Berenguela (obedeciendo).—¡Qué viva es y qué ligera!
Diana.—¡Parece un hada ó la encarnación misma del Amor!
El vizconde de Gif (riendo).—¿Quién baila en la calle?
El señor de Chevreuse (después de mirar).—Es la maga... Febo, es tu gitana, la que salvaste valerosamente de manos de un ladrón, la otra noche.
El vizconde de Gif.—Sí, sí, es la bohemia.
El señor de Morlaix.—Es hermosa como un sol.
Diana (á Febo).—Si la conocéis, decidla que venga á distraernos un rato con sus habilidades.
Febo (mirando con aparente indiferencia).—Puede ser que sea ella. (Al señor de Gif.) ¿Pero creéis que se acordará...?
Flor de Lis (que ha estado escuchando).—De vos se acuerda siempre todo el mundo. Llamadla; decidla que suba. (Aparte.) Ahora veré si es cierto lo que se dice.
Febo (á Flor de Lis).—Ya que lo queréis, probemos.
(Hace señas para que suba Esmeralda.)
Las jóvenes.—¡Ya viene!
El señor de Chevreuse.—Acaba de trasponer el pórtico.
Diana.—Los que estaban admirándola se han quedado muy mustios.
El vizconde de Gif.—Señoras, vais á ver á esa deidad callejera.
Flor de Lis (aparte).—¡Qué pronto ha obedecido á la señal de Febo!
Escena IV
Los mismos y LA ESMERALDA
(Entra la gitana tímida y confusa. Movimiento de admiración. Todo el mundo se aparta para dejarla paso.)
Coro.—¡Mirad! Su hermosa faz resplandece entre todas, como brillaría un lucero rodeado de antorchas.
Febo.—¡Oh! ¡es mi hermosa! Amigos, Esmeralda es la reina de este baile; la corona de la belleza ciñe su frente. (Volviéndose hacia los señores de Gif y de Chevreuse). Amigos, mi corazón quiere saltarse del pecho. ¡Hada encantadora! Si pudiera libar el cáliz de la flor de tus amores, desafiaría gustoso los peligros de la guerra y hasta la misma desgracia.
El señor de Chevreuse.—¡Es un rostro celestial! Parece uno de esos encantadores sueños que flotan en la oscuridad de la noche y llenan la sombra de claridad. Creeríase imposible que haya nacido en el abandono y se haya criado en la calle... ¿Quién habrá sido capaz de abandonar á la corriente de inmundo arroyo una flor tan hermosa?
La Esmeralda (con la vista fija en Febo).—Es mi Febo, estoy segura de ello, pues su imagen se ha conservado grabada en mi corazón. Ya vista de seda, ya se cubra con la armadura, es siempre el mismo, todo belleza y gracia. Febo, mi cabeza arde; me abrasa la alegría y el dolor. Así como la tierra necesita el benéfico rocío, mi alma necesita el consuelo de las lágrimas.
Flor de Lis.—¡Qué hermosa es! Ya estaba segura de ello. En verdad que debo estar muy celosa, si mis celos han de igualar á su belleza. Pero ¡quién sabe! Acaso estemos predestinadas ambas, por el implacable destino, á ver morir en flor todas nuestras ilusiones.
Eloísa.—¡Qué criatura tan hermosa! ¡Mentira parece que una impura gitana reuna en sí tanto encanto y belleza tanta! Mas ¿quién es capaz de adivinar los caprichos de la suerte? Muchas veces una serpiente, para cazar á los pobres pajarillos, oculta su venenosa cabeza en el matorral que más cubierto se halla de flores.
Coro general.—Las hermosas noches del estío no la aventajan en serenidad ni en hermosura.
Eloísa (á Esmeralda).—Vamos, niña hechicera, ven y danos á conocer algún baile nuevo.
(Esmeralda se prepara á bailar y saca de su seno la banda que le había regalado Febo.)
Flor de Lis.—¡Mi banda!... ¡Ah! Febo, me engañabas. Esta es mi rival...
(Flor de Lis arranca la banda de manos de Esmeralda y se desmaya. Los convidados se dirigen en actitud amenazadora hacia la gitana que se refugia junto á Febo.)
Coro.—¿Conque es verdad que Febo la ama? ¡Infame! Sal de aquí. Parece mentira que te hayas atrevido á venir á desafiar nuestra cólera. Este es el colmo de la imprudencia. Vuelve á recorrer las calles para que la hez del pueblo se extasíe con tus bailes. Mujer de tan baja esfera que á tanta altura se atreve á mirar, merece ser arrojada de este sitio inmediatamente.
La Esmeralda.—Defiéndeme tú, Febo mío, defiéndeme. La pobre gitanilla no confía en nadie más que en ti.
Febo.—Pues bien, sí, la amo; sólo á ella adoro y me constituyo en su defensor. Lucharé por ella, á quien pertenecen mi brazo y mi corazón. Si necesita que se la proteja, yo la ampararé. Las injurias que se la dirijan las tendré por hechas á mí, y considero su honor como el mío propio.
Coro.—¡Cómo! ¡Es verdad que la ama!... ¡Fuera! ¡Fuera de aquí!... ¿Es posible que nos desafíe por una gitana?... ¡Vaya, callad ambos! El ardor que mostrais es incalificable. (Á Febo.) Vos dais pruebas de excesiva insolencia. (Á La Esmeralda.) Y tú de falta de pudor.
(Febo y algunos amigos suyos protegen á La Esmeralda, á quien amenazan los demás. La gitana se dirige con vacilante paso hacia la puerta. Cae el telón.)
Acto III
Puerta exterior de una taberna. Á la derecha el establecimiento. Árboles á la izquierda. En el fondo una pared baja, con puerta practicable, que circuye el huerto. Á lo lejos se ven las torres de Nuestra Señora y una vaga silueta del París antiguo que se destaca del horizonte rojizo de una puesta de sol, y cuya base lame el Sena.
Escena I
FEBO, EL VIZCONDE DE GIF, LOS SEÑORES DE MORLAIX y DE CHEVREUSE y otros muchos amigos de Febo, sentados alrededor de varias mesas bebiendo y cantando.—Luego CLAUDIO FROLLO.
Coro.—Sea propicia y favorable Nuestra Señora á todos cuantos, en la tierra, no aborrecen más que el agua.
Febo.—Quiera ella conceder á los valientes en todas partes buen vino que beber y hermosos ojos que admirar. Con vino añejo y una mujer bonita, todos somos felices.
Coro.—Sea propicia, etc.
Febo.—Sucede á veces que una hermosa de alma fría, se muestra esquiva; pero el amante comienza por bromear con la ingrata; luego canta y por último bebe.
Coro.—Sea propicia, etc.
Febo.—Pasa el tiempo, y el amante desdeñado, esté sereno ó borracho, abraza á su querida y va á dormir sobre la misma boca de un cañón.
Coro.—Sea propicia, etc.
Febo.—Y su alma, que con frecuencia tiene ensueños amorosos, está satisfecha cuando el viento agita la tienda de campaña.
Coro.—Sea propicia y favorable Nuestra Señora á todos cuantos mortales no aborrecen más que el agua.
(Entra Claudio Frollo; va á sentarse junto á una mesa, lejos de Febo, y al principio parece indiferente á lo que pasa á su alrededor.)
El vizconde de Gif (á Febo).—¿Qué hay respecto á tu hermosa gitana?
(Movimiento de atención por parte de Claudio Frollo.)
Febo.—Estoy citado con ella para esta noche, dentro de una hora.
Todos.—¿De veras?
Febo.—Sí.
(Aumenta la agitación de Claudio Frollo.)
El vizconde de Gif.—¿Y dices que la cita es dentro de una hora?
Febo.—Casi podría decir: de aquí á un instante.
ARIA
¡Oh! El amor es la suprema dicha. Ser dos cuerpos y un alma; poseer á la mujer á quien se ama; ser á la vez esclavo y vencedor; sentirse dueño del corazón y de los encantos del objeto amado; tranquilizarse al sonido de su voz y secar con un beso las lágrimas de sus hermosos ojos: todo eso es el amor.
(Mientras él canta, los demás beben, chocando los vasos.)
Coro.—En todo tiempo, la dicha suprema consiste en beber á la salud de la persona amada y en amar la bebida.
Febo.—Amigos míos, Esmeralda es la más linda de las mujeres, una verdadera perfección, y me pertenece.
Claudio Frollo (aparte).—Protéjame el infierno. ¡Maldición sobre ella y sobre ti!
Febo.—El placer nos convida. No vacilemos en dar nuestra existencia por un momento de amor. ¿Qué importa morir después? Bien pueden darse cien años por una hora de goce, hasta la eternidad, por un solo día.
(Óyese el toque de queda. Los amigos de Febo se levantan de la mesa, se ciñen las espadas, se ponen las capas y los sombreros y se disponen á partir.)
Coro.—Febo, llegó la hora: ese es el toque de la queda. Vé á buscar á tu hermosa y que el cielo te guíe.
Febo.—Sí, tenéis razón: ese es el toque de la queda. Voy á visitar á mi hermosa y que Dios me guíe.
(Salen los amigos de Febo.)
Escena II
CLAUDIO FROLLO, FEBO
Claudio Frollo (deteniendo á Febo en el momento de ir éste á salir).—¡Capitán!
Febo.—¿Quién es este hombre?
Claudio Frollo.—Oíd.
Febo.—Daos prisa.
Claudio Frollo.—¿Sabéis cómo se llama la mujer que os espera?
Febo.—¡Diablo! ¡Pues no faltaba más sino que no supiera cómo se llama mi amante! Es la graciosa bailarina Esmeralda.
Claudio Frollo.—No se llama así: su nombre es la Muerte.
Febo.—Sólo dos cosas os contestaré. Primero: que estáis loco; y segundo, que os vayáis á paseo y me dejéis en paz.
Claudio Frollo.—Es preciso que me escuchéis.
Febo.—No me importa nada de cuanto tengáis que decirme.
Claudio Frollo.—Febo, si traspasáis el dintel de esa puerta...
Febo.—Sin duda estáis loco.
Claudio Frollo.—Sois hombre muerto.
DÚO
Claudio Frollo.—Tiembla, es una gitana, una de esas mujeres que no tienen ley ni conciencia. El amor sólo las sirve para encubrir su odio, y su cama es un lecho de muerte.
Febo (riendo).—¡Vaya! Disponeos para ir al hospital de los locos y que Júpiter, Esculapio y el Diablo os protejan.
Claudio Frollo.—Esas mujeres son siempre traidoras. Da crédito á la voz pública y ten presente que, si vas á ver á Esmeralda, morirás.
(La insistencia de Claudio Frollo parece hacer mella en el ánimo de Febo, que mira con ansiedad á su interlocutor.)
Febo.—Este hombre me inquieta; á pesar mío siento algún recelo... La verdad es que esta ciudad está llena de traidores...
Claudio Frollo (aparte).—Le asusto, y le hago sospechar á pesar suyo. Este imbécil no ve más que traidores en la ciudad. (Á Febo.) Creedme, caballero, huíd de la sirena que os tiende un lazo. Más de una gitana ha satisfecho su odio á nuestra raza, clavando un puñal en el seno de su amante que palpitaba de amor.
(Febo, á quien quiere arrastrar consigo, se rehace y le rechaza.)
Febo.—Parece que yo estoy loco también. Cuando se ama, ¿qué importa que la persona amada sea mora, judía ó gitana? Dejadme en paz; ella está esperándome. Puede que tengáis razón; pero cuando la muerte es tan hermosa como ella, debe ser muy dulce morir.
Claudio Frollo (deteniéndole).—Detente... Piensa que es una gitana. ¿Estás loco hasta el punto de correr tú mismo á tu perdición?... Desconfía de la mujer infiel que te espera en la sombra. ¡Ah!... ¿No me haces caso? Pues bien, corre á la muerte.
(Febo sale con rapidez á pesar de los esfuerzos de Claudio Frollo. Éste permanece un momento como indeciso y luego sigue al capitán.)
Escena III
Sala. En el fondo una ventana que da al río.
Entra CLOPIN TROUILLEFOU con una antorcha en la mano y seguido de varios hombres á quienes, luego de haberles hecho una señal de inteligencia, conduce hacia un sitio oscuro, por donde desaparecen. Entonces Clopin vuelve hacia la puerta y parece indicar á alguien que suba. Preséntase CLAUDIO FROLLO.
Clopin (á Claudio).—Desde aquí podréis observar á la gitana y al capitán, sin ser visto de ellos.
(Le muestra un hueco del muro oculto por un tapiz.)
Claudio Frollo.—¿Están ya en su sitio esos hombres?
Clopin.—Sí.
Claudio Frollo.—Importa que todo esto no se descubra nunca. Aquí tienes esta bolsa; luego te daré otro tanto.
(Claudio Frollo entra en su escondite, Clopin sale con precaución y á poco aparecen La Esmeralda y Febo.)
TERCETO
Claudio Frollo (aparte).—¡Oh, mujer adorada! ¡Cuán cruel es tu destino! Has entrado aquí de fiesta y saldrás de luto.
La Esmeralda (á Febo).—Mi señor conde, tengo el corazón lleno de vergüenza y de orgullo.
Febo (á Esmeralda).—¡Qué hermosa eres! Pero, mira, cuando se cierra esta puerta, se han de dejar fuera las penas.
(Febo hace sentar en un banco, á su lado, á la Esmeralda.)
Febo.—¿Me quieres?
La Esmeralda.—Sí, mucho.
Claudio Frollo (aparte).—¡Qué horrible tormento!
Febo.—¡Oh, adorable mujer! ¡Cuán hermosa eres!
La Esmeralda.—Sois muy adulador... Pero no os acerquéis tanto: estoy avergonzada...
Claudio Frollo.—¡Se aman! ¡Qué envidia les tengo!
La Esmeralda.—Febo, os debo la vida.
Febo.—Y yo á ti la felicidad.
La Esmeralda.—Sed cuerdo... Animadme con una sonrisa... ¿No veis que vuestra mirada me fascina?
Febo.—Reina mía, mi sirena, belleza soberana, tus ojos sí que son deslumbradores.
Claudio Frollo.—¡Qué suplicio es estarles oyendo! ¡Qué amante es ella! ¡Cuán seductor está él!... Reíd, sed felices, mientras yo abro vuestra tumba.
Febo.—Hada ó mujer, quiéreme mucho, pues mi alma sólo en ti piensa día y noche.
La Esmeralda.—Soy mujer, y mi alma, abrasada de amor, suspira por ti noche y día.
Claudio Frollo.—El fuego que me consume es mi tormento... Á pesar mío, admiro la belleza y el amoroso delirio de ambos.
Febo.—Seamos felices; deja que despierte en tu alma el amor, mientras el pudor duerme. Tu boca es un cielo: deja que mi alma éntre en él. ¡Quisiera exhalar el último suspiro en un beso!
La Esmeralda.—Tu voz resuena dulcemente en mis oídos; tu sonrisa es hechicera y embriagadora; el brillo de tus ojos me enloquece; tus deseos son mi suprema ley; pero comprendo que debo resistirme á ellos, pues mi virtud y mi felicidad morirían en ese beso.
Claudio Frollo.—Pasos de muerte, no lleguéis á sus oídos. Mi celoso odio vela sobre su amor que se adormece. La pálida y descarnada Parca va á interponerse entre ambos. Febo, en ese beso vas á exhalar tu último aliento.
(Claudio Frollo sale de su escondite, se arroja sobre Febo, le clava un puñal y, saltando por la ventana del fondo, desaparece. La Esmeralda da un grito y se echa sobre el cuerpo de Febo. Entran en tumulto los hombres que estaban escondidos y se apoderan de la gitana, á quien parecen acusar. Cae el telón.)
Acto IV
Calabozo con puerta en el fondo
Escena I
LA ESMERALDA sola, encadenada y echada sobre un montón de paja.—Luego CLAUDIO FROLLO.
La Esmeralda.—¡Dios mío! ¡Febo en la tumba y yo
en este abismo! Yo prisionera y él muerto... ¡Muerto, sí! ¡Yo misma le
ví caer!... ¡Y se atreven á acusarme de semejante crimen! La implacable
guadaña siega todavía tierno el tallo de nuestra existencia. Febo, al
irse, me ha enseñado el camino. Ayer abrieron su fosa; mañana abrirán la
mía.
ROMANZA
¿Será posible que no haya en la tierra poder alguno que proteja á los amantes? ¿No habrá filtros ni encantos para enjugar las lágrimas de los ojos que lloran y para abrir los que se han cerrado?
¡Oh, Dios! á quien continuamente invoco: quítame la vida ó arranca el amor de mi corazón.
Febo, abramos nuestras alas y marchemos á las eternas esferas donde el amor es inmortal. Así nuestros cuerpos estarán juntos en la tumba y nuestras almas unidas en el cielo.
¡Oh, Dios! á quien continuamente invoco: quítame la vida ó arranca el amor de mi corazón.
(Se abre la puerta; entra Claudio Frollo con una lámpara en la mano y la capucha echada sobre el rostro, y va á colocarse, inmóvil, frente á la Esmeralda.)
La Esmeralda (sobresaltada).—¿Quién sois?
Claudio Frollo (sin descubrirse).—Un sacerdote.
La Esmeralda.—¡Un sacerdote! ¿Y á qué venís?
Claudio Frollo.—¿Estáis dispuesta?
La Esmeralda.—¿Á qué?
Claudio Frollo.—Á morir.
La Esmeralda.—Sí.
Claudio Frollo.—Bien.
La Esmeralda.—Y decid, padre, ¿será pronto?
Claudio Frollo.—Mañana.
La Esmeralda.—¿Y por qué no hoy?
Claudio Frollo.—¡Cómo! ¡Tanto sufrís que así deseáis la muerte!
La Esmeralda.—Sí; sufro mucho.
Claudio Frollo.—Pues yo, que no moriré mañana, acaso sufro más que vos.
La Esmeralda.—¡Es posible! ¿Quién sois, pues?
Claudio Frollo.—Un hombre de quien os separa una tumba.
La Esmeralda.—¿Cuál es vuestro nombre?
Claudio Frollo.—¿Deseáis saberlo?
La Esmeralda.—Sí.
(Claudio Frollo se levanta la capucha.)
La Esmeralda.—¡El sacerdote! ¡Dios mío, él es! ¡Esa es su frente de hielo, esos sus ojos, que brillan como carbunclos; es el mismo, el que me persigue sin tregua noche y día, el que ha dado muerte á mi Febo, á mi amor! ¡Monstruo, yo te maldigo en esta hora suprema! Pero ¿qué te he hecho? ¿Cuál es tu propósito? ¿Qué quieres de mí, vil asesino? ¿Es que me aborreces tanto que tratas de atraerme hasta el borde de la tumba?
Claudio Frollo.—¡Es que te amo!
¡Sí, te amo! Será infame mi amor, pero raya en locura; es mi alma y mi sangre. Sí, mírame á tus pies; te juro que prefiero tu tumba al paraíso. ¡Compadécete de mí!... ¡Yo muero y tú me maldices!
La Esmeralda.—¡Me ama! ¡Qué horror! ¡Y estoy en poder de este demonio!
Claudio Frollo.—En mí ya no vive más que mi pasión y mi dolor.
¡Horrible desdicha! ¿Por qué extremas tu rigor? ¡Cuánto te amo! ¡Qué espantosa noche!
La Esmeralda.—¡Oh instante supremo! ¡Tiembla, corazón mío! Ese miserable me ama. ¡Qué noche de horrores!
Claudio Frollo (aparte).—La siento estremecerse entre mis brazos. ¡Al fin ha llegado mi hora! Yo, que la he sepultado en las tinieblas, la conduciré á la luz del sol; pero la muerte que de mí viene en pos no la dejará sino para entregarla al amor.
La Esmeralda.—¡Dejadme por piedad! Muerto Febo, también yo debo morir. Vuestro horrible amor me espanta, como al pájaro la mirada del buitre.
Claudio Frollo.—No me rechaces; te amo y te conjuro á seguirme. ¡Piedad para mí, y para ti misma! ¡Huyamos! La ocasión es propicia.
La Esmeralda.—¡Vuestra proposición es una injuria!
Claudio Frollo.—¿Prefieres morir?
La Esmeralda.—Cuando el cuerpo muere, el alma queda libre.
Claudio Frollo.—¡Pero la muerte es horrible!
La Esmeralda.—¡Sellad el impuro labio! Comparada con vuestro amor, la muerte es un bien.
Claudio Frollo.—¡Elige, elige entre la tumba ó mi amor!
(Claudio Frollo cae á los pies de la Esmeralda, y ésta le rechaza.)
La Esmeralda.—¡Calla, infame asesino! Tu amor es una ofensa; prefiero la tumba. ¡Maldito seas entre los malditos!
Claudio Frollo.—¡Tiembla! El cadalso te espera. Tú no sabes que en mi alma germinan proyectos de sangre y fuego, que Satanás aplaude en sus antros infernales. Pero no, yo te adoro; dame tu mano, y aún podrás vivir. ¡Oh noche de emociones y de remordimientos! ¡Para mí las lágrimas, para ti la muerte! Dime que me amas, y para ti brillará una nueva aurora. ¡Ah! puesto que en vano te imploro, puesto que tu odio no se aplaca ¡adiós! ¡Tras el día de mañana vendrá para ti la eterna noche!
La Esmeralda.—¡Véte, yo te aborrezco, vil sacerdote! Todavía están manchadas tus manos con la sangre de tu víctima. ¡Oh noche de lágrimas y de angustias! Basta ya de llanto; quiero morir. Hasta en la prisión te resistiré, y en ella te maldigo. ¡Véte! tu crimen será tu castigo. Febo y yo nos reuniremos en el cielo, y tú bajarás á los negros abismos.
(Aparece un carcelero; Claudio Frollo le hace seña para que se lleve á la Esmeralda y sale.)
Escena II
El atrio de Nuestra Señora; se ve la fachada de la iglesia; óyese ruido de campanas
Cuasimodo.—Amo todo cuanto hay aquí, excepto á
mí mismo: el aire que circula y refresca mi frente; la fiel golondrina
que anida en los carcomidos aleros, las capillas con sus cruces; las
rosas que florecen, todo, en fin, lo que sonríe, menos yo, porque soy
contrahecho y feo, aunque no tengo envidia de otros. Acepto la vida tal
como es, pues sé que las penas y alegrías, las noches oscuras ó el cielo
azul, todo puede conducirme á Dios. Mi cuerpo es feo, pero tengo el
alma hermosa; soy un buen acero guardado en tosca vaina.
¡Campanas grandes y pequeñas, tocad! Confundid vuestros penetrantes tañidos con vuestros sordos murmullos; cantad en las torrecillas y zumbad en las torres; que os oiga yo noche y día. Con vuestro auxilio las fiestas serán espléndidas; voltead rápidamente, agitando los aires, que al oiros la gente estúpida acudirá ansiosa, cruzando los puentes. ¡Tocad sin tregua día y noche, que sin ruido no hay fiesta completa! (Se vuelve hacia la fachada de la iglesia.) ¡Veo la capilla enlutada! ¡Ay! ¿será que van á traer aquí á algún desgraciado? ¡Cielos, qué horrible presentimiento!... ¡No, no quiero creerlo! (Entran Claudio Frollo y Clopin, sin ver á Cuasimodo.) Es mi amo... observemos. ¡Qué sombrío viene! (Se oculta en un ángulo oscuro del pórtico.)—¡Oh, Santa Virgen, tomad mi vida, pero salvad mi alma!
Escena III
CUASIMODO (oculto), CLAUDIO FROLLO, CLOPIN
Claudio Frollo.—¿Conque Febo está en Monforte?
Clopin.—Sí, señor, y vive.
Claudio Frollo.—¡Con tal que no venga por aquí!
Clopin.—¡Bah! no hay cuidado; está demasiado débil aún para emprender tan larga jornada; si viniese, su muerte sería segura, pues á cada paso que diera se le volvería á abrir la herida. Nada temáis por ahora.
Claudio Frollo.—¡Ah, téngala por lo menos hoy en mi poder, para que por mí viva ó muera! ¡Infierno, sólo por este día te doy toda la eternidad! (Á Clopin.) Pronto van á traer aquí á la gitana. Acuérdate de todo; tú has de estar en la plaza con los tuyos.
Clopin.—Muy bien.
Claudio Frollo.—Permanecerás oculto en la sombra, y si yo grito: «Á mí,» acudirás al punto.
Clopin.—Entendido.
Claudio Frollo.—Es preciso que haya bastante gente.
Clopin.—Bueno. Conque si vos gritáis «Á mí»...
Claudio Frollo.—Eso es.
Clopin.—Corro hacia ella y la arrebato de manos de los soldados...
Claudio Frollo.—Precisamente.
Clopin.—Y os la entrego.
Claudio Frollo.—Sí. Tal vez conseguiré ablandar su corazón. Confúndete entre el gentío, y si logro mi objeto acudirás con los tuyos apenas haga la señal.
Clopin.—Está bien, señor.
Claudio Frollo.—Permaneced siempre reunidos.
Clopin.—Así se hará.
Claudio Frollo.—Llevad ocultas vuestras armas á fin de no excitar sospechas.
Clopin.—Seréis obedecido.
Claudio Frollo.—Pero si esa mujer comete la locura de no escuchar mi voz, llévesela el diablo. Mas no, creo que no será así, y cuento contigo para que me ayudes á realizar mi última esperanza.
Clopin.—No temáis, contad conmigo, y no dudo que se conseguirá el objeto.
(Salen ambos con precaución. El pueblo comienza á llenar la plaza.)
Escena IV
EL PUEBLO, CUASIMODO, después LA ESMERALDA y su acompañamiento, CLAUDIO FROLLO, FEBO y CLOPIN. Sacerdotes, arqueros y ministros de justicia.
Clopin.—Acudamos todos á Nuestra Señora para ver
á la joven que hoy ha de morir, á la gitana que asesinó, según dicen,
al capitán de arqueros más gallardo de todo el reino. ¡Parece mentira
que una mujer tan hermosa sea tan cruel, y que su dulce mirada oculte un
alma tan negra! ¡Es horrible!
¡Venid, corred todos á Nuestra Señora para ver á la joven que ha de morir esta tarde!
(Aumenta la multitud, óyense rumores y comienza la fúnebre comitiva á desembocar en la plaza. Hileras de penitentes negros, estandartes de la Misericordia, hachas, arqueros, gente de justicia y guardias. Los soldados apartan la multitud y aparece Esmeralda en camisa, con una cuerda al cuello, descalza y cubierta con un largo crespón negro. Á su lado va un fraile con un crucifijo; detrás, los verdugos y la escolta. Cuasimodo, apoyado en el estribo del pórtico, observa con atención. En el momento en que la gitana llega ante la iglesia, óyese en el interior de ésta un canto solemne y lejano: las puertas están cerradas.)
Coro (dentro de la iglesia):
Omnes fluctus fluminis Transierunt super me In imo voraginis Ubi plorant animæ.(El canto se acerca lentamente y resuena al fin junto á las puertas, que se abren de pronto, dejando ver el interior de la iglesia, ocupado por una larga procesión de sacerdotes, precedidos de estandarte. Claudio Frollo, con hábito sacerdotal, figura á la cabeza y se dirige hacia la gitana.)
El pueblo.—¡Viva hoy; muerta mañana! ¡Dulce Jesús, recibidla en vuestro seno!
La Esmeralda.—Mi Febo me llama á la morada eterna, donde Dios nos cobijará bajo sus alas. ¡Bendito sea mi cruel destino, pues en medio de tanta desdicha, mi corazón quebrantado abriga todavía una esperanza! ¡Voy á morir para la tierra, pero renaceré en el cielo!
Claudio Frollo.—¡Morir tan joven y hermosa! ¡Ay de mí! el sacerdote impuro está más condenado que ella, porque mi suplicio será eterno. ¡Pobre niña infeliz, cogida entre mis garras, vas á morir para el mundo; mas yo he muerto para el cielo!
El pueblo.—¡Es una infiel! El cielo que á todos llama, no la abrirá sus puertas, y su suplicio será eterno. La parca inexorable la estrecha entre sus brazos; ha muerto ya para el mundo, y para el cielo también.
(La procesión se aproxima; Claudio se acerca á la Esmeralda.)
La Esmeralda (sobrecogida de terror).—¡El sacerdote!
Claudio Frollo (en voz baja).—¡Sí, soy yo, que amo y te suplico! ¡Dí una sola palabra, y aún podré salvarte! ¡Dime que me amas!
La Esmeralda.—¡Te aborrezco! ¡Véte!
Claudio Frollo.—¡Entonces muere! Ya iré á buscarte. (Volviéndose hacia la multitud.) ¡Pueblo, en este supremo instante entregamos esa mujer al brazo secular! ¡Permita el cielo que hasta su pobre alma llegue el soplo del Señor!
(En el momento en que los agentes de justicia ponen mano sobre la Esmeralda, Cuasimodo salta á la plaza, rechaza á los arqueros, coge á la joven en sus brazos y precipítase en la iglesia.)
Cuasimodo.—¡Asilo, asilo, asilo!
El pueblo.—¡Asilo, asilo, asilo! ¡Albricias, albricias! ¡Viva el buen compañero! La condenada es del Señor; derribemos el cadalso, que el Eterno la acogerá en su altar, librándola de la tumba. ¡Atrás, verdugos y arqueros! La ley no puede traspasar esa sagrada barrera. Todo cambia en la casa del Señor, donde los ángeles protegen á la condenada.
Claudio Frollo (imponiendo silencio con un ademán).—No creáis que está libre; es egipcia, y Nuestra Señora no puede salvar más que á una cristiana. Aunque el altar abrazasen, los paganos no podrían obtener gracia. (Á los agentes de justicia.) En nombre de Monseñor, obispo de París, os entrego á esa mujer impura.
Cuasimodo (á los arqueros).—¡Juro defenderla! ¡No os acerquéis!
Claudio Frollo (á los arqueros).—¡Vaciláis! Obedeced al punto; arrancad del santo lugar á esa gitana.
(Los arqueros se adelantan. Cuasimodo se coloca entre ellos y la Esmeralda.)
Cuasimodo.—¡Jamás!
(Se oye el galope de un caballo, y una voz que grita:)
—¡Deteneos!
(La multitud se aparta.)
(Febo aparece á caballo, pálido, anhelante, fatigado, como hombre que acaba de recorrer una larga distancia.)
—¡Deteneos!
La Esmeralda.—¡Febo!
Claudio Frollo (aparte y aterrado).—¡La trama se descubre!
Febo (apeándose del caballo).—¡Dios sea loado, á tiempo llego y al fin respiro! ¡Esa mujer es inocente; he aquí mi asesino!
(Señala á Claudio Frollo.)
Todos.—¡Cielos, el sacerdote!
Febo.—Ese es el único culpable, y lo probaré. ¡Que le prendan!
El pueblo.—¡Oh sorpresa!
(Los arqueros rodean á Claudio Frollo.)
Claudio Frollo.—¡Ah! ¡Dios es omnipotente!
La Esmeralda.—¡Febo!
Febo.—¡Esmeralda!
(Se abrazan.)
La Esmeralda.—¡Febo adorado, viviremos!
Febo.—Tú vivirás.
La Esmeralda.—La felicidad nos sonríe.
El pueblo.—¡Vivan los dos!
La Esmeralda.—¿Oyes esas alegres aclamaciones? Á tus pies recibe á la humilde joven. ¡Cielos! palideces. ¿Qué tienes?
Febo (vacilando).—¡Me muero! (Le recibe en sus brazos; ansiedad en la multitud.) Á cada paso que daba hacia ti, amada mía, abríase mi herida, mal cerrada aún. Yo bajo á la tumba y te dejo á la luz del sol. El destino te venga; voy á ver, pobre ángel mío, si el cielo me hace olvidar tu amor. ¡Adiós!
(Espira.)
La Esmeralda.—Febo muere; ¡en un instante todo cambia! (Cae sobre su cuerpo.) ¡Yo te sigo á la tumba!
Claudio Frollo.—¡Fatalidad!
El pueblo.—¡Fatalidad!