El Casamentero
Hector Hugh Munro "Saki"
Cuento
El reloj del comedor dio las once con la respetuosa prudencia de alguien cuya misión en la vida es ser ignorado. Cuando el paso del tiempo hiciera imperativas la abstinencia y la migración, las luces darían la señal en la forma acostumbrada.
Seis minutos más tarde Clovis se acercó a la mesa con la ferviente expectativa de quien ha comido esquemáticamente y mucho tiempo atrás.
—Estoy muriéndome de hambre —anunció esforzándose por tentarse con gracia y leer el menú al mismo tiempo.
—Lo imaginé —respondió su anfitriona— al ver que ha sido usted casi puntual. Debí advertirle que soy una Revolucionaria Alimenticia. Pedí dos cuencos de pan y leche y algunos bizcochos dietéticos. Espero que no tenga inconveniente.
Clovis pretendió después que no había palidecido durante una fracción de segundo.
—De cualquier modo —dijo—, no debería usted bromear con tales cosas. Esa especie de gente existe en realidad. Sé de quienes las han conocido. ¡Pensar en todos los manjares que existen, pasarse la vida masticando aserrín, y enorgullecerse por añadidura!
—Son como los flagelantes de la Edad Media que vivían mortificándose.
—Ellos estaban justificados hasta cierto punto —dijo Clovis—. Lo hacían para salvar sus almas inmortales, ¿no es así? No me diga usted que un hombre al que no le gustan las ostras, los espárragos y los buenos vinos tiene alma o siquiera estómago. Sencillamente tiene el instinto de desdicha altamente desarrollado.
Clovis se entregó durante unos pocos dulces instantes a la tierna intimidad de unas ostras que iban desapareciendo velozmente.
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Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.