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Cuentos, Historia, Colección.
282 págs. / 8 horas, 14 minutos / 437 KB.
21 de febrero de 2017.
En las escabrosas laderas de estas montañas la perspectiva de ciudades y pueblecitos amurallados, construidos a manera de nidos de águila suspendidos entre las rocas y rodeados de moriscos baluartes o cuarteadas ciudadelas, nos lleva a remontarnos con la imaginación a los caballerescos tiempos de las guerras entre moros y cristianos y a la romántica lucha por la conquista de Granada. Al atravesar estas elevadas sierras el viajero se ve obligado a cada paso a echar pie a tierra y guiar sus caballos por las laderas y rápidas subidas y bajadas de aquellos cerros que semejan los desiguales peldaños de una escalera. En ocasiones, el sendero va serpenteando junto a horrorosos precipicios, sin parapeto que lo ponga a salvo del tajo que se mira en lo profundo, y después desciende hacia los hondos abismos por oscuras y peligrosas bajadas. Otras veces, al través de accidentados barrancos, carcomidos por los torrentes del invierno, atraviesa la oculta vereda de que se sirve el contrabandista, sin contar con que de cuando en cuando aparece alguna fatídica cruz, en memoria de algún robo o asesinato, erigida sobre un montón de piedras en un sitio solitario del camino, la cual advierte al viajero que se encuentra en medio de las guaridas de los bandidos, y acaso en el mismo momento de ser acechado por algún oculto bandolero. También otras veces, al cruzar por un angosto valle, se ve uno sorprendido por un ronco mugido; y pronto divísase por encima del prado que tapiza la falda de la montaña una vacada de bravos toros andaluces, destinados a ser lidiados en la plaza. Yo he experimentado —si así puedo decirlo— un agradable horror contemplando muy de cerca estos temibles animales, dotados de tremendo poder, rebuscando sus gratos pastos, y en estado salvaje, pues casi nunca han visto la gente, ni conocen a nadie más que al solitario pastor que los cuida, y aun a veces él mismo no se atreve a acercárseles. El ronco bramido de estas fieras y su aire amenazador, cuando miran abajo desde la elevada roca en que se hallan, añaden fiereza a los salvajes contornos del paisaje.