Reseña: 'Flush'

Una Biografía

Virginia Woolf


Opinión, reseña


La ‘Odisea’ recoge la historia del leal Argos: un perro caduco que levantó las orejas y meneó la cola al reconocer que su amo Odiseo había vuelto a Ítaca, veinte años después. Entonces el otrora hercúleo y viejo amigo, sin llegar a rendirse a los pies del héroe, agacha las orejas y ¡ea, sin fuerza!, Argos muere. Entre la vasta jauría libresca también son de antología: ‘Fue él’, ‘La dama del Perrito’ y ‘El gatopardo’.
'Fue él’ (Acantilado) es una horrorosa lindura del gran polímata Stefan Zweig, donde los celos y la rabia atenazan el corazón de este Pluto y cuando ve que un santiamén ha dejado de ser el rey del hogar, lo cobra caro. En mi canon personal está Chéjov con el legendario cuento ‘La dama del perrito’ (Mestas ediciones). Una historia banal de un añejo donjuán llamado Gúrov que encontrándose en Yalta queda embobado por la bella y misteriosa joven Anna, Anna Serguéiev, quien se ve pasear y llevar «siempre la misma boina» y acompañada de una bolita de “Niebla”, un pomerania blanco. Bendicó el perro ―«clave de la novela»― ‘El gatopardo’ (Losada) se asocia también a su autor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Bendicó el perro disecado «que despertaba recuerdos amargos» es arrojado a la basura. Simboliza hacia el final de esta magna obra el pasado en la forma de polvillo en el aire. (¡Ah, sí!, Bendicó sale en la adaptación cinematográfica de Luchino Visconti).

Sin salir en los créditos, apariciones fugaces, cameos, y por eso Snoopy’s no sin pedigrí fichamos al guardameta del Infierno, Cancerbero. Las tres cabezas de este enorme Scooby-Doo malcarado, invitan a hacer piojito. Y huir. En ‘La Divina comedia’ se devoraría a Dante y a Virgilio, si éste no arroja fango a sus trituradoras fauces. Pilot, el viejo y desconfiado perro en ‘Jane Eyre’, es tan efusivo al saludar a la prima que casi echa a perder una bandeja. Lo sosiega una caricia y oír en voz baja: « ¡quieto!». Puestos ya a pontificar con autores ingleses no podía dejar pasar al ‘David Copperfield’ (Biblok) de Dickens. Ahí vemos al pequeño perro de Dora Copperfield llamado Jip, gruñón como su ama, desean ser el rey y la reina del hogar. De alguna manera serán inseparables hasta el finis terrae, pues realizan el sueño de todo animal lovers: morir junto a su ¡guau! Vamos ahora pues, más felices que perro con dos colas, a ver la genial biografía de ‘Flush’ de Virginia Woolf (Austral, 2016).

Le recuerdo entonces que fue Umberto Eco quien escribió que «los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia ya contada».

Flush

No es sólo un cocker spaniel de altísima alcurnia que conserva el donaire cortés del Sr. Darcy (‘Orgullo y prejuicio’); asimismo es una esponja avellanada que captura selfis simpar de las emociones ajenas. Selfis, no obstante, que Flush nos narrará como un meticuloso biopic visto desde luego con el lente cinematográfico de su nariz, apetito y sed canina.

Portando tales credenciales, cachorrillo, es ofrecido como regalo a la poetisa inglesa Elizabeth Barrett (asilada desde su infancia y juventud por su mala salud en un castillo familiar, estudiando los clásicos; una lesión de columna y una enfermedad pulmonar después, la incapacita). Lo mudan entonces a la excelsa Wimpole Street donde nuestro canino husmea, hecho un manojo de nervios, todos los rincones. De repente, en el dormitorio, oye de su ama aquel: « ¡Oh, Flush!»; que lo acompañará hasta el final de sus días.

Ahora con buen tiempo y collar bien sujeto, Elizabeth lo saca a pasear y no tarda, saboreando la flora del lugar, en colarse sus recuerdos felices (¿ancestrales?) entre los bosques y los breñales. Pero un tirón de cadenilla que amortiguará su almohadilla carpiana, lo vuelve al presente. Deambulando, clasifica pues a los perros desaliñados y sociópatas y los de la high life como él. Oh my Good!, ¡Bah! él era de buena cuna, se dice. Hey, ¿Flush?, «a perro que no conozcas, no le espantes las moscas».

Flush yendo contra su voluntad, estoicamente establece un vínculo maravilloso: permanecer de sol a sol, a los pies de su postrada ama. Entretanto ella escribía «con una palito negro, y sus ojos se llenaban de lágrimas» olvidaba a Flush. Disipada la sospecha los celos vinieron a perturbarlo. Y no era para menos irrumpe su futuro esposo, Robert Browning. Con quien más adelante lleno de rabia Flush se amotina y lo muerde no una sino más veces. Flush ante su mala actitud cayó en desgracia, su ama lo reprende con un coscorrón en las orejas, y lo peor para él fue oír que: «ya no lo quería». Desde ahí se convierte en un niño desamparado bajo la lluvia. Y lo raptan.

Lo secuestran, y lo conducen al mero Gehena londinense hasta que sea pagada una alta recompensa por él ―advierte la facinerosa banda robaperros. Descuartizarán a Flush, si los términos no son cumplidos a rajatabla. Esa misma suerte correría todo aquel cachorro de alta estirpe que hacía compañía a Flush en la perrera, en su viacrucis. Estos pasajes donde Elizabeth acude en persona, recovecos de vicio y miseria londinense son tan crudamente descritos por Woolf que espeluznan como aquel casi desconocido librito de Dickens, ‘Paseos nocturnos’ (Taurus). El autor de ‘Oliver Twist’ recorre preso del insomnio callejuelas y nos ofrece una mirada socialista, embellecida sin embargo por su prosa.

¿Ya dije que liberan a Flush, y su ama se libera (también de su autoritario padre) y escapan a Italia? En Pisa, Flush era príncipe entre los mestizos. Libre pues, deja de ser esclavo del código social para perros popof londinenses. Libre también para apestarse de pulgas. Se sacude los prejuicios, se mimetiza y se hace hermano de los demás perros aguacateros (El Salvador, perro o chucho sin pedigrí). Ahí Flush, que siendo cachorrito ya había sido papá, se enamora y al regresar a casa cae tendido, borracho, muerto por la flecha de cupido. Ante esto su ama, ríe. Flush, melancólico e indispuesto, sirve de caballo al bebé de los Barretts. Y él, taciturno aprende rápido a botar el estrés vagando por Florencia que conocía de pe a pa, no por haber leído al gran Georgio Vasari o a Stendhal, sino por su sensibilidad de cronista cardíaco.

Flush ahora ha envejecido. A menudo vuelve a sus recuerdos ancestrales entre los breñales, y contar anécdotas de su vida a sus jóvenes congéneres, apenas lo espabilaba. Lo suyo fue buena vejez. Fue, he dicho. « ¡Oh, Flush!».

A propósito, hay un magnífico filme: ‘The Barretts of Wimpole Street’ (1957) y por ahí sale un cachorro llamado Flush.

Woolf, escribió en ‘Horas en una biblioteca’ (Austral, 2018) que «el objetivo de la biografía es la transmisión fidedigna de la personalidad». Lo consiguió, desde luego. Su musculatura narrativa dotó de voz a este singular canino y escribió esta obra maestra. Obra maestra que, no obstante, “se tenía que decir y se dijo”, la reconocida autora británica desdeñaba. Yo tengo para mí tres interjecciones para ‘Flush’: guau, uau, «wow!».


San Salvador, junio 2019.


 @mceronmejia


Publicado el 18 de junio de 2019 por Manuel Cerón.
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