Valerio: el Romano Reanimado
Mary Shelley
Cuento
Alrededor de las once de la mañana, en el mes de septiembre, dos extraños desembarcaron en la pequeña bahía formada por el punto extremo del cabo Miseno y el promontorio de Bauli. El cielo era de un intenso y sereno azul, y el mar reflejaba su profundidad con una tonalidad más oscura. A través de las claras aguas se veían las algas de diversos y hermosos colores que crecían entre los restos de los palacios de los romanos ahora sumergidos bajo las aguas. El sol brillaba con fuerza, provocando un calor intolerable. Al desembarcar, los extraños fueron de inmediato en busca de un lugar a la sombra donde pudieran refrescarse y permanecer hasta que el sol comenzara su descenso hacia el horizonte. Se dirigieron hacia los campos elíseos y, caminando entre los álamos y las moreras festoneadas con las vides que colgaban en ricos y maduros racimos, se sentaron a la sombra de las tumbas junto al Mare Morto.
Uno de los extraños era un inglés de buena posición social, como fácilmente se percibía por su noble porte y modales llenos de dignidad y libertad. Su compañero —no puedo compararlo con nada que ahora exista— tenía una apariencia que semejaba la de la estatua de Marco Aurelio en la plaza del Capitolio de Roma. Sosegadas e imponentes, sus facciones eran romanas. Salvo por su atuendo, se le habría considerado la estatua de un romano animada con vida. Lucía las ropas ahora corrientes en toda Europa; sin embargo, parecían inadecuadas para él e incluso como si no estuviera acostumbrado a ellas. Tan pronto como se hubieron sentado, empezó a hablar de esta manera:
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Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.